EL EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO
Jean Sequeira
(esposa del pastor Jack Sequeira)
Vichy, 19 al 22 Sep. 2002
Tema nº 8


¡Buenas tardes! Espero no chasquearos. Probablemente esperabais encontrar a mi esposo, pero la Biblia dice que los dos serán hechos uno. Así que aquí estoy.

Por si os puede interesar, os diré algo sobre mí: He sido instructora bíblica en Inglaterra, profesora en África durante 18 años -en el campo misionero-, y durante 35 años esposa de pastor. Con esto quiero decir simplemente que Dios me ha empleado de diferentes maneras. Espero no aburriros, porque ciertamente Dios pude emplear hasta los vasos más frágiles.

Para comenzar os quiero decir que lo que voy a presentar es el extracto de una serie de conferencias que doy a las obreras bíblicas retiradas, a veces también a las iglesias. Generalmente me toma cinco conferencias. Hoy lo condensaré en una. Intentaré daros lo importante, porque quiero que tengáis en vuestro corazón algo que os motive a estudiar.

Para comenzar emplearé una cita de la hermana White en el Ministerio de Curación, p. 374:

El alfarero toma arcilla, y la modela según su voluntad. La amasa y la trabaja. La despedaza y la vuelve a amasar. La humedece, y luego la seca. La deja después descansar por algún tiempo sin tocarla. Cuando ya está bien maleable, reanuda su trabajo para hacer de ella una vasija. Le da forma, la compone y la alisa en el torno. La pone a secar al sol y la cuece en el horno. Así llega a ser una vasija útil. Así también el gran Artífice desea amoldarnos y formarnos. Y así como la arcilla está en manos del alfarero, nosotros también estamos en las manos divinas. No debemos intentar hacer la obra del alfarero. Sólo nos corresponde someternos a que el divino Artífice nos forme

Hoy vamos a considerar algo en relación con lo que he leído. Creo que de alguna forma todos estáis familiarizados con estas labores ancestrales del alfarero. Cuando pensamos en arcilla, pensamos en un material fácil de obtener. Lo encontráis en la propia tierra. Hay arcillas de muchos colores, y allá donde vayáis encontrareis arcilla. Es moldeable. Está compuesta por el sedimento que arrastran las lluvias, permitiendo que los fragmentos del sustrato desciendan en forma de partículas. En su viaje, estas partículas recorren diversos accidentes geográficos, se van purificando y adquieren una determinada forma y tamaño, sedimentan y se acumulan de forma que en el valle es posible encontrar la arcilla.

En Génesis 2:7, al principio de la Biblia, encontramos algo con lo que estamos familiarizados: Dios tomó tierra, y con sus propias manos dio forma al hombre.

Entonces Dios el Eterno modeló al hombre del polvo de la tierra. Sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre llegó a ser un ser viviente

Este es el relato histórico que nosotros creemos como cristianos, pero os explicaré otra “historia”.

Cuando estábamos en África, en Etiopía, explicaban otro relato a propósito del origen del hombre:

...Un día, Dios se sentía muy solo, y dijo: ‘Necesito hacer un amigo’. Así es que tomó arcilla, la moldeó, hizo un hombre y lo puso en el horno. Como estaba muy ocupado haciendo alguna otra cosa, se olvidó, y al regresar al horno resultó que aquel hombre estaba cocido en demasía, y muy oscuro. Los etíopes dicen que esa es la razón por la que existen los negros en África.

Entonces volvió a hacer otro hombre de arcilla y lo puso en el horno. Por temor a que le volviera a suceder lo mismo, sacó al hombre del horno demasiado pronto, y de ahí salieron los blancos.

Decidió volver a amasar la arcilla por tercera vez, e hizo otro hombre, lo puso en el horno y lo dejó cocer. Esta vez salió perfectamente, y ese es el origen de los etíopes...

Desde luego, no es más que una historieta que sólo ellos se creen. Cuando miramos alrededor y vemos la infinita variedad del color de la piel de unos y otros, haremos bien en recordar que encontramos igualmente arcilla de muchos colores, y en todo el mundo.

