Querido amigo y amiga:

La sufrida Europa ha debido enfrentar no pocas tragedias, tanto naturales como causadas por el hombre –sobre todo estas últimas. Durante siglos ha sufrido persecuciones crueles y sanguinarias, persecuciones religiosas; sí, persecuciones "cristianas". El papado oprimió con severidad a los cristianos amantes de la Biblia (y hubo también persecuciones protestantes). Europa ha sufrido igualmente un sinfín de guerras, incluyendo las dos mundiales, por no citar los horrores del Holocausto. La inhumanidad del hombre hacia el hombre ha sido indescriptible. El continente con mayor iluminación intelectual es el que ha sufrido una mayor crueldad infligida por el hombre.

Pero hubo una catástrofe natural muy destacable que sacudió a Europa, ayer hizo 250 años: el conocido como "terremoto de Lisboa" (1 de noviembre de 1755). Sucedió en el día en que la iglesia católica celebra la festividad de "todos los santos". Tres sacudidas y varios 'tsunamis' destruyeron en nueve minutos el 90 por ciento de los edificios de aquella ciudad. Se calcula que perecieron entre 25.000 y 90.000 personas, y unos 12.000 hogares fueron destruidos. Los temblores, que se extendieron por todo el Atlántico y el Caribe, de Marruecos hasta Finlandia, derribaron más de un centenar de palacios, iglesias y conventos. Los incendios duraron seis días y las réplicas, nueve meses.

Cálculos actuales consideran que el seísmo debió alcanzar entre 8,5 y 9,5 grados en la escala de Richter (8,7 es la cifra del terremoto de mayor intensidad registrado hasta el presente), y que generó hasta 16 olas gigantes que avanzaron por el Atlántico a unos 200 metros por segundo. La sucesión de 'tsunamis' devastó lo que había quedado de la barriada de Lisboa más cercana al río Tajo.

Los cristianos estudiosos de la Biblia lo reconocieron como el "gran terremoto" predicho en el "sexto sello" de Apocalipsis 6:12. Una oleada de sobriedad sobrecogió a las multitudes. La aristocracia y las clases ricas vieron que la vida tenía algún significado más que las grandes fiestas decadentes, la diversión y el lujo. John Wesley resolvió dedicar su vida a salvar a Inglaterra de los horrores de la Revolución Francesa. La seria reflexión a la que ese período invitaba fraguó en la expansión del gran Movimiento Adventista. Estaba a punto de comenzar (en 1798) el "tiempo del fin" predicho por Daniel.

¿Habló Dios al mundo, en el terremoto de Lisboa? Sí. ¿Nos está hablando en los tsunamis, en Katrina, en Rita? Según los informes, se ha producido la destrucción de 200.000 hogares. Cuesta imaginar una devastación mayor que esa. Sí. Dios nos está hablando. Está llamando al mundo a la experiencia vital apropiada en el Día de la Expiación en el que vivimos. Merece nuestra atención. Escuchemos su voz.

R.J.W.