Cómo afrontar la oposición

(R.J. Wieland)

 

Mi implicación con 1888 hace que me sienta perseguido en la iglesia

¿Qué debo hacer?

 

Primeramente, postrado de rodillas, analiza si el mensaje es verdaderamente “preciosísimo” —como Ellen White dijo que era— o si es fanatismo. Dispones de la Biblia y del Espíritu de Profecía. Confía en la promesa de Cristo:

El que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo (Juan 7:17).

Está a tu alcance estudiarlo personalmente. ¿Por qué no creer que tu Padre celestial no te dará jamás una piedra, siendo que le pides pan? (Lucas 11:9-13).

Una vez que eso se grabe en tu mente y corazón, permite que sea la Biblia la que te enseñe cómo afrontar la oposición y el rechazo. Otros que lo experimentaron con anterioridad se entregaron a tal estudio y oración. Frente a una oposición incomprensible, Jeremías se gozó así:

Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón (Jer 15:16).

El Señor dice:

No temas, que yo soy contigo (Isa 41:10; Eze 2:6; 3:9).

Dice Juan, en relación con la oposición:

Hermanos míos, no os maravi­lléis si el mundo os aborrece (1 Juan 3:13).

Siguen algunos ejemplos bíblicos que proporcionan luz y ánimo:

1. José sufrió oposición de parte de sus hermanos mayores, quienes constituían en aquel tiempo los “dirigentes” de la iglesia verdadera. Lo vendieron como esclavo debido a que aborrecían sus sueños proféticos. En otras palabras: se oponían al Espíritu de Profecía de sus días (Gén 37:4-27). José casi desesperó en llanto incontenible durante su primera noche de esclavitud, pero después tomó la determinación de confiar en el Dios de sus padres y serle fiel (Patriarcas y profetas, 191-192; granate: 214-215). Totalmente solo en Egipto, escogió creer las buenas nuevas de sus sueños juveniles, incluso aunque “afligieron sus pies con grillos; en hierro fue puesta su persona. Hasta la hora que… el dicho de Jehová le probó” (Sal 105:17-19).

El mismo “dicho de Jehová” debe probarnos a nosotros:

Pronto los hijos de Dios serán probados por intensas pruebas, y muchos de aquellos que ahora parecen ser sinceros y fieles resultarán ser vil metal. …El permanecer de pie en defensa de la verdad y la justicia cuando la mayoría nos abandone, el pelear las batallas del Señor cuando los campeones sean pocos, esta será nuestra prueba (5 Testimonios, 127-128).

La experiencia de José bien merece nuestra atenta lectura y estudio. Aunque podamos sentirnos desesperadamente solos, cobraremos ánimo para permanecer firmes por el Señor.

Durante todos esos años de prueba, José mantuvo su fe en lo que equivale al arrepentimiento corporativo y denominacional. Creyó:

·       que Dios daría a sus hermanos verdadero arrepentimiento.

·       que el Señor bendeciría a los hijos de Israel con el reavivamiento y la reforma.

·       que en ellos serían benditas “todas las familias de la tierra” (Gén 12:3).

Fue esa fe la que evitó que cayera en la amargura o el resentimiento hacia sus hermanos. Le guardó asimismo del desánimo durante la larga espera.

Para José, la familia de Jacob era tan ciertamente la auténtica iglesia remanente de sus días, como lo es para nosotros la Iglesia denominacional organizada. Y la necesidad espiritual de sus diez hermanos era, por lo tanto, similar a la necesidad de la iglesia remanente de nuestros días. Hasta su mismo padre Jacob se había entregado a la desesperanzada incredulidad, dudando de las buenas nuevas. Así pues, no solamente sus hermanos, sino el propio Jacob estaba en necesidad de arrepentimiento.

Observa: Jacob sabía que era el Señor quien había dado aquellos sueños inspirados a José (Gén 37:9-11), sin embargo, cuando los hermanos malvados le trajeron la preciosa túnica de su hijo manchada de sangre, sacó rápidamente la conclusión errónea: “Alguna mala bestia le devoró” (v. 33). Tan densa y honda era la incredulidad de Jacob, que cuando sus diez hijos le trajeron las nuevas de aquel terrible gobernador de Egipto que solicitaba ver a Benjamín, cedió a la desesperación y clamó:

José no parece, Simeón tampoco, y a Benjamín lo llevaréis. Contra mí son todas estas cosas (42:36).

