Querido amigo y amiga:

En Mateo 24, Jesús habló in extenso sobre el fin del mundo y su segunda venida (ver, por ejemplo, los versículos 12 al 15, 24 y 29-31). De todos lo libros de la Biblia, escogió uno en particular, urgiéndonos a leerlo y entenderlo (vers. 15). No obstante, es el gran ausente en la consideración de predicadores y maestros. Las personas acuden a la iglesia durante años, sin oír una sola explicación o comentario a propósito del libro de Daniel.

La profecía clave de Daniel afirma: "hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado" (8:14). En la profecía bíblica, un día representa un año. A comienzos del siglo XIX, cristianos enamorados de la Biblia despertaron de lo que podría definirse como un sueño que había durado por siglos, al darse cuenta de que esos 2300 años hallarían su cumplimiento el 22 de octubre de 1844 (hoy hace exactamente 161 años). El Espíritu Santo impresionó a muchos con esa profunda convicción. Hasta el día de hoy, millones de personas esparcidas por todo el mundo reconocen la maravillosa forma en que han venido a converger la historia y la profecía bíblica, haciendo por demás significativo ese tiempo concreto, en el divino plan de la salvación.

Estamos ahora viviendo en el tiempo de la purificación del santuario celestial; en lenguaje sencillo significa que estamos viviendo en el tiempo en el que Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, está preparando a un pueblo para su segunda venida –una obra mayor que la de preparar a las personas para la primera resurrección, gloriosa como ha venido siendo. Significa que su pueblo ha de permanecer en la tierra durante los cataclísmicos últimos días, en los que deberá enfrentarse a las más poderosas y sutiles tentaciones de Satanás, pero serán vencedores de ellas, como lo fue Cristo. Lo honrarán, y compartirán con él su trono. Demostrarán su justicia (Apoc. 3:21).

El propio Apocalipsis revela también que la última gran lucha de Cristo tiene su objeto en la ceguera y tibieza de su propio pueblo, que parece incapaz de darse cuenta de la seriedad del tiempo en el que vive (3:15-19).

Con mayor urgencia que nunca, resuenan las palabras: "Velad, pues" (Mat. 24:42).

R.J.W.