Querido amigo y amiga:

Efesios y Romanos enseñan de una forma muy especial que Cristo, el Hijo de Dios, vino a ser el postrer Adán en el mundo, y revirtió la condenación judicial que el Adán caído trajo sobre todos nosotros.

Cristo pronunció un veredicto absolutorio para "todos los hombres", y nos adoptó a sí mismo. Él es "el Salvador del mundo" (Juan 4:42). "Es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen" (1 Tim. 4:10). "Por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida" (Rom. 5:18). Por supuesto, tenemos libertad de rechazar el "don", si así lo deseamos.

Leemos en Efesios: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos... Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado" (1:3-6).

Observa que todo eso sucedió antes de que naciéramos, así es que sólo quedan dos posibilidades: O bien adoptó sólo a algunos, predeterminándolos a la salvación con exclusión de los demás (predeterminismo calvinista), o bien predestinó a todos a ser salvos (como es el caso).

Pero si bien nos adoptó a todos de forma objetiva, nadie recibirá la vida eterna sin haber validado personalmente esa elección del puro afecto de la voluntad y gracia de Dios, mediante su aceptación por la fe, que es su posterior consentimiento.

Esta es la pregunta: ¿Cómo puede uno saber personalmente que ha sido adoptado? ¿No sería maravilloso tener alguna evidencia tangible, algo incontrovertible?

Romanos afirma que existe una evidencia como esa. Si tu corazón clama: "¡Padre!", esa es la evidencia de que has sido adoptado personalmente. Ningún ser humano puede clamar "¡Padre!", a menos que haya nacido de nuevo, o al menos haya comenzado ese proceso: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’". "Abba" era la expresión típica de un niño al referirse cariñosamente a su padre, algo así como "papaíto". Recuerda: un niño es tan hijo y tan viviente como el que más.

Anda delante de Dios con reverencia, busca su conducción, clama en tu angustia: "¡Padre!", o, si lo prefieres, "¡Papá!". Y confiesa que, lo mismo que el niño que ha de atravesar una calle con tráfico denso, la única conducta segura es aferrarse a la mano de su padre. Es tu privilegio hacer así. Tienes la evidencia de que Dios te ha adoptado como hijo. Ahora demuestra tu adopción comportándote como el hijo de Dios que él te ha hecho "por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia".

Camina humildemente, pero puedes hacerlo con la cabeza bien alta seas quién seas, y seas como seas, por haber sido objeto de ese amor y misericordia insondables.

Hay una segunda manera en la que puedes conocer personalmente que fuiste adoptado en la familia de Dios, y si él lo permite, la próxima semana hablaremos de ello.

R.J.W.-L.B.