De hecho, “todas estas cosas” ¡eran en su favor! Sin embargo, todo cuanto pudo hacer fue elevar una patética —pero totalmente innecesaria— oración para que el Señor, de alguna forma, pudiese tocar con su “gracia” el supuestamente cruel corazón de aquel gobernador de Egipto (43:14).

Aunque mermado, José había suscitado un verdadero reavivamiento y reforma en su “iglesia”.

2. David sufrió oposición por parte de Saúl, el rey ungido de Israel, el dirigente eclesiástico de su tiempo. Perseguido como una fiera por los montes, David se vio forzado a refugiarse en cavernas, aunque se supo en todo tiempo progenitor del Mesías, “ungido del Señor” y destinado a reinar algún día.

Sin embargo, fue leal a Israel y a los principios de organización y dirección. Cuando se encontraba en una cueva y Saúl entró en ella inadvertidamente, los hombres de David le susurraron:

He aquí el día: ¡mátalo! David rehusó y dijo a los suyos: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová (1 Sam 24:5-7).

La lección para el pueblo de Dios consiste en que el “ungido” merece el respeto debido a Aquel que lo ungió.

Sin embargo, eso no significa que se deba sufrir la falsa acusación de deslealtad sin protestar. David no fue solamente respetuoso, sino también claro en su defensa ante el rey. Fue leal a la dirección de la iglesia:

¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal?… Jehová pues será juez, y él juzgará entre mí y ti. Él vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano (v. 10-16).

¿Por qué permitió el Señor que David padeciera diez largos años de esa clase de injusticia? El futuro rey tenía lecciones que aprender, y nos enseña en sus salmos cómo también nosotros debemos ser pacientes bajo el abuso y la oposición. Léelos y encontrarás aliento. La prueba más difícil viene en los últimos días.

Con una sola excepción (el Salmo 88), David acabó todos sus salmos eligiendo confiar en que el Señor defendería lo recto y haría prevalecer la verdad. Los Salmos que escribió mientras era perseguido por Saúl son especialmente vibrantes. En el 52:9 oró así:

Esperaré en tu nombre, porque es bueno, delante de tus santos.

En el 54:3-4:

Extraños se han levantado contra mí, y fuertes buscan mi alma… El Señor es con los que sostienen mi vida.

En el 56:3-11:

En el día en que temo, yo en ti confío… En Dios confío. No temeré. ¿Qué me puede hacer el mortal? Todo el día tuercen mis palabras. Todos sus pensamientos son contra mí para el mal. Se reúnen, se esconden, miran atentamente mis pasos… juntas mis lágrimas en tu redoma. ¿No están escritas en tu libro? En Dios he confiado.

En 57:4 y 7 se lamenta así:

Estoy entre leones… Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto.

Mientras se escondía en el desierto, escribió:

De ti me acuerdo en mi lecho, medito en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, bajo la sombra de tus alas me regocijaré… la boca de los que hablan mentira será cerrada (63:6 y 11).

¿Cómo podemos entender las imprecaciones de David a sus enemigos?

(a) Sabemos que no albergaba ningún odio personal ni resentimiento hacia el rey Saúl, ya que rehusó repetidamente dañarle cuando tuvo la posibilidad de hacerlo (1 Sam 24:6 y 10; 26:9-11). Jamás intentó atacar a Saúl o a su corte, o de alguna manera destruir —ni siquiera debilitar— el gobierno de este, ni incluso teniendo en cuenta que tal gobierno había perdido la razón. Trasladado a nuestra actual situación, no habría osado jamás aceptar diezmos ni iniciar una nueva organización. Cuando Saúl pereció en el monte de Gilboa, David hizo luto por él en sincera lamentación y lealtad a Israel (2 Sam 1:17-27).

(b) Consideró su unción de forma objetiva. Su realeza divinamente señalada era una institución sagrada, no un triunfo personal. Era el cumplimiento de la promesa divina hecha a Abraham de que mediante sus descendientes serían benditas “todas las familias de la tierra” (Gén 12:3).

