¿Cuál es el “mensaje de 1888”
y

por qué es tan importante esa fecha?

 

 

“1888” tiene hoy una importancia capital para la Iglesia adventista del séptimo día. Tanto o más que en 1888. Prestar atención a “1888” no significa mirar hacia atrás, sino hacia adelante. Esa fecha —junto al mensaje que el Señor nos dio entonces y en la década que siguió— está vinculada de forma persistente e irremediable a la consumación de la obra del mensaje final de Dios al mundo. Ignorar o rechazar esa fecha, esa historia y ese mensaje no logrará que su importancia decaiga, de igual forma en que ignorar la crucifixión de Cristo o la historia del Verbo hecho carne no evitará que esa historia y ese mensaje tengan la más plena vigencia y realidad, sea uno o no judío y se encontrara o no físicamente en el Calvario.

La razón es que “1888” constituye un punto de inflexión en la historia, en relación con el gran clímax del plan de la salvación. Es complementario al año 31 de nuestra era, momento en el que el cielo abrió sus ventanas y derramó sobre los discípulos el comienzo del gran don del Espíritu Santo de Dios, nunca antes conocido en aquella profusión. Se lo denominó la “lluvia temprana”, algo hondamente anhelado por los profetas del Antiguo Testamento, pero nunca antes experimentado.

“1888” demanda nuestra atención por ser el momento en el que el Cielo volvió a abrir sus ventanas y derramó sobre los dirigentes de la Iglesia adventista del séptimo día el “comienzo” del don final del mismo Espíritu Santo. De acuerdo con las entusiastas manifestaciones de Ellen White, fue como la repetición de Pentecostés.1 Fueron “aguaceros de lluvia tardía”, en el mismo sentido en el que Pentecostés fue “lluvia temprana”.2

La “lluvia temprana” de Pentecostés marcó el comienzo de la extensión del evangelio. Durante todos los siglos desde entonces, un número ingente de personas en todo el mundo oyó las buenas nuevas del ministerio de Jesús en el primer departamento del santuario celestial. Quienes creyeron, murieron en la fe de Jesús y resucitarán en ocasión de la segunda venida cuando Jesús los llame de su actual sueño “en el polvo de la tierra”.

“1888” señala el acontecimiento complementario a Pentecostés: el movimiento más significativo efectuado desde entonces por el Espíritu Santo. Según Ellen White, Dios envió un mensaje especial con el propósito de completar la comisión evangélica que dio comienzo en Pentecostés. Se centraba en el ministerio de Cristo en el segundo departamento del santuario celestial.3

Así, la bendición del Espíritu Santo derramado en 1888 tenía por objeto preparar a aquella generación para la traslación —sin ver muerte— en la segunda venida de Cristo. ¡Magníficas nuevas! Es lo más grande desde 1844. Sí, desde Lutero en el siglo XVI, y más aún: desde Pentecostés.

Esa es la razón por la que “1888” y Pentecostés marcan dos gloriosos “comienzos”: el primero, el comienzo de la comisión de “id por todo el mundo”; el segundo, el de su consumación, según esa luz que “[ha de alumbrar] toda la tierra con su gloria” antes que termine el tiempo de prueba.

“1888” introduce esa bendición final. Hay en ella dos partes: (1) Los “aguaceros celestiales de la lluvia tardía” que preparan al pueblo de Dios para la segunda parte. (2) Nuestra primera vislumbre de lo que será el mensaje que penetrará en el Islam, el Budismo, el Catolicismo Romano, el Protestantismo, y todos los “ismos” de nuestro mundo actual. Será un fuerte pregón del evangelio que poseerá tal poder de convicción, tal poder de conversión, que nada en la historia pasada lo ha podido igualar.

 

Todo lo dicho es lo que “comenzó” en 1888

Apocalipsis describe la dinámica de las escenas finales. Un poderoso (cuarto) ángel “descendía del cielo con gran poder” (18:1). Ellen White explica proféticamente:

Este mensaje parecía ser un complemento del tercer mensaje, pues se le unía como el clamor de media noche se añadió en 1844 al mensaje del segundo ángel. La gloria de Dios reposaba sobre los pacientes y expectantes santos... La luz derramada sobre los fieles penetraba por doquiera... Vi que este mensaje terminaría con fuerza y vigor muy superiores al clamor de medianoche” (PE 278.1).

Entonces los rayos de luz penetrarán por todas partes, la verdad aparecerá en toda su claridad, y los sinceros hijos de Dios romperán las ligaduras que los tenían sujetos. Los lazos de familia y las relaciones de la iglesia serán impotentes para detenerlos. La verdad les será más preciosa que cualquier otra cosa. A pesar de los poderes coligados contra la verdad, un sinnúmero de personas se alistará en las filas del Señor” (CS 597.2).

 

¡Maravilloso!

