Querido amigo y amiga:

¿Qué significa creer en Jesús? Podemos dedicar toda nuestra vida a responder esa cuestión. "La fe… obra por el amor", afirma Gálatas 5:6. Eso debe implicar sin duda un cambio del corazón y la vida, tan esenciales para heredar un lugar en el reino eterno de Dios. El evangelio es poder de Dios para salvación (Rom. 1:16), pero sólo puede serlo mediante la fe que obra. Así pues, ¿qué es fe?

El desamparado adicto a no importa qué diabólica esclavitud al pecado, clama desde el pozo en el que cayó, deseando saber cuál es esa fe que salva. Jesús dijo al angustiado padre de Marcos 9: "Al que cree todo le es posible". Esto es, al que tiene fe (vers. 23). El pobre padre clamó en su desesperación: "Creo; ayuda mi incredulidad" (vers. 24). Es equivalente a decir: ‘Ayúdame a tener -o a ejercitar- la fe’. ¡El Señor oyó y respondió esa oración!

¿Es lo mismo fe que confianza? Muchos responderían afirmativamente, pero en el griego del Nuevo Testamento hay dos palabras diferentes para referirse a cada una. No son conceptos idénticos. La "confianza" suele estar enraizada en una motivación egocéntrica. Confías en tu banco, en el servicio de policía de tu comunidad, etc. Tener fe, en el mero sentido de confiar en Jesús a fin de escapar al infierno, o de obtener la recompensa de las mansiones eternas, no puede ser el significado esencial de esa "fe que obra por el amor [ágape]".

Por consiguiente, para comprender lo que es la fe, hemos de explorar el significado de ese amor expresado en el original con el término ágape. En caso contrario nunca podremos escapar de la cárcel de la tibieza laodicense (Apoc. 3:14-17). Esta séptima iglesia necesita desesperadamente comprender en qué consiste ese "oro refinado en el fuego" del que Jesús afirma que carecemos, y que resulta no ser otra cosa que la "fe que obra por el amor" (1 Ped. 1:7; Gál. 5:6). Ahora bien, más allá de las palabras, ¿habremos de pasar toda una vida sin llegar a saber qué es la fe, la fe que salva? No queremos que sea así. No queremos oír finalmente del Señor: "Nunca os conocí" (Mat. 7:23).

Leyendo en los tesoros de segunda de Corintios, encontramos una luz indicadora: "¡Gracias a Dios por su don inefable!" Esa explosión de gratitud es muy reveladora. La gratitud no es una oración para pedir algo, sino que es la respuesta del corazón por haber recibido algo, o por haber aprendido algo. El término griego del que se ha traducido "inefable" contiene la idea de que el aprecio por lo que se ha recibido va más allá de lo que uno es capaz de expresar, o incluso comprender.

Ágape es el amor que llevó al Hijo de Dios en su encarnación a que "experimentara la muerte por todos" (Heb. 2:9), a que experimentara la iniquidad, el crimen, el pecado y desgracia acumulativos de todos los seres humanos, cuando fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Un tormento indescriptible.

La conclusión ha de ser que la fe es el aprecio del corazón, en respuesta al amor del Salvador que murió tu segunda muerte, que "derramó su vida hasta la muerte" (Isa. 53:12), que "se humilló a sí mismo" (Fil. 2:8). Siendo así, no es de extrañar que el amor de Cristo nos motive, haciendo que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros (2 Cor. 15:14 y 15). Sigues teniendo y ejerciendo tu libre albedrío, pero está gozosamente cautivo en un sentido mucho más sublime que cuando "te enamoras" en la concepción habitual de la expresión. Servirle es ahora tu gozo eterno, tienes una disposición permanente y entusiasta motivada por el amor, por su amor.

R.J.W.