(c) Eso hacía posible que sus oraciones vindicatorias no estuviesen manchadas por el egoísmo, por su reafirmación personal. En él como rey, vio una anticipación de Cristo como Mesías. Pudo maldecir a sus enemigos con amor desprovisto de egoísmo (cercano al agape).

(d) Esa comprensión de sus enemigos en tanto que enemigos de Dios, hizo que sus imprecaciones se convirtieran en clamores por el triunfo de Cristo en el gran conflicto de los siglos. El rey Saúl era un tipo de Judas Iscariote (Sal 109:6-15; Hechos 1:20). El pensamiento de que Satanás sería derrotado se expresaba en toda justicia y amor.

En cierta ocasión David estuvo a punto de perder su fe en que el arrepentimiento, reforma y vindicación de la verdad fuesen a llegar alguna vez a Israel. Pero se arrepintió, y la bendición llegó por fin (Patriarcas y Profetas, 659; granate: 728). Sus salmos vinieron a ser el “pan” que siglos más tarde alimentó al “Hijo de David”. Jesús se remitió a ellos al sufrir oposición constante de parte de los dirigentes de Israel.

3. Elías se las tuvo que ver solo en la iglesia de sus días.

Él no procuró ser mensajero del Señor; la palabra del Señor le fue confiada (Profetas y Reyes, 88).

No era un oportunista en busca de una ocasión para exaltarse y brillar. Tras ferviente, prolongada y agonizante oración, constreñido por el amor de Cristo, se dirigió al rey sin rodeos, confiado en la victoria final (1 Rey 17:1). Tenía fe en el arrepentimiento de la nación: el equivalente al arrepentimiento denominacional esperado en nuestros días:

Elías el tisbita inició sin embargo su misión confiando en el propósito que Dios tenía de preparar el camino delante de él y darle abundante éxito. La palabra de fe y poder estaba en sus labios, y consagraba toda su vida a la obra de reforma (Profetas y Reyes, 87).

Tenía elevadas esperanzas de que Israel como nación retornara a su lealtad a Dios y gozara nuevamente del favor divino (3 Testimonies, 321).

Cuando sufrió la persecución del rey y la reina de Israel, no mostró amargura ni resentimiento ni se determinó a abandonar Israel, la iglesia de su día. Su fe flaqueó en cierta ocasión, cuando temporalmente desesperó de que la nación se reformase finalmente alguna vez, pero se arrepintió de ello y volvió humildemente a su obra (1 Reyes 19:1-15; Profetas y Reyes, 124-131).

La experiencia de Elías nos recuerda que el arrepentimiento y la reforma no son la obra de un momento, un seminario ni una asamblea. Elías se vio una y otra vez en necesidad de mantener lo recto frente a una oposición constante y astutamente renovada. Tenemos aquí una de las más reconfortantes declaraciones en favor de aquellos que se ponen de parte del bien, y en contra de la oposición y apostasía en la iglesia:

Los que, mientras dedican las energías de su vida a una labor abnegada, se sienten tentados a ceder al abatimiento y la desconfianza, pueden cobrar valor de lo que experimentó Elías. El cuidado vigilante de Dios, su amor y su poder se manifiestan en forma especial para favorecer a sus siervos cuyo celo no es comprendido ni apreciado, cuyos consejos y reprensiones se desprecian y cuyos esfuerzos por las reformas se retribuyen con odio y oposición…

Los que, destacándose en el frente del conflicto, se ven impelidos por el Espíritu Santo a hacer una obra especial, experimentarán con frecuencia una reacción cuando cese la presión. El abatimiento puede hacer vacilar la fe más heroica y debilitar la voluntad más firme. Pero Dios comprende, y sigue manifestando compasión y amor. Lee los motivos y los propósitos del corazón. Aguardar con paciencia, confiar cuando todo parece sombrío, es la lección que necesitan aprender los dirigentes de la obra de Dios. El cielo no los desamparará en el día de su adversidad. No hay nada que parezca más impotente que el alma que siente su insignificancia y confía plenamente en Dios, y en realidad no hay nada que sea más invencible… El que fue la fortaleza de Elías es poderoso para sostener a cada hijo suyo que lucha, por débil que sea… en el poder de Dios puede ser fuerte para vencer el mal y ayudar a otros a vencerlo (Profetas y Reyes, 128-129).