Dios sigue vivo, y no ha abandonado a la Iglesia adventista del séptimo día ni tampoco al mundo necesitado fuera de ella. Mientras que nos mantenemos expectantes acerca de algo tan importante, el Espíritu Santo está tocando corazones a lo largo y ancho del mundo, exhortando a ponderar el significado de “1888”. No es posible desentenderse del tema. Desde lo alto hasta lo bajo de la organización de la iglesia, hace un solemne llamado a que le prestemos respetuosa atención. Al hacer así, muchos despiertan como si de un sueño se tratara. Hallan respuesta a cuestiones que les causaron perplejidad durante años. Muchos miembros de iglesia se han preguntado desde hace tiempo: ‘¿Por qué no sabíamos nada con anterioridad acerca de esos portentosos acontecimientos en nuestra historia?  Había oído hablar sobre “1888”, pero nunca comprendí lo que significaba. ¿Está el cielo descendiendo hasta tocar la tierra? No deseo que el Espíritu Santo me pase de largo’.

Quizá lo mejor de todo: “1888” es la respuesta a numerosos falsos movimientos que intentan llamar al separatismo. Esos “vientos de doctrina” están soplando con mayor intensidad que nunca antes, confundiendo a la juventud y a sinceros miembros de iglesia. El mensaje de 1888 renueva la confianza en el triunfo de la iglesia organizada, al ofrecer evidencia convincente de que el arrepentimiento en la iglesia será algo real, un don que el Señor no va a retener, y que no va a ser finalmente objeto de rechazo. La iglesia resultará fortalecida y purificada por el poder renovador del Espíritu Santo de Dios. “1888” es mucho más grande que cualquier individuo o grupo. Significa una línea telefónica directa con el Cielo, y reanima a los miembros con la fresca evidencia del continuo ministerio personal de Jesús en favor de los dirigentes de su iglesia.

 

 

 

¿Qué sucedió en 1888?

Se han publicado muchos libros sobre “1888”. Sin embargo, es difícil encontrar un relato simple y veraz de su historia. El único totalmente fiable es el proporcionado por las observaciones de Ellen White. Ella fue testigo presencial, y el Espíritu Santo guiaba su mente. De no ser por la inspiración profética, era imposible comprender lo que estaba sucediendo. Ella discernió en “1888” significado que ninguno de sus contemporáneos pudo ver con claridad. Nos dice un centenar de veces que el ministerio de Cristo sobrevoló sus cabezas de una forma análoga a lo sucedido con los dirigentes judíos cuando él estuvo en la tierra.4 Los que siguen son unos pocos puntos destacados:

(1) “En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones” (TM 91.2, escrito en 1896), quienes ostentaron algo de lo que ningún otro pastor se haya escrito que poseyera: “credenciales del cielo” 5 Ningún otro mensajero en nuestra historia acreditó el impresionante registro de declaraciones de apoyo que ellos dos poseen.

(2) Eran dos pastores jóvenes de la costa Este, delegados a la asamblea de la Asociación General en Minneapolis, movidos por el Espíritu Santo a proclamar “el mensaje del tercer ángel” en una nueva luz que ninguno de sus hermanos había percibido con anterioridad como buenas nuevas de tal magnitud. En humildes presentaciones, los dos jóvenes pastores, “mensajeros designados por Cristo” (TM 97.1, original: “Christ’s delegated messengers”) mostraron que el verdadero núcleo o esencia del “mensaje del tercer ángel” no es el legalismo propio del antiguo pacto —motivado por el temor—, sino un bendito mensaje de gracia sobreabundante. Incluía una visión más madura de la justificación por la fe: el tipo de fe que “obra” por el amor y produce una vida santa, caracterizada por la justicia.

Lo que trajo tal alegría al corazón de Ellen White al oír por primera vez el mensaje, fue la constatación de que estaba sucediendo algo trascendente: la proclamación de un tipo de fe como esa convertía a quienes aceptaban el mensaje en obedientes a todos los mandamientos de Dios.6 Vio algo por primera vez en 45 años: ese mensaje estaba dando a los pecadores (¡la iglesia está llena de ellos!) el don del arrepentimiento; borraría los pecados y los prepararía para encontrarse con Jesús sin resultar confundidos ante su presencia.7

Después que el mensaje hubiese hecho su obra en la iglesia, habría de extenderse a todo el mundo. ¡Estaba a punto de suceder aquello que los antiguos profetas y los apóstoles esperaron tan ansiosamente!

(3) Los dos mensajeros se basaron especialmente en Romanos y Gálatas, pero presentaron el mensaje paulino en una luz fresca que iba más allá de lo que los Reformadores del siglo XVI pudieron comprender en su día. Jones y Waggoner de ninguna forma restaron importancia a la obediencia a la santa ley de Dios; al contrario, el mensaje que llevaron reconciliaba los corazones con Dios, reconciliando así sus vidas con la santa ley de Dios. Es por ello que la obediencia brotaba del interior, no siendo algo impuesto por una motivación basada en el temor. Hubo poder. En aquel corto período subsiguiente a Minneapolis en el que las personas tuvieron la oportunidad de oírlo, el mensaje obró milagros. Ellen White no cabía en sí de alegría porque finalmente la justificación por la fe, presentada de forma adecuada, motivaría y convencería a las personas a que santificaran el sábado, apartándolo del resto de los días dedicados a labores comunes.