Ayer fui a comprar. Una de las hermanas me invitó a que la acompañara y encontramos algo único, algo singular. Mi marido habría dicho que no, que no necesitaba nada, pero encontré una cosa. Encontré algo muy bonito (mostrando una vasija de barro) ‘¿Os gusta?’ Aquí leo: “Vichy”. Ahora tendré un recuerdo de aquí. Os diré por qué me gusta tanto: Es como la gente. Los alfareros emplean una terminología por analogía con el hombre. A esta parte le llaman boca; a esta, labio; a esta, cuello; a esta, cuerpo; y a esta otra, pie. Así que cuando decimos que somos como vasos de alfarero, los propios alfareros están de acuerdo. Esta vasija la encuentro bonita. Me la llevaré a casa, la pondré en la cocina, y cuando la vea, oraré por vosotros.

La cuestión es: ¿Creo en mi Creador? ¿Confío en él? ¿Le confío mi vida? Preguntaos esto.

Los jarrones me hacen recordar Isaías 64:8:

Sin embargo, oh Eterno, tú eres nuestro Padre. Nosotros lodo, y tú el que nos formaste. Así, obra de tus manos somos todos

Lo que nos dice este versículo es que Dios es el Alfarero y nosotros la arcilla. Cuando pensamos en arcilla que es de muchos colores y está en todo lugar, preguntémonos esto: ¿Amo yo a los hijos de Dios, vengan de donde vengan, y sean de donde sean? Mantened siempre en vuestro corazón que todos somos hijos de Dios.

Cuando el alfarero toma la arcilla, tiene que pasar por un cierto proceso antes de ser adecuada para hacer una vasija. Una de las cosas más importantes es la preparación de la masa. En Hechos 17:26 leemos:

De uno solo hizo todo el linaje de los hombres, para que habitaran en toda la tierra. Y les ha fijado el orden de las estaciones, y los límites de su residencia

El versículo 28 dice:

Porque en él vivimos, y nos movemos, y existimos

En la terminología del alfarero se emplea el término amasar. Es como la masa del pan: le da vueltas y la amasa, la comprime, la golpea, intenta eliminar las burbujas de aire para que no haya imperfecciones ni puntos débiles. También si hay alguna escoria o impureza, la desecha, ya que en caso contrario la vasija explotaría al ser llevada al horno.

Algunas veces, en nuestra vida existe algo así como impurezas. Algunas personas os resultan insoportables. ¿Os ha pasado alguna vez?

Vivimos en África durante años, y se cree que los misioneros son muy buenos. Pero no... Somos seres humanos. Encontré una vez a una hermana que me irritaba de tal forma, que cuando iba a ayudarle, no podía evitar transpirar copiosamente. Todo lo que ella hacía, me irritaba invariablemente, y oré mucho por mí y por ella.

Tuvimos una semana de oración en una escuela en Etiopía. El predicador que tenía las reuniones era un amigo de la juventud -de Newbold-, y le pedí: ¿Puedes ayudarme con esta hermana que para mí representa un gran problema? En realidad no era un problema sólo para mí, sino para muchas otras personas más. Me dijo: ‘Esta es mi ayuda: Lee el Camino a Cristo’. Le respondí: ‘¡Ya lo he leído!’ Me dijo: ‘Léelo otra vez’. Así lo hice, y dado que se trataba de una reunión de oración y que habría una Cena del Señor al final de las reuniones, me dije: ‘He orado todos los días por aquella hermana. Si puedo llegar al punto en que al final de la semana le lave los pies, entonces podré saber que todo está bien’. Así que el sábado le pedí si podía lavarle los pies. Me respondió que sí, así es que lo hice y ¿sabéis?, en mi país después de este servicio de la comunión nos solemos besar. Se lo propuse, y ella me dijo: ‘Me parece muy buena idea’. Lo hicimos, y además fue a besar a todas las demás hermanas. Yo pensaba, ‘¿cómo está haciendo esto esta hermana?’ Al volver a casa recapacité: ‘Dios no la ha cambiado a ella...’ Me di cuenta de que no era ella la que tenía que cambiar, sino yo... Dios la puso en mi camino para mostrarme algo que yo desconocía de mí misma, así es que pedí a Dios que viniera a mi corazón y me cambiara.