En los días de Elías la apostasía consistía en el sofisticado engaño de la adoración a Baal: el equivalente a lo que hoy entendemos por una falsa justicia por la fe. Tras un siglo de tinieblas espirituales en continua progresión, los dirigentes nacionales y el pueblo supusieron de hecho que se trataba de la verdadera adoración (Profetas y Reyes, 87-90; 92, 97, 108 y 113). ¿Por qué? El nombre “Baal” era la forma habitual de designar al señor o marido (los israelitas temían pronunciar el sagrado nombre de Dios). Baal significaba la noción ecuménica de Dios tal como la enten­dían los pueblos circundantes. ¿Por qué no ser como ellos? ¿Por qué no tomar prestados de la “Babilonia” de aquellos días sus conceptos de teología y adoración? Los dirigentes y la vasta mayoría de la “iglesia verdadera” de los días de Elías se habían deslizado en la apostasía de forma inadvertida.

[Jezabel] …acompañada en ello por casi todo Israel, denunció a Elías como causa de todos los sufrimientos (Profetas y Reyes, 91).

Como resultado directo del rechazo al mensaje de la justicia de Cristo dado en 1888, dice Ellen White que fue creado un vacío que ha llevado a la confusión de la moderna adoración a Baal:

Los prejuicios y opiniones que prevalecieron en Minneapolis no han desaparecido de ninguna manera; las semillas que se sembraron allí en algunos corazones están listas para brotar y producir una cosecha semejante. La parte superior fue cortada, pero nunca se desarraigaron sus raíces, y todavía producen su fruto impío para emponzoñar el juicio, pervertir las percepciones y cegar el entendimiento con respecto al mensaje y los mensajeros…

Para muchos, el clamor de su corazón ha sido: “No queremos que este reine sobre nosotros”. Baal, Baal, eso han elegido. La religión de muchos será la del apóstata Israel porque aman su propio camino y olvidan el camino del Señor. La verdadera religión, la única religión de la Biblia, que enseña el perdón sólo por los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que propugna la justicia por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada, criticada, ridiculizada y rechazada. Se la ha acusado de inducir al entusiasmo y el fanatismo (Testimonios para los ministros, 467-468).

El Señor ha prometido enviar “a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible” (Mal 4:5). El mensaje de Juan Bautista cumplió la profecía para aquel tiempo (Mat 11:12-14). En su día, Ellen White reconoció que el mensaje de 1888 cumplía esa profecía (1 Mensajes Selectos, 482). En nuestros días, ¿será “Elías” algún superhombre o super-mujer caracterizado por su gran carisma? El Señor “suscitará hombres y mujeres entre la gente corriente para hacer su obra, así como en la antigüedad llamó a pescadores para que fuesen sus discípulos. Pronto habrá un despertar que sorprenderá a muchos. Aquellos que no comprenden la necesidad de lo que debe hacerse, serán pasados por alto, y los mensajeros celestiales trabajarán con aquellos que son llamados gente común, capacitándolos para llevar la verdad a muchos lugares” (Eventos de los últimos días, 208). Aunque considerablemente obstaculizado, Elías llevó a cabo un reavivamiento y reforma en Israel; y “Jehová, el Dios de Elías” sostendrá también hoy a sus siervos para producir reavivamiento y reforma, aunque obren evidentemente obstaculizados.

4. Jeremías sufrió oposición de parte del rey, los príncipes, los sacerdotes, los falsos profetas y “todo el pueblo”. A pesar de ello mantuvo su fidelidad a los dirigentes de la nación y no tomó medida alguna para iniciar una nueva organización. Cuando Irías, un capitán de la guardia, le acusó de ser desleal a los dirigentes de la iglesia de su tiempo, replicó: “Falso”. Sin embargo, “los príncipes se airaron contra Jeremías” (Jer 37:13-15).

El profeta era una persona sensible, que rehuía la controversia (1:6; 17:16-18).

¡Ay de mí, madre mía, que me has engendrado hombre de contienda, de discordia para todo el país! (15:10).

Prácticamente en ningún momento de su larga misión tuvo respiro de la constante oposición por parte de los dirigentes de su nación. Tan pertinaz fue la oposición, que en una ocasión cedió temporalmente al desánimo:

Oh Eterno, me sedujiste, y fui seducido… Entonces dije: “No lo mencionaré más, ni hablaré más en su Nombre”. Pero su Palabra fue en mi corazón como un fuego ardiente, prendido en mis huesos. Traté de sufrirlo, y no pude (20:7-10).