La razón por la cual los dos mensajeros vieron la justificación por la fe en una luz renovada, es porque integraron esa verdad en la singular comprensión adventista de la purificación del santuario, noción que escapó a la comprensión, tanto de los reformadores de antaño como de los guardadores del domingo de hoy. Se trata de la justicia por la fe, enmarcada en el Día cósmico de la expiación.

Ambas verdades confluyeron como lo hacen dos ramales de un río antes de desembocar en el mar. Esas renovadas verdades que ni los reformadores del siglo XVI ni los protestantes o católicos contemporáneos pudieron ver, fueron lo que Ellen White denominó “grandes ideas”. Ellen White resultó afligida al comprobar que, incluso entre los adventistas presentes en 1888, abundaban quienes carecían de una comprensión cabal del Día de la expiación. Hoy sucede aun en mayor grado.

(4) La juventud resultó especialmente atraída por el “mensaje de 1888”. “1888” abarca, no sólo lo que los dos “mensajeros especiales” enseñaron en Minneapolis en aquel año, sino también durante la década que siguió, caracterizada por las continuas declaraciones de apoyo de Ellen White hacia la enseñanza de ellos. La juventud nunca antes había percibido “el mensaje del tercer ángel” como buenas nuevas de tal magnitud. Sus corazones quedaban impresionados.

(5) Lejos de ser fría teología, el mensaje fue percibido como verdad viviente. El testimonio histórico demuestra que el reavivamiento-reforma entre miembros laicos y pastores, en los meses que siguieron al encuentro de 1888, fue impresionante. Ellen White, junto a Jones y Waggoner, predicaron en reuniones campestres, y allí donde fueron, siguió el reavivamiento. Hubo “manifestaciones” señaladas, “especialmente claras” del Espíritu Santo.8 Ella no cabía en sí de gozo: ¡ese poderoso ángel de Apocalipsis 18 había descendido del cielo y había comenzado su misión! La alegría desbordante que la embargaba le impedía conciliar el sueño en la noche. Las décadas de pesada obra efectuada por los pioneros, desde 1844 hasta 1888, iban ahora a verse recompensadas con el triunfo de la obra y la iglesia. La tierra estaba a punto de ser alumbrada por fin con la gloria del mensaje. Las profecías de Primeros Escritos estaban en proceso de cumplimiento. De haberte encontrado allí, sin duda te habrías alegrado tal como hizo ella.

(6) Al mismo tiempo, el Senado y el Congreso de Estados Unidos estaban enfervorizados, clamando por una ley dominical. Nunca hemos sentido la crisis tan cercana como en aquella ocasión. Los mismos mensajeros que trajeron el comienzo de la lluvia tardía, resultaron providencialmente implicados en el papel de defender el principio constitucional americano de la libertad religiosa. Jones fue a Washington e impresionó al Senado con su denodada defensa por la lealtad a la constitución, y a pesar de su evidente situación desventajosa, derrotó el proyecto de ley dominical. Waggoner escribió y publicó artículos al efecto. Si el pueblo americano conociera esa parte de su historia, erigiría una estatua a Jones y a Waggoner. En Estados Unidos hemos disfrutado de más de un siglo de libertad religiosa, en gran parte fruto de la labor de ellos, en una época en la que el gobierno estaba a punto de repudiar la Primera Enmienda de la Constitución.

Ellen White, apoyando a Jones y Waggoner, escribió artículos y numerosas cartas aprobando su mensaje. El laicado observaba expectante. Nunca antes habían estado sus corazones tan profundamente impresionados.

 

Pero una tragedia imprevista irrumpió en la escena

(7) Aquel “dragón” de Apocalipsis que “se llenó de ira contra la mujer”, se infiltró en la asamblea en Minneapolis, y en los años subsecuentes. Por primera vez en nuestra historia denominacional, los dirigentes “en alto grado”, “en gran medida”, resistieron el mensaje que provenía de Dios. Leemos que ese “poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles” fue mantenido “lejos del mundo” y de “nuestros hermanos”.9 Dios, de forma misteriosa, había pasado de largo las cabezas canosas que ocupaban puestos exaltados en los despachos de la Asociación, para conceder su Espíritu a dos jóvenes pastores advenedizos. Se trataba de algo sin precedentes en el adventismo, en un doble sentido: el de la magnitud de las bendiciones celestiales enviadas por Dios, y el de la magnitud de nuestra incredulidad en respuesta.