Poco después nos trasladamos de país. Estando ya en el nuevo destino, cierto día regresaba mi esposo del trabajo, y me dijo: ‘¿Sabes qué ha discutido hoy el comité? Tenemos nuevos misioneros que llegan’. Le dije: ‘¡Qué bien!’ Me dijo: ‘Espera, que te diré quién viene... ¿Podéis adivinar quién era? Así es que volvió a mi vida nuevamente esta hermana, y me dije: ‘No es casualidad. Tiene que ser por alguna razón. La primera vez no funcionó, pero ahora he de depender de Dios y poner mi vida en sus manos, y pedirle que me cambie’.

Y lo hizo. Ahora me la encuentro, y ya no me hace sudar más. Hemos llegado a ser amigas. Dios puede cambiarnos, nos puede liberar de todas estas impurezas. Mi pregunta es: ¿Habéis sentido la mano de Dios tocar vuestra vida? ¿Qué impurezas hay en vosotros que tienen que ser extirpadas? ¿Estáis dispuestos a que él lo haga?

El siguiente paso después de haber preparado la masa, es esparcirla y aplanarla, convirtiéndola en una especie de pizza. Entonces hay que lanzarla al centro y centrarla en el torno. Hay que asegurarse que se ajusta al centro con un contacto franco y perfectamente equilibrada, ya que en caso contrario se produce una vibración anómala, y una vez ha comenzado a vibrar, ya nunca más obtendréis un vaso simétrico. En ese caso, el alfarero tiene que aplastarla completamente y empezar de nuevo a levantarla por su centro, a partir de la placa del torno.

A esto que explico podemos llamarlo el “centraje”. En Filipenses 2:5 leemos:

Haya en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús

Cristo ha de ser el centro de la vida cristiana. No podemos estar desviados del centro, ni tampoco podemos estar centrados en nosotros mismos, sino que hemos de estar centrados en Cristo. Pienso en las bailarinas cuando hacen esas piruetas en las que giran rápidamente sobre su eje. Tienen que mantener siempre la vista fija en un punto el máximo tiempo posible en cada giro ya que de otra forma sería muy fácil que se marearan y perdieran el equilibrio. La bailarina fija su vista en un punto, y cada vez que gira, en cada giro vuelve a prestar atención al mismo punto. Mantiene una referencia, mantiene su vista enfocada en un solo punto, y siempre el mismo.

Para los cristianos, Cristo es ese punto. Él nos mantiene equilibrados, impide que caigamos presa del vértigo. ¿Está nuestra vida bien equilibrada? ¿Está bien enfocada en Cristo?

Después de ese paso del centraje, cuando el alfarero da forma a la vasija, algunas veces tiene en su mente la idea del tipo de vasija que quiere lograr, pero también puede ser que se vaya sorprendiendo de la forma que adquiere, sin tener una idea previa. Sea como fuere, no suele haber dos vasijas iguales: cada una es un poco distinta de las otras, es individualmente peculiar.

Es importante saber que Cristo, nuestro Creador, sabía de nosotros, nos tenía en su mente antes de hacernos. Ya nos conocía. En el Salmo 139:15 y 16, leemos:

No fueron encubiertos de ti mis huesos, aun cuando en oculto fui formado, y tejido en lo más profundo de la tierra. Tus ojos velan mi embrión, todo eso estaba escrito en tu libro, habías señalado los días de mi vida, cuando aún no existía ninguno de ellos

Dios nos conoció antes de que naciéramos. Cuando comprendí esto siendo jovencita, significó mucho para mí. Me hice adventista cuando tenía 17 años. Cierto día iba en bicicleta por la calle, vi el anuncio de unas reuniones y decidí ir. Asistí, y eso transformó mi vida y por ello doy gracias a Dios. También doy gracias a Dios por mi traductora. Es adventista recién bautizada, según me ha comentado, y quizás algunas de estas cosas sean muy nuevas para ella, pero le agradezco su ayuda.