Derramó su alma en angustiosa oración:

Tú eres siempre justo, oh Eterno… ¿Por qué prosperan los impíos, y tienen bien los desleales? Los plantaste, y echaron raíces… Cerca estás tú en sus bocas, pero su corazón está lejos de ti (12:1-2).

Oigo la murmuración de muchos: “Terror por todas partes. Denunciad, denunciémoslo”. Todos mis amigos miraban si claudicaría. “Quizá falle” —decían—, y prevaleceremos contra él y nos vengaremos de él (20:10).

¿Por qué ha de ser perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada y sin cura? ¿Serás para mí como algo ilusorio, como agua inestable? (15:18).

Su más amarga prueba fue la falsa teología de los “profetas” que proclamaron sobre él:

Visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón (14:14).

Jeremías sabía que solamente el arrepentimiento podía salvar a la nación de la ruina total, sin embargo, esas grandes personalidades con carisma, grandes engañadores como Hananías, dijeron que el mensaje del Señor era:

No veréis cuchillo ni habrá hambre en vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera (14:13; 28:1-17).

El rey, los príncipes, sacerdotes y el pueblo, preferían ese mensaje de ‘todo está bien, todo está bien…’, antes que el llamado de Jeremías al arrepentimiento (6:14).

La adoración a Baal escaló un peldaño más en los días de Jeremías. Los sacerdotes y profetas la habían entretejido sabiamente con la adoración al Señor en el templo de Jerusalem:

¿Incensando a Baal… vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?… pusieron sus abominaciones en la casa sobre la cual mi nombre fue invocado, amancillándola (7:9-10 y 30).

¡El pueblo era incapaz de ver la diferencia!

¿Cómo dices: No soy inmunda, nunca anduve tras los Baales?… Porque soy inocente, de cierto su ira se apartó de mí (2:23 y 35).

Pashur sacerdote… que presidía por príncipe en la casa de Jehová… hirió Pashur a Jeremías profeta, y púsole en el cepo” humillándolo públicamente (20:1-2).

Uno puede imaginar la opresión y el ridículo que tuvo que soportar Jeremías al ser rechazado por los dirigentes de la “Asociación General” de sus días:

Cada día he sido escarnecido; cada cual se burla de mí (20:7).

Pero no hemos de concluir que Jeremías sufriera sin protestar. En cierta ocasión, tras haber proclamado su mensaje con franqueza, “los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto morirás” (26:8). Se estableció un tribunal. Fue acusado de crítica desleal.

Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: En pena de muerte ha incurrido este hombre; porque profetizó contra esta ciudad (v. 11).

La respuesta de Jeremías fue suave como la seda, pero dura como el acero:

En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos: haced de mí como mejor y más recto os pareciere. Mas sabed de cierto que, si me matáreis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad, y sobre sus moradores: porque en verdad Jehová me envió a vosotros para que dijese todas estas palabras en vuestros oídos (v. 12-15).

En esa ocasión Dios suscitó defensores en la persona de algunos ancianos: “Los príncipes y todo el pueblo”, quienes se arrepintieron tras oír la firme defensa de Jeremías. Otro profeta —Urías—, quien proclamó también el mismo mensaje pero a quien le faltó valor, no fue igualmente bendecido: “Cuando el rey Joacim… procuró matarlo”, Urías perdió su fe, “temió, y huyó a Egipto”. Allí fue apresado y muerto por los hombres del rey (v. 20-23). La lección es esta: sé amable, respetuoso, cortés, manifiesta el espíritu cristiano, pero mantente firme por la verdad; es pecado ceder al temor.

Debemos conducirnos de modo que evitemos correr allí donde el Señor no nos ha enviado, tal como hicieron los falsos profetas en los días de Jeremías (23:21), de modo que sepamos cuándo nos pide el Señor que digamos algo.

No hay duda que la voluntad del Señor es que muchas personas, en muchos lugares, cobren ánimo del ejemplo de Jeremías, efectúen su obra en su área, conozcan la verdad profundamente y den un testimonio fiel cuando el Señor haga claro el deber.