Los laicos y pastores jóvenes cuyos corazones respondieron en un principio, se vieron enfrentados a un dilema: ¿Por qué surgía la oposición en la sede central en Battle Creek, y en la publicadora oficial Review & Herald? Los miembros sinceros estaban perplejos y no sabían qué hacer. Sus corazones habían sido impresionados, pero sus mentes estaban confundidas por ese antagonismo procedente de los despachos de Battle Creek. En 1891, en contra de la voluntad del Señor (según declaración de la propia Ellen White), la profetisa fue “exiliada” a Australia mediante una asignación “misionera”. Y el Señor bendijo ciertamente su obra misionera desarrollada allí por casi una década, pero el movimiento que promovía el derramamiento de la lluvia tardía y el fuerte pregón resultó grandemente cercenado en “casa”.10

El año siguiente es Waggoner quien fue destinado a Inglaterra, en un momento en el que tanto él como Jones necesitaban la compañía y consejo constantes que solamente Ellen White podía darles. Se trataba de una crisis de dimensiones desconocidas hasta entonces por la iglesia.

 

El resultado final

Aproximadamente una década después de la importante asamblea de la Asociación en Minneapolis, Ellen White tuvo que declarar:

Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos” (1MS 276.1. Escrito en 1896).

Ese análisis retrospectivo resume muy bien la historia, después que los reavivamientos fueron bloqueados y virtualmente anulados por la oposición oficial.

El cielo se vio obligado a retirar el precioso don de la lluvia tardía y el fuerte pregón. Desde entonces no se ha efectuado ningún esfuerzo serio por recuperar o proclamar el mensaje que Ellen White apoyó con tal firmeza. Muchos están proclamando lo que ellos llaman “justicia por la fe”, mientras que asumen que no necesitamos aquello que “en su gran misericordia el Señor [nos] envió”. Toman en su lugar conceptos evangélicos copiados de las iglesias guardadoras del domingo. Dicho de otro modo: “Yo soy rico, me he enriquecido”. La cuestión que muchos se preguntan es: ‘¿Hemos de esperar a alguna generación futura?’ Siendo hoy el terrorismo la principal preocupación del mundo próspero, ¿debiéramos posponer para generaciones futuras aquello que el Espíritu Santo tanto anheló darnos?

La historia de 1888 ha resultado clarificada por las labores de investigación de numerosos historiadores y estudiosos en la denominación. El registro del pasado está escrito en caracteres indelebles. No es posible cambiarlo. Hoy existe un cierto acuerdo general en cuanto a los hechos históricos básicos.

Reconociendo el extendido anhelo por comprensión, los Fideicomisarios de Ellen White Estate publicaron en años recientes todo lo escrito por Ellen White a propósito del tema: sermones, charlas, artículos y hasta cartas personales. Se los encuentra en la colección de cuatro volúmenes The Ellen G. White 1888 Materials: 1821 páginas publicadas por The Ellen G. White Estate (ver aquí una traducción al español: http://www.libros1888.com/materialesEGW-1888.htm). No queda, pues, pretexto para la perplejidad en cuanto a la valoración que ella hizo concerniente al mensaje, a la veracidad de su historia o a su contenido.

Pero nos aguarda una cuestión aun más importante:        

 

¿EN QUÉ CONSISTE (O CONSISTIÓ) EL MENSAJE DE 1888?

Afortunadamente, el mensaje mismo ha sido preservado en gran medida en los archivos, junto a la historia de cómo fue recibido. Hay investigadores que han cavado profundamente en esa búsqueda.

El mensaje que Jones y Waggoner proclamaron se encuentra en sus libros y en sus muchos artículos y sermones dados subsecuentemente en las sesiones de la Asociación General, y que fueron transcritos. Sus contemporáneos nos proporcionan en ocasiones informaciones valiosas. Un análisis objetivo de ese material nos provee una razonable comprensión del “mensaje de 1888”. Ese mensaje resulta ser marcadamente diferente de lo que comúnmente se entiende por “justicia por la fe”, o “justificación por la fe”. Sigue aquí una breve referencia a los elementos destacados del mensaje:

 

 

(1) El rasgo más sorprendente del mensaje: el evangelio significa buenas nuevas mucho mejores de lo que la comprensión popular concede

Por ejemplo: si bien ambos “mensajeros especiales” se tuvieron firmemente en favor de la obediencia a la ley de Dios, afirmaron que es fácil ser salvo, y difícil perderse, cuando uno comprende y cree el evangelio en su pureza. Eso significa un cambio radical en el pensar adventista.

Vieron los Diez Mandamientos en una perspectiva diferente: como diez promesas (Ellen White afirmó que Dios había dado a Waggoner una comprensión singular y clara de los dos pactos). Vieron el preámbulo de buenas nuevas en Éxodo 20 como necesario, antes de poder comprender la ley misma. Despojada de ese preámbulo, la ley resulta distorsionada. Con él, se transforma en buenas nuevas: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué [en pasado] de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (vers. 2). Antes de oír siquiera el primero de los mandamientos, están las buenas nuevas de lo que Cristo ha realizado ya en nuestra liberación del pecado.

