Querido amigo y amiga:

Aquel joven envidiable llegó hasta donde estaba Jesús, y sabiendo que se encontraba ante un "maestro bueno", le preguntó: "¿Qué bien haré para tener la vida eterna?" ¡Un prometedor futuro converso! Jesús retomó la palabra "haré" del joven, y procedió a darle la respuesta típica: una enumeración legalista de cosas por "hacer". Cuando vemos en el Señor sólo a un maestro bueno, cuando pensamos que todo cuanto necesitamos es conocer nuestra lista de deberes, el Señor sólo tiene una forma de hacernos comprender que sin él nada podemos hacer, y es abriendo nuestros ojos a la inalcanzable grandeza de dicha "lista", que sólo cabe medir con la justicia de Dios. –"Guarda los mandamientos", le dijo Jesús. Y le enumeró los Diez. Es el tipo de respuesta que hace las delicias de cualquier legalista.

Sin comprender nada de la justicia de la ley, el joven manifestó a Jesús haber guardado esos mandamientos al pie de la letra, desde su infancia. No sólo eso: en un alarde de disposición positiva, buscó aquello que obsesiona a quienes persiguen la justicia según "las obras de la ley" (Rom. 9:30-32). A su pregunta, "¿Qué más me falta?", Jesús respondió: "Si quieres ser perfecto"...

Evidentemente eso es lo que el joven quería. Pero estaba muy, muy lejos de la perfección que el Señor aprueba, que es la perfección en el arrepentimiento. Jesús tenía que hacerle ver su vana pretensión de estar obedeciendo la ley. Quería hacerle ver su imposibilidad de alcanzar la justicia de la ley, sin haber aceptado antes a "Jehová, justicia nuestra" (Jer. 23:6). Quería hacerle sentir su necesidad de un Salvador, no simplemente de un "maestro bueno". Quería que el joven comprendiera que sus esfuerzos por obedecer nunca le depararían paz. Le dijo: "Vende lo que tienes, y dalo a los pobres..." No era la intención de Jesús desanimar al joven, ya que añadió: "...y tendrás tesoro en el cielo". Eso lo habría de confrontar con el afán de acopio que sin duda cultivó "desde [su] juventud". Jesús no continuaría su evangelismo sin hablarle de la cruz: "Y ven, sígueme" (Mat. 19:16-22). Pocos han tenido una oportunidad como esa de convertirse en un apóstol de entre los doce.

Pero el pobre joven rico tenía un terrible problema, que era peor que la lepra o la ceguera: era RICO; tenía "muchas posesiones" y se fue triste. Un final muy triste para un comienzo tan feliz. El Señor dijo después a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" Y acto seguido lo repitió con una sutil diferencia: "los que confían en las riquezas" (Mar. 10:23-25). Jesús parecía contradecir sus palabras de Mateo 11:28-30, relativas a la facilidad de su "yugo" y la liviandad de su "carga" -una vez más para delicia del pensar legalista, que encuentra incómoda la idea de la facilidad y la liviandad-.

Si eres rico o rica (y en cierto sentido lo es todo el que recibe este mensaje, pues pertenece al 1% de la población mundial capaz de leer en una computadora), estás en necesidad de confesar que no mereces ni una partícula de la "riqueza" que posees: lo único que es tuyo por derecho, es la muerte segunda, la muerte eterna que Jesús murió en tu lugar para darte la vida eterna. Antes de encontrar al Maestro bueno que buscas, has de recibir al Salvador que te está buscando.

R.J.W.-L.B.