5. Jesús sufrió la más espantosa oposición de parte de los dirigentes. Peor a la que nadie haya jamás sufrido. Su instrucción se aplica directamente al problema de cómo deben afrontar la oposición y la falsedad sus seguidores:

He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos: sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas...

Guardaos de los hombres: porque os entregarán en concilios, y en sus sinagogas os azotarán…

Cuando os entregaren, no os apuréis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado qué habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros…

El hermano entregará al hermano a la muerte, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres… mas el que soportare hasta el fin, este será salvo…

El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor (Mat 10:16-24).

El consejo “no os apuréis por cómo o qué hablaréis”, no significa que no debemos esforzarnos por adquirir un conocimiento cabal de la verdad. La única forma en la que el Espíritu Santo puede ayudarnos es recordándonos todas las cosas que Jesús nos ha enseñado previamente en su Palabra (Juan 14:26). El saber que la verdad es invencible constituye una muy buena nueva. Hasta que llegue ese triste día en que el Espíritu Santo se retire totalmente de la tierra, los corazones sinceros continuarán respondiendo a la clara presentación de la verdad.

Así pues, se impone el más esmerado estudio de la verdad.

Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad (2 Tim 2:15).

Podemos aprender una lección animadora: Jesús conoce lo que uno siente al sufrir oposición por parte de nuestra familia y de nuestros hermanos y hermanas de la membresía de la iglesia. Su misma congregación local intentó despeñarlo desde la cumbre de un monte (Luc 4:29).

6. Es posible que no hayamos reparado en la gran oposición que Pablo sufrió de parte de los dirigentes de la iglesia primitiva. En el Nuevo Testamento afloran algunas evidencias de ello. Pedro actuó en su contra en Antioquía, forzando a Pablo a una confrontación pública (Gál 2:11-14). Ante la oposición subrepticia, se vio forzado a defender su apostolado (1 Cor 15:9-10; 2 Cor 11:23). Finalmente, el apoyo a medias y el mal consejo de los hermanos dirigentes de Jerusalem acortaron su ministerio (Hechos 21:18-31).

La más viva descripción de esa tragedia, por parte de Ellen White, la encontramos en su libro The Sketches From the Life of Paul, que es aun más clara que en Los hechos de los apóstoles.

[Pablo] no podía contar con la simpatía y el apoyo ni siquiera de sus propios hermanos en la fe. Los judíos faltos de conversión que tan de cerca habían seguido sus pasos, no se habían guardado de hacer circular en Jerusalem los informes más desfavorables, mediante carta y también personalmente, en relación con él mismo y su obra, y algunos, incluso entre los apóstoles y ancianos, aceptaron esos informes como siendo verdad, sin hacer ningún esfuerzo por contrarrestarlos ni manifestar el más mínimo deseo de procurar la armonía…

Los ancianos de la iglesia erraron al permitir ser influenciados por los enemigos del apóstol… Ahora era la oportunidad de oro para que esos hermanos dirigentes confesaran sinceramente que Dios había obrado mediante Pablo, y que se habían equivocado al permitir que los informes de sus enemigos suscitaran celos y prejuicio contra él. Pero en lugar de hacer justicia al que habían herido, lo siguieron presentando como el responsable del prejuicio existente, como si él les hubiese dado causa para tales sentimientos. No se levantaron noblemente en su defensa ni se esforzaron por mostrar su error a la parte equivocada; en lugar de eso responsabilizaron totalmente a Pablo, aconsejándole seguir un curso de acción tendente a eliminar toda prevención contra él (207 y 211-212).

Ese curso de acción desembocó en su arresto en el templo de Jerusalem.

Sin embargo, Pablo se mantuvo leal a sus desalmados compañeros de apostolado. Ante los falsos informes y la oposición, demostró plenamente su amor por las almas y por la iglesia, y viene a ser el campeón del respeto exquisito hacia los dirigentes de la iglesia de sus días.