El dragón que está en guerra con Cristo, ha comenzado por frustrar sus buenas nuevas. Jesús dice:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar... mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mat 11:28-30).

El Salvador no permanece impasible, indiferente, si eliges el mal camino. Te toma por la mano y te dice: ‘¡Ven, regresa! ¡Ven conmigo al cielo!’

No temas, porque yo estoy contigo... siempre te ayudaré... yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha” (Isa 41:10 y 13).

A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Sal 91:11).

Él no fuerza a nadie, pero si pierdes el camino y tomas la senda equivocada, hará por ti lo que hizo por Saulo de Tarso, cuyo camino errado lo estaba llevando a la perdición. El Señor colocó obstáculos para hacer que el camino equivocado le resultara “duro”. Afirmó el apóstol, una vez que su corazón cambió:

Oí una voz que me hablaba en lengua hebrea: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón’” (Hech 26:14).

¡El Señor no permite que ningún alma se pierda, sin confrontarla en cada paso del camino errado!

El amor del Salvador es demasiado intenso como para permitir que siquiera uno perezca sin ser amonestado. Lo anterior configura una escena totalmente diferente de la que muchos imaginan. Se ha enseñado frecuentemente a los jóvenes que el camino al cielo es difícil, mientras que el que conduce al infierno es fácil. Esa confusión conlleva una visión distorsionada del carácter de Dios.

La confusión producida por la carencia de ese “preciosísimo mensaje” ha llevado también a muchos, jóvenes especialmente, a pensar que Ellen White es prominente en presentar la devoción por Cristo como algo difícil y aburrido.

Cierto, se requiere negación del yo a cada paso en nuestro camino; pero lo que Pablo denomina “la verdad del evangelio” convierte la negación del yo en la experiencia gozosa de todo aquel que aprecia la elección de negar el yo que Jesús hizo por nuestro bien.

Al identificarnos con él por la fe, la negación del yo se convierte para nosotros en una delicia, tal como lo fue para Cristo, quien afirmó:

El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Sal 40:8).

Su amor nos motiva a arrodillarnos con él en Getsemaní. Nos unimos a él en su oración: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Imagina la sorpresa de los jóvenes al descubrir cuán diferente es Ellen White de lo que habían supuesto. Efectivamente, prestó apoyo indiviso a los valientes y reconfortantes conceptos de los jóvenes “mensajeros” de 1888:

No deduzcamos, sin embargo, que el sendero ascendente es difícil y la ruta que desciende es fácil. A todo lo largo del camino que conduce a la muerte hay penas y castigos, hay pesares y chascos, hay advertencias para que no se continúe. El amor de Dios es tal que los desatentos y los obstinados no pueden destruirse fácilmente” (DMJ 117.3).

 

(2) En relación con esas buenas nuevas, viene una comprensión más clara de lo que el Hijo de Dios cumplió en la cruz, que provee una nueva motivación para seguirle

Jones y Waggoner comprendieron la enseñanza bíblica según la cual, la dádiva de Cristo significó mucho más que una mera oferta de salvación para “todos los hombres”: Cristo concedió el don a cada uno de ellos. Comprendieron que la muerte que Cristo murió fue el equivalente a la muerte segunda, y que de hecho, experimentó “la muerte [segunda] por todos” (Heb 2:9). Pagó el precio por los pecados de todo el mundo. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa 53:6).

Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó [Adán], porque, ciertamente, el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación... Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida” (Rom 5:16 y 18).

Comentando el texto, Waggoner escribió:

La fe de Cristo trae la justicia de Dios, porque la posesión de esa fe es la posesión del Señor mismo. Esa fe es dada a todo hombre, de la misma forma en que Cristo se dio a sí mismo a todo hombre. Te preguntas quizá: ¿Qué es, entonces, lo que puede impedir que todo hombre sea salvo? —Nada, excepto el hecho de que no todos los hombres guardarán la fe. Si cada uno guardase todo lo que Dios le da, todos serían salvos” (Carta a los Romanos, 81. Escrito en 1896).

’Por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida’. No hay aquí ninguna excepción. Así como la condenación vino a todos los hombres, también la justificación. Cristo gustó la muerte por todos. Se dio a sí mismo por todos, se dio a cada uno. El don gratuito vino sobre todos. El hecho de que sea un don gratuito es evidencia de que no hay excepción alguna. Si hubiese venido solamente sobre aquellos que hubiesen tenido alguna calificación especial, no habría sido un don gratuito” (Carta a los Romanos, 120-121).