Cuando mi madre estaba embarazada sufrió un accidente, y nací prematuramente. Mi madre había de tener gemelos, pero no lo sabía. Su padre no era un buen marido. Le pegaba. Ese fue el motivo por el que perdió a un bebé. Mi madre no sabía que dentro de su vientre quedaba aún otro bebé, pero Dios sí lo sabía. Para mí es muy difícil responder a esta pregunta. ¿Por qué Dios permitió que yo viviera, y mi hermana gemela no?

Sabéis que los gemelos tienen una relación muy especial entre ellos. Espero que en cielo encontraré esas respuestas, pero como persona siempre he tenido la impresión de que me falta algo, porque los gemelos tienen una relación muy especial. Quizá los hombres no vais a entender mucho lo que ahora os quiero contar:

Una vez estaba en mi iglesia, en Washington. No olvidéis que soy mujer, y esposa de pastor. Estaba allí, saludando a las personas en la entrada, y llegó una hermana de mi iglesia, se me quedó mirando, y me dijo muy contrariada: ‘¡Oh, no! ¡Me vuelvo a casa!’ Le rogué: ‘No. No vuelva a casa’. El problema es que casualmente nos habíamos puesto ¡el mismo vestido! Entonces le expliqué cómo había perdido a mi hermana gemela, y le dije: ‘Hoy tú serás mi hermana gemela. Nos sentaremos juntas, lo haremos todo juntas’. Así es que nos sentamos una al lado de la otra, comimos juntas... Y me dijo: ‘Gracias. Siempre que me vista así, me acordaré de ti’.

No hay ni una sola circunstancia adversa en esta vida que Dios no pueda manejar, y trasformarla para bien.

Otro paso en la preparación de la masa es la hidratación. Es muy necesario, porque sin agua la masa se volvería seca y se agrietaría. De la misma forma, en la vida del cristiano necesitamos el Espíritu Santo para que venga a nuestras vidas y nos “ablande”. El Espíritu Santo viene y nos habla, y no os olvidéis que a veces nos habla en el “silbo apacible”.

Puedo recordar cómo cierto día sentí como si una voz me dijera casi imperceptiblemente: ‘Telefonea a María. Telefonea a María’. Y yo misma me decía: ‘¿Por qué tendría que telefonearle? Pero lo hice. La llamé. No estaba allí. Entonces recordé cuáles eran sus amigos y les llamé para saber dónde podía estar, y cuando la encontré por fin, me dijo: ‘No te imaginas cuánto te necesito, precisamente ahora. Justamente me acaban de dar la noticia de que han arrestado a mi hijo’. Su hijo estaba con un grupo de jóvenes cuando alguien fue asesinado, y pusieron a su hijo en prisión como sospechoso. Allí podía pasar años. Era su hijo único. Oramos juntas. Esto nos acercó mucho como hermanas. Pueden suceder cosas en nuestra vida que hagan necesario que alguien nos ayude, y que estemos juntos. Si oís ese silbo apacible diciéndoos que hagáis algo, prestadle atención.

Otra cuestión en cuanto a las vasijas: Cuando me hice adventista, oí esto de que hay que bautizarse sumergiéndose en el agua completamente: el bautismo por inmersión. Para la mayoría es un día esperado con impaciencia. Cuando mi pastor me explicó que esta era la forma en la que solían hacerlo, yo le dije: ‘¿No hay otra forma en que pudiera hacerlo? Me contestó negativamente. Le sugerí: ‘He visto en la iglesia de Inglaterra que les echan un poquito de agua en la frente a los niños, y...’ Él me dijo: -‘No. No es posible, porque cuando Jesús fue bautizado, se sumergió y salió del agua. Todo él fue sumergido’. Entonces dije al pastor: ‘Quizá venga a la iglesia, pero no me bautizaré...’