7. Como último ejemplo de resistencia frente a la oposición y el prejuicio, recurrimos a un personaje extrabíblico: la propia Ellen White. Sólo recientemente se ha sabido cómo la oposición de 1888 fue también dirigida personalmente contra ella. El Dr. Robert Olson afirmó que en 1888 se la “desafió públicamente” (Adventist Review, 30 octubre 1988). La portada de la Review del 12 de diciembre de 1991 desveló que “hace cien años, ciertos dirigentes en Battle Creek hicieron embarcar hacia Australia a Ellen White -en contra de su voluntad- … ‘exilio’”. Dijo ella misma: “No tuve ni un rayo de luz referente a que él [Señor] quisiera que viniera a este país [Australia]. Vine en sumisión a la voz de la Asociación General, que siempre he considerado como la autoridad” (1 Manuscript Releases, 156.3).

En 1896 escribió con franqueza al presidente de la Asociación General:

Nuestra salida de América no fue conforme al Señor… Si su percepción espiritual hubiese discernido la verdadera situación, nunca habría consentido el movimiento realizado… Era tan grande el deseo de que nos fuésemos, que el Señor permitió que tal cosa ocurriera. Los que estaban hartos de los testimonios dados, quedaron libres de las personas que les causaban fastidio. Nuestra separación de Battle Creek permitiría que los hombres siguieran su propio camino y voluntad…

Pero cuando el Señor me presentó ese asunto tal como era en realidad, no dije nada a nadie… Cuando nos fuimos… el Señor fue agraviado (Carta 127, 1896).

El Señor transformó el “exilio” en un bien para Australia, y la propia Ellen White obtuvo gozo de esa pena. Ese es un buen ejemplo para todos los que se sienten oprimidos y sufren oposición por parte de sus hermanos. Ellen White anhelaba con todo su corazón que el mensaje del cuarto ángel, que ella sabía que había comenzado en 1888, alumbrara toda la tierra con su gloria y pudiese cumplirse en su día la comisión evangélica. Fue obligada a reconocer con tristeza que tendría que producirse un retraso de “muchos más años” (Evangelismo, 505). Eso fue una dolorosa cruz que ella llevó pacientemente hasta pasar al descanso en 1915. Jones y Waggoner no fueron tan pacientes. No pudieron digerir un siglo más de retraso, y cayeron en el desánimo y la confusión.

La oposición que enfrentó Ellen White no fue algo placentero. Fue peor que el ostracismo que había padecido de parte de la Iglesia metodista en 1843 (1 Testimonios, 45-47), ya que llegó a decir: “Jamás en la experiencia de mi vida fui tratada como en la [reciente asamblea de la] Asociación” (Carta 7, 9 diciembre 1888).

He buscado al Señor diariamente para pedirle sabiduría, y que no me dejara caer en el desánimo total, descendiendo así a la tumba con el corazón quebrantado al igual que mi marido… Se oyeron voces que me sorprendió… oír, atrevidas y decididas en denunciar[me]. Y de todos aquellos que tan libres se han sentido de ir adelante con sus crueles palabras, ni uno sólo ha venido a mí a preguntarme si esos informes y sus suposiciones eran verdaderos… Mi corazón se deshizo en mis entrañas.

…Pensé en la crisis que nos espera, y sentimientos que jamás he expresado con palabras me turbaron por un breve tiempo… “el hermano traicionará al hermano hasta la muerte” (Carta 1, 1890).

Ningún profeta de la antigüedad —ni siquiera Noé— debió esperar tanto como Ellen White para ver el fruto de su profecía: tan tempranamente como en 1850, proclamó que el fin estaba “cerca”. Noé debió esperar solamente 120 años; ahora hace más de 150 años desde que Ellen White profetizó. El ángel de Apocalipsis 10 proclama:

El tiempo [demora] no será más, pero en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado (v. 6-7).

Pero Satanás hace lo posible para que “el tiempo” [demora] sea más.

¿Dedicarás las energías de tu vida a cooperar con el ángel que declara que no debe haber más demora? Es absolutamente previsible que encuentres resistencia firme por parte del ángel caído que no desea que Jesús regrese. Pero nadie necesita luchar sólo, pues Jesús prometió:

He aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mat 28:20).

¡Confía en ello! Como humilde siervo de Cristo que amas la verdad, toma posición por él en el gran conflicto, ante todo el universo.

Cuando venga finalmente la última crisis y Jesús regrese, el tiempo parecerá muy corto al contemplarlo desde la perspectiva de nuestra preparación consumada.

Ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio (Apoc 12:11).

 

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