Jones estuvo en pleno acuerdo. Probablemente no sea exagerado decir que nadie, desde Lutero, lo había expresado con tal claridad. Como nuestro “postrer Adán”, Cristo justificó legalmente a todos “en su sangre” (Rom 5:9). Pero cada uno es libre de despreciar, vender, rechazar, aquello que Cristo le dio ya (y esa es precisamente la razón por la que se perderá cualquiera que se pierda finalmente). Multitudes hacen como Esaú, quien “despreció” y “vendió” la preciosa primogenitura que le había sido ya dada. Cristo ha dado la primogenitura a todo ser humano en virtud del derramamiento de su sangre.11

Eso suscita inmediatamente una cuestión: parece evidente que eso es precisamente lo que dice Juan 3:16, pero ¿estuvo de acuerdo Ellen White en la comprensión de esas buenas nuevas, de la forma directa y sencilla en que la expusieron los mensajeros de 1888?

Cuando oyó a Jones y Waggoner, escuchó y aprendió. En un libro que escribió poco tiempo después de haberlos oído, declaró por primera vez:

El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le conducirá al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de Dios” (CC 27.2).

 

(3) La comprensión común (arminiana) es que el sacrificio de Cristo hace posible una mera “oferta” de salvación

Esa concepción convierte al creyente en el protagonista, quien toma el primer lugar en su iniciativa de creer. La conclusión lógica es que nuestra salvación está basada inicialmente en lo que nosotros hacemos/decidimos. Es inevitable que eso se perciba en cierto modo como una contribución propia a nuestra salvación.

En contraste, el “preciosísimo mensaje” afirma que nuestra salvación es totalmente debida a la iniciativa de Cristo. Nuestra fe simplemente permite que él efectúe la salvación. Dejamos de resistirle. De forma inversa, la pérdida de nuestras almas es debida a nuestra iniciativa de no creer las buenas nuevas. Parece sorprendente, pero tal es el evangelio. El único camino para perderse es resistir y rechazar lo que Cristo ha efectuado ya por nosotros, y sigue efectuando mediante su Espíritu Santo. En eso consiste la incredulidad. ¿Cuál es nuestra parte? Es correspondientemente simple: creer, la fe. Es la respuesta del corazón, la profunda apreciación de lo que él hizo por nosotros mediante su sacrificio.

Leemos:

El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5:14-15).

En otras palabras, una fe tal hace imposible que sigamos viviendo una vida egoísta. El evangelio es infinitamente más que buenos consejos, es “poder de Dios para salvación” (Rom 1:16).

 

¿Demasiado bueno para ser cierto?

Esa fue precisamente la objeción que hicieron nuestros queridos hermanos legalistas de hace más de un siglo.

Quizá comiences a ver por qué Ellen White se sintió tan feliz al oír ese mensaje. El mensaje cumplió, o mejor dicho, comenzó a cumplir los sueños de su juventud. Ahí estaba el comienzo de lo que habría de tocar los corazones en el Islam, el Budismo, el paganismo, el Catolicismo Romano; y sí, ¡alumbraría la tierra con su gloria!

 

Podríamos continuar más y más...

El mensaje de 1888 hace brillar con nueva luz virtualmente cualquier página de la Biblia:

No has de esperar a dejar de pecar antes de poder acudir a Jesús. ¡Ve a él tal como eres! Él te está atrayendo sin cesar. ¡Respóndele! Su oficio consiste en aceptar pecadores y salvarlos del pecado (Juan 6:37).

No consiste en la erradicación de la naturaleza pecaminosa —el creyente la retiene hasta la glorificación, cuando Cristo venga—. La confusión en ese punto es una causa frecuente de desánimo. Seguiremos siendo tentados, como lo fue Jesús. Pero aunque poseyendo aún una naturaleza pecaminosa, no continuaremos pecando. “La gracia de Dios... nos enseña que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). ¡Es sencillo, y funciona! El gran Maestro concederá la más alta calificación a todo aquel que esté dispuesto a asistir a su clase, permitiéndole que lo instruya. Nadie ha de temer el fracaso.

Y ¡maravillosas buenas nuevas!, “las bodas del Cordero” están en curso. “En su gran misericordia el Señor envió [ese] preciosísimo mensaje” en 1888, a fin de preparar a “su esposa” para las bodas (Apoc 19:1-9).

 

Conclusión

El propósito de este resumen no ha sido tanto alimentarte como hacer que sientas hambre. Es posible que quieras saber más. Si es así, te felicitamos, ya que ¡hay mucho más! Muy probablemente, tras la propia Ellen White, los pastores Jones y Waggoner se encuentran entre los autores adventistas que más literatura produjeron, aunque su virtual ausencia en las librerías de iglesia hoy pareciera indicar lo contrario. Para aquel que lo busca, el Señor no permitirá que dicho mensaje e historia permanezcan por siempre enterrados o distorsionados. Te invitamos a continuar leyendo e investigando. Nos permitimos aquí hacerte un par de recomendaciones prácticas relativas a fuentes de información e inspiración en relación con el mensaje e historia de 1888: (1) El importantísimo libro de Ellen White ‘Testimonios para los ministros’, especialmente sus páginas 76-80, 89-98, 105-111, 295-296 y 300, 359-364, 409-413, 465-471 y 494. Y de este mismo sitio web, el libro ‘Introducción al mensaje de 1888’.