Cuando era niña tuve un problema con los ojos, y durante un cierto tiempo no pude ver. Una señora me cuidaba, y me sumergía en una de aquellas bañeras antiguas echándome agua por encima, y esto me aterrorizaba hasta convertirse en una fobia. Hasta el día de hoy, me ducho, pero no me baño porque conservo ese pánico irracional. Así que le dije al pastor: ‘No puedo bautizarme sin sumergirme. ¿Hay alguna solución para mi caso?’ Me contestó: ‘Sí. Hay una promesa. Lee Isaías 43’. Comencé entonces a comprender el valor de las promesas que Dios nos hace. Isa. 43:2:

Cuando pases por el agua, yo seré contigo; y los ríos no te anegarán

Cada mañana, antes del día previsto para mi bautismo, mi pastor me telefoneaba y me repetía este versículo, esta promesa, y me animó y acudí a la iglesia. Teníamos el baptisterio en el suelo, y en Inglaterra se hace algo muy bonito en los bautismos: se rodea el baptisterio de flores blancas. Pues bien, un 26 de mayo fui a la iglesia y me dije: ‘Sólo tengo 17 años, pero estoy contenta porque alguien me ha conducido a Cristo, y tengo esta promesa de que él estará conmigo’. Así que entré en el agua. Miré a la cara al pastor. Me sumergió, y cuando me levanté estaba rodeada de aquellas flores blancas, y además todos los miembros de la iglesia entonaban un himno, y me sentí en el cielo. Fue el día más maravilloso de mi vida. Doy gracias a Dios por sus promesas.

Después de haber dado forma a la vasija, hay que dejarla reposar. La vasija guardará su forma, pero sucede algo. Su tamaño se reducirá ligeramente debido al secado y a la evaporación. Se produce un proceso de contracción. La forma no varía; permanece. Pero disminuye el tamaño, y esto me recuerda la experiencia de Juan el Bautista. En Juan 3:30, leemos las palabras de Juan:

Él tiene que crecer, y yo menguar

Si somos verdaderamente cristianos, esto ha de ser una idea prominente en nuestra vida. Os pregunto ahora: ¿Es Cristo lo primero para vosotros? ¿Está Cristo obrando en vuestra vida?

Cuando hablamos del reposo de la masa antes de entrar al horno, también recordamos el sábado, un tiempo especial que ponemos a parte para él.

Si miráis la parte inferior de una vasija, veréis que suele haber una marca: es la marca que pone el alfarero. Si es un buen alfarero, su nombre suma al valor de la vasija.

Después del amasado, y después de haberla reposado y marcado, hay que darle el barnizado. En Isaías 1:18 leemos:

Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana

En Juan 1:7 leemos:

Pero si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado

A los creyentes, la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. Cubre cualquier defecto. ¿Recordáis la historia de Rut y Booz? Booz dormía, y Noemí dijo a Rut –su nuera-: ‘Ve con él’. Y se acercó a donde estaba él dormido. En este momento ella era una viuda y según la costumbre Booz no era el pariente más próximo, pero hizo una cosa: cubrirla con su ropa. Era como decir: ‘Eres mía. Te protejo. Estás bajo mi protección’. Esto es lo que Jesús hace con nosotros: nos cubre con su sangre, nos dice: ‘Eres mío’. ¿Estás deseoso de que te cubra el manto de su justicia, o tienes algún otro plan para ti mismo y quieres que te cubra alguna otra cosa?

Finalmente hay que introducir la vasija en el horno de fuego, y en Isaías 43:2 leemos:

Cuando pases por el fuego, no te quemarás

Cuando empecé a estudiar esto encontré algo muy interesante. Tengo una colección de vasijas y piezas de porcelana, ya que cuando viajo me hacen regalos, y así he ido acumulando una buena colección, y tengo muchas clases diferentes de alfarería. Pero no sabía que cuando el fuego está muy alto es cuando se obtiene la mejor porcelana.

