Querido amigo y amiga:

No se trata de fría y formal teología para especialistas, sino de verdad que tiene los pies en esta tierra, y que subyuga el corazón del sincero creyente, cuyo sueño anhelado es recibir a Cristo.

El nuevo pacto es la promesa unilateral de Dios, de escribir su santa ley en nuestros corazones pecaminosos. Es su promesa de darnos salvación eterna como un don gratuito, en Cristo. El viejo pacto, por el contrario, es la vana promesa de obedecer, hecha por el hombre, y egocéntrica en su motivación. Pablo tuvo la perspicacia de constatar que lleva a la "esclavitud" (Gál. 4:24). Los fracasos espirituales de multitudes de personas sinceras son en gran parte el resultado de haber asimilado ideas del antiguo pacto, durante su infancia o juventud en la iglesia. La verdad del nuevo pacto es un elemento esencial de la verdad que ha de alumbrar aún toda la tierra con la gloria del conocimiento de Dios (Apoc. 18:1). Pero aún en el presente tiene la virtud de disipar pesadas cargas de duda y desesperación de corazones que la comprenden y aceptan.

Estar "bajo la ley" implica la motivación del temor (Gál. 3, y 4:21). El viejo pacto se configuró en el monte Sinaí, cuando el auto-suficiente pueblo de Israel hizo su vana promesa de "hacer" todo lo que Dios había dicho (Éx. 19:8). Dios no les pidió que hicieran una promesa tal. La promesa de Pedro de no negar nunca al Señor está en la misma línea que la de los israelitas al pie del Sinaí (Éx. 19:4, Mar. 14:29-31). Esa pequeña gran ventana en la historia de Israel, se ha erigido como campo de batalla y contención durante décadas y siglos, para no pocos sinceros cristianos.

Dios hizo siete grandes promesas a Abraham (Gén. 12, 2 y 3), pero no le pidió a él que hiciera promesa alguna. De hecho, puedes leer la Biblia de la primera a la última página, y comprobarás como Dios no ha pedido ni pide nunca algo así. El Señor estuvo plenamente satisfecho con la respuesta de Abraham: el patriarca creyó de todo corazón en las promesas divinas (Gén. 15:5 y 6), y su respuesta no consistió en dirigir a Dios otra promesa. Las promesas de Dios tuvieron un carácter unilateral (Gén. 15:9-17). La ley escrita en tablas de piedra, y proclamada 430 años después, no anuló la gran promesa, sino que vino a ser nuestro instructor, tutelándonos durante nuestro largo rodeo por el desierto, hasta regresar a la experiencia de Abraham de ser "justificados por la fe" (Gál. 3:23-26). Abraham vino a ser el "padre de todos los creyentes" (Rom. 4:1, 11-13).

El Señor, en su gran misericordia, envió un preciosísimo mensaje de verdad evangélica del nuevo pacto a finales del siglo diecinueve, pero nunca fue apreciado ni recibido como debiera. Muchos han sufrido de inanición espiritual desde entonces. Se han producido toda clase de carencias y esclavitudes, corporativamente hablando, por falta de la verdad del nuevo pacto. Jesús se dirige a todos los niveles de liderazgo de la última iglesia –Laodicea-, en estos términos: "Sé, pues, celoso, y arrepiéntete" (Apoc. 3:19). Así pues, hay esperanza.

R.J.W.