Es nuestra oración que el Espíritu Santo te inspire y te guíe a toda la verdad, de forma que en ti llegue a ser una realidad, y ames “el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu” (TM 91.2).

 

Notas:

 

1.     1 Mensajes Selectos, 276.

2.     Special Testimonies, Serie A, nº 6, 19-20; The Ellen G. White 1888 Materials, 1478.

3.     Review & Herald, 21 enero, 28 enero, 4 febrero, 11 febrero, 25 febrero, 8 abril, 1890.

4.     Unos pocos ejemplos: The Ellen G. White 1888 Materials, 406, 512, 541, 911-913, 1478, 1479, 1651 y 1656.

5.     Encontramos la expresión “credenciales divinas” en: Review & Herald, 18 marzo 1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 497, 543, 545, 575, 595, 722, 835, etc.

6.     Testimonios para los ministros, 91-93.

7.     The Ellen G. White 1888 Materials, 1814.

8.     The Ellen G. White 1888 Materials, 1478.

9.     1 Mensajes Selectos, 276.

10.   “El Señor no me envió a este país [Australia]” Cada día con Dios, 59; The Ellen G. White 1888 Materials, 1622-1623.

11.   Ver historia de Esaú en Gén 25:27-34 y Heb 12:16-17.


 

Resumen

¿En qué consistió el mensaje de 1888?

Diez elementos singulares y esenciales del mensaje de 1888

 

 

1.     El amor de Cristo es activo; no meramente pasivo. Como Buen Pastor que es, está buscando sin cesar a sus ovejas perdidas. La salvación no se basa en nuestra búsqueda de él, sino en que creamos que él nos está buscando a nosotros. Nuestra búsqueda de él consiste en realidad en nuestra respuesta de fe a su búsqueda de nosotros. Él ha tomado la iniciativa. Los que finalmente se pierden, resistieron y despreciaron la iniciativa mediante la que Cristo los atrae con su amor. En eso consiste la incredulidad (Mar 16:16).

 

2.     Por lo tanto, resulta difícil perderse y fácil ser salvo, una vez que comprendemos y creemos lo buenas que son las buenas nuevas. Puesto que Cristo pagó ya la paga del pecado de todos y cada uno, la única razón por la que uno puede ser finalmente condenado es la persistente incredulidad, el endurecimiento del corazón que rehúsa apreciar la redención obrada por Cristo en la cruz, y ministrada por él mismo como Sumo Sacerdote. El auténtico evangelio desenmascara esa misteriosa incredulidad y lleva a un arrepentimiento que prepara la iglesia para el regreso de Cristo. El orgullo humano, el ansia de halago procedente de otros seres humanos, son inconsistentes con la verdadera fe en Cristo, y constituyen signos inequívocos de la existencia de incredulidad, incluso en la iglesia.

 

3.     En su búsqueda de la raza humana perdida, Cristo recorrió todo el camino, tomando sobre sí y asumiendo la naturaleza humana —pecaminosa— del hombre en su condición caída. Lo hizo así a fin de poder ser tentado en todo como nosotros, pero demostrando una perfecta justicia “en semejanza de carne de pecado” (Rom 8:3-4. El mensaje de 1888 entiende que “semejanza” significa semejanza: NO “diferencia”. “Justicia” es un término que no se aplica a Adán en su condición previa a la caída, como tampoco a los ángeles santos. La “justicia de Cristo” ha de referirse a la santidad que ha entrado en conflicto con el pecado en carne humana caída, y ha triunfado sobre el mismo.       
Por lo tanto, “el mensaje de la justicia de Cristo” que tanto alegró a Ellen White en 1888 está fundado en esa comprensión específica de la naturaleza humana que Cristo tomó al nacer de María. Si él hubiera tomado la naturaleza impecable de Adán antes de su caída, la expresión “la justicia de Cristo” sería irrelevante. Los mensajeros de 1888 vieron que la doctrina según la cual Cristo tomó solamente la naturaleza de Adán antes de su caída es un legado del romanismo, la insignia del misterio de iniquidad, que lo mantiene “alejado”, y no “cercano, al alcance de la mano”.

 

4.     Así, nuestro Salvador “condenó al pecado en la carne” de la humanidad caída. ¡Lo condenó en tu carne! Significa que ha hecho del pecado algo inexcusable, totalmente innecesario a la luz de su ministerio. Es imposible tener verdadera fe en Cristo y continuar en el pecado. No podemos excusarlo diciendo: ‘Al fin y al cabo soy humano’, o ‘el diablo me hizo pecar’. A la luz de la cruz, el diablo no puede forzar a nadie a pecar. Ser verdaderamente “humano” es tener un carácter semejante al de Cristo, ya que él fue plenamente humano, tanto como divino. La aceptación de ese mensaje por parte de la iglesia, incluyendo a sus dirigentes, significa preparación para la traslación.

