Querido amigo y amiga:

¿Embarga tu alma el sentimiento recurrente de que eres "el principal de los pecadores" (1 Tim. 1:15), de que tu naturaleza es "carnal, vendida a pecado" (Rom. 7:14), de que en tu "carne no habita el bien" (vers. 18)?

¡No te desesperes! El Espíritu Santo de Dios puede estar por fin avanzando hasta el fondo en tu corazón. A tu amante Padre celestial no se le pasan por alto tus sentimientos y perplejidades, lo mismo que no ignora cuando un pajarillo cae a tierra. El gran Dios todopoderoso te está enseñando desde el cielo, como si no existiera otro alumno en sus aulas aparte de ti. ¡Te honra hasta ese punto!

Es tu privilegio sentir que eres auténticamente su hijo, cuando percibes que él te está disciplinando: "Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor ni desmayes cuando eres reprendido por él, porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Heb. 12:5 y 6).

Solemos asumir sin reflexionar demasiado que se debe referir a padecimientos físicos o a contratiempos tales como accidentes, etc. Pero en realidad, la obra del Espíritu Santo consiste precisamente en convencernos de pecado (Juan 16:8). Lo que Pablo experimentó y describió no es más que una sana experiencia cristiana que ilustra en qué consiste vivir en sintonía con Dios en este gran Día de la Expiación, en este tiempo de purificación del santuario en el cielo –en correspondencia con la purificación de los corazones en la tierra- (Dan. 8:14). El hecho de que sientas que eres auténticamente, genuinamente –no sólo retóricamente- "menos que el más pequeño de todos los santos" (Efe. 3:8), no es expresión de una experiencia insana ni infructuosa. Recibido con el espíritu adecuado, puede ser el principio de la definitiva y profunda conversión que tu corazón anhela. Experimentas por fin aquello de lo que habla Zacarías 12:10-13. No fue sino hasta que Moisés se humilló profundamente ante Dios, cuando fue posible que su rostro brillara con la luz del cielo, luz que él mismo no percibía, pero que deslumbraba a los que lo veían (Éx. 34:35).

R.J.W.