Querido amigo y amiga:

¿Quieres leer un libro fascinante, diferente a los que la gente suele conocer y apreciar? Abre tu Biblia por segunda de Crónicas y sigue la narrativa desde la humilde plegaria del rey Salomón en procura de sabiduría en el primer capítulo, hasta la extinción cataclísmica del reino que había heredado de su padre David –en el capítulo 36-, el más humillante de los castigos divinos que haya sufrido jamás una nación.

La gloria de Salomón es casi increíble por su magnitud; pero sus abusos de poder contribuyeron a la revuelta de las diez tribus del Reino del Norte (Israel). Dicho reino no fue jamás bendecido ¡ni con un solo rey que fuera leal al Señor!

Sigue la historia del Reino del Sur (Judá): un contraste constante entre los esfuerzos de ciertos reyes por ser fieles al llamado divino (Abías, Asa, Josafat, Ezequías o Josías) y el resto de los reyes, quienes llevaron rápidamente al voluble pueblo nuevamente a la idolatría e inmoralidad de las naciones paganas que los rodeaban. No escarmentaron hasta que el glorioso templo de Salomón fue quemado, y fueron deportados por setenta años a la cautividad en Babilonia.

Uno contiene el aliento en la expectativa de lo que puede venir después. El autor anónimo de Crónicas hace un comentario recurrente de parte del Señor, alabando a un rey y condenando a otro. Se diría un Día del Juicio divino a permanencia.

Es inevitable hacerse la pregunta: "¿Cuál debió ser el error global de la nación que el Señor escogió como su agente para ganar almas, para alumbrar el mundo con su gloria? ¿Por qué fracasaron tan miserablemente los descendientes de Abraham?"

Hay evidencias que aparecen continua e insistentemente: incluso en sus mejores y más gloriosos días, su motivación para servir al Señor demostró ser siempre egocéntrica. "Haz lo correcto, y cosecharás una gran recompensa". "Servirle es rentable, sale a cuenta". El reproche, desde luego, no termina con el antiguo pueblo de Israel: en muchos lugares cantamos: "Oh, traedme el diezmo al granero... dice Jehová; quien sobre tierras y dinero, bendiciones abundantes pondrá". No es ciertamente la motivación más noble para servir al Señor. Analízala a la luz de Zacarías 12:10 y 13:6.

Ninguna otra cosa, excepto el Viejo Pacto que sus padres eligieron traer sobre ellos en el monte Sinaí, explica la confusión constante del Israel literal. Esa disposición de la mente, esa motivación mezquina, gobernó su relación con el Señor. Jeremías escribió que la llegada del Nuevo Pacto estaba aún en el futuro en sus días (31:31 y 32), al menos para la mayor parte del pueblo. ¿Lo está aún para nosotros hoy?

R.J.W.-L.B.