 

5.     En consecuencia, la fe genuina es el elemento requerido para que el pueblo de Dios se prepare para el retorno de Cristo. Pero eso es precisamente de lo que la iglesia carece. La iglesia se ve a sí misma como quien es “rico... y... [se siente] enriquecido”, cuando de hecho la raíz de su pecado, especialmente desde 1888, ha sido la más patética incredulidad. La justicia viene por la fe; es imposible tener fe y no demostrarla en la vida, puesto que la fe siempre obra por el amor (Gál 5:6). Nuestros fracasos morales y espirituales son el fruto de mantener vivo el pecado del antiguo Israel: la incredulidad (Heb 3:19).

 

6.     Desde 1844, la “justicia por la fe” tiene un significado específico y determinado. Es “el mensaje del tercer ángel en verdad”. Significa que va más allá de lo que los Reformadores enseñaron, o que la comprensión común de las iglesias populares (caídas) de nuestros días. Es un mensaje de gracia que “sobreabundó”. Es paralelo y consistente con la verdad singularmente adventista de la purificación del santuario celestial, una obra que incluye la plena purificación de los corazones del pueblo de Dios en la tierra antes del cierre del tiempo de prueba y del regreso de Cristo.

 

7.     El sacrificio de Cristo en la cruz no es meramente provisional, sino efectivo para todo el mundo. La única forma en que uno puede perderse, es si escoge resistir la gracia salvadora de Dios. Para aquellos que finalmente sean salvos, fue Dios quien tomó la iniciativa; para los que se pierdan, fue su propia iniciativa la que lo logró. La salvación es por la fe; la condenación es por la no-fe, o incredulidad. Pero la verdadera fe queda en marcado contraste con su falsificación.

 

8.     Por lo tanto, el sacrificio de Cristo justificó legalmente a “todo hombre”, y salvó literalmente al mundo de una destrucción prematura. Todos los seres humanos le deben su vida física actual, sea que crean o no en él. El sello de su cruz está estampado en cada pan. Cuando el pecador oye y cree el evangelio en su pureza, es justificado personalmente por la fe. Los perdidos rechazan deliberadamente la justificación que Cristo efectuó en su favor. Pisotean la salvación que les fue ya dada (no simplemente ofrecida o prevista, como fue la comprensión de Arminio).

 

9.     La justificación por la fe es, por lo tanto, mucho más que una declaración de absolución que depende de la iniciativa del pecador. La fe es una apreciación de la iniciativa de Dios, y cambia el corazón (2 Cor 5:17). El pecador recibe ahora la expiación, o reconciliación con Dios (Rom 5:11). Es imposible estar verdaderamente reconciliado con él, y no estarlo a la vez con su santa ley. Por consiguiente, la verdadera justificación por la fe hace al creyente obediente a todos los mandamientos de Dios (hay una relación directa entre la verdadera justificación y la observancia del sábado).

 

10.   Ese maravilloso cambio se cumple por el ministerio del nuevo pacto. El Señor escribe su ley en el corazón del creyente, de forma que ahora se goza en la obediencia. Eso provee una nueva motivación que va mucho más allá del mero temor a perderse o de la esperanza de recompensa (cualquiera de las citadas motivaciones nos sitúa en esa condición que Pablo llama “bajo la ley”). El pacto antiguo y nuevo no son asunto de tiempo (dispensacionalismo), sino de condición. Abraham tuvo fe y vivió bajo el nuevo pacto. Muchos viven hoy aún bajo el antiguo pacto, ya que su motivación no va más allá de la preocupación egocéntrica. El antiguo pacto es la promesa de los hombres de ser fieles a Dios; el nuevo pacto es la promesa de la fidelidad de Dios al hombre. La salvación viene al creer las promesas que Dios nos hace; no al hacerle a él promesas.


 

 

Editado por el pastor Don Anderson (British Columbia Conference)

 

 

 

 

Respuesta a una oración persistente

 

Muchos miles de adventistas del séptimo día en todo el mundo están deseosos de comprender lo que está sucediendo en la providencia de Dios.

Han oído hablar de algo misterioso conocido como “1888”. No saben en qué consiste, pero se trata de algo que vuelve una y otra vez.

Este resumen puede ayudarte a poseer la información sólida y consistente que necesitas. El contenido de esta obra ha ayudado ya a muchos a resolver la confusión reinante. Fortaleció su confianza en cómo dirige Dios a su iglesia. Aprendieron una esperanza más significativa de triunfo final del evangelio. Sí: en esta generación.

 

 

 

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