Así que recordad que cuanto más intenso el fuego, mayor calidad tiene la porcelana. Cuando paséis por una época de dificultades, no os preguntéis, ‘¿Por qué?’ Antes bien creed que Dios os está refinando, y que os está llevando a un nivel superior, que quiere convertiros en una vasija para uso noble.

Si queréis ser una vasija útil, tengo un secreto para vosotros. En el libro ‘El Camino a Cristo’, en la pagina 70 (sería muy positivo si lo pudierais memorizar) dice así:

Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti”

Si eleváis esta oración de todo corazón, os maravillaréis de la forma en la que Dios puede obrar. A veces, en mis viajes, encuentro a personas de lo más inesperadas. Había en un tren una mujer hindú al lado de la cual me senté. Compartimos la comida. Yo acababa de venir de una sesión de la Conferencia General y tenía en el bolsillo unas cintas de cassette de música hindú, y le dije: ‘Oiga esto’. La mujer lo oyó y empezó a llorar. Le pregunté: ‘¿Por qué llora?’ Me dijo: ‘¿Es posible? ¡Estoy oyendo una canción en mi propia lengua! ¿Sabéis? En la India hay más de 200 idiomas distintos, pero justamente esta era su lengua. ¿Pensáis que fue una casualidad? Yo no sabía lo que decía el canto que estaba escuchando, pero ella me dijo: ‘¿Cómo puede Dios quererme, siendo que mi marido no me quiere?’ Y me contó una historia muy triste. Le dije: ‘Dios te quiere’. Durante mucho tiempo nos estuvimos comunicando por teléfono. Doy gracias a Dios por ese cassette, y por haber hecho que me sentara a su lado.

En el avión a San Francisco, viniendo de Corea, por alguna razón mi marido y yo no nos pudimos sentar juntos. No lo había visto durante varias semanas, y no me sentía feliz por no tenerlo a mi lado. Él estaba en una fila de asientos, y yo estaba detrás. De vez en cuando lo tocaba para estar segura de que aún estaba allí. Había una pareja entre los dos que me observaba, y les dije: ‘Es que es mi marido’. En cierto momento quedó vacante la silla a mi lado. Mientras pensaba en avisar a mi marido, vino un anciano y se sentó a mi lado. Me dije: ‘¡Vaya mala suerte!’ Al sentarse, me susurró: ‘Quisiera decirle algo: tengo pánico a los vuelos en avión’. Le dije: ‘Confíe. Pondré mi mano aquí, y cuando tenga miedo, sujétese de mi mano y oraré por usted, y estará a salvo. Mi marido, que está allí sentado, tiene que predicar aún mucho, y Dios no va a permitir que este avión ponga fin al ministerio de mi esposo’. A veces, angustiado, se aferraba a mi mano, y me dije: ‘Ahora sé por qué Dios ha permitido que esté aquí sentada’. Si mi marido hubiese estado a mi lado, no habría habido forma en la que hubiese podido darle la mano a ese hombre que tenía pánico, ni le hubiese podido hablar de Dios.

Dios sabe por qué nos pone en cierto sitios. Aún hay muchas historias que os podría contar, pero el tiempo se acaba.

Habéis de dar cada día vuestra vida a Dios. Para mi oración voy a emplear el libro ‘Palabras de Vida del Gran Maestro’ p. 125. Quiero que penséis en esto en forma personal, cada uno de vosotros:

Señor, toma mi corazón; porque yo no puedo dártelo. Es tuyo, mantenlo puro, porque yo no puedo mantenerlo por ti. Sálvame a pesar de mi yo, mi yo débil y desemejante a Cristo. Modélame, fórmame, elévame a una atmósfera pura y santa, donde la rica corriente de tu amor pueda fluir por mi alma

Amén


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