Querido amigo y amiga:

Recientemente ha sucedido algo significativo. La dirección de una denominación protestante prominente en Alemania ha publicado, para que todo el mundo la pueda conocer, su confesión de haberse implicado en los horrores del nazismo. En sus años tempranos vieron a Adolfo Hitler como una bendición de Dios. Su patriotismo fue más allá de lo necesario, y contribuyeron al gobierno nazi con más entusiasmo del que realmente se requería de ellos. Los actuales dirigentes de esa iglesia han expresado su arrepentimiento por lo que ahora reconocen como un pecado corporativo de orgullo y ceguera de parte de los dirigentes de su iglesia de la generación PREVIA.

Por supuesto, ninguno de los que componen el actual equipo dirigente de su iglesia (y que han manifestado su profundo arrepentimiento) participó personalmente en esos actos reprobables. O bien no habían nacido, o eran niños sin responsabilidad alguna, cuando sus mayores dieron respaldo al nazismo. Pero esta generación se está arrepintiendo en favor de la pasada generación, respondiendo a lo que por toda apariencia es una convicción traída por el Espíritu Santo.

Los humanos somos en general incapaces de "ver" nuestro pecado, de no ser por su bendito ministerio, ya que Jesús afirmó que después de su resurrección enviaría a su Espíritu Santo, quien "cuando... venga, convencerá al mundo de pecado" (Juan 16:8). Sólo él puede convencer de la culpabilidad de pecados a quienes no creen haberlos cometido personalmente. Se trata de lo que los antiguos dirigentes judíos debieron haber hecho cuando Jesús los convenció del asesinato de "Zacarías hijo de Berequías, a quien matásteis" en el templo de Salomón. ¡Eso había sucedido 800 años antes! Pero Jesús atribuyó ese crimen a los judíos de su tiempo en esta tierra (Mat. 23:34-36; 2 Crón. 24:20). Jesús hizo pesar sobre ellos la sangre justa derramada en la tierra, desde Abel a Zacarías. Los escribas y fariseos del sanedrín debieron haberse arrepentido sin dilación. Su negativa a proceder así terminó en su acto de asesinar al que era su propio Mesías. Se aplican aquí las palabras de Pablo: "Eres inexcusable, hombre, tú que juzgas, cualquiera que seas, porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo".

Ninguno de nosotros estaba presente cuando los judíos clamaron ante Pilato "¡Crucifícalo!" (a Jesús). Pero confesamos que su pecado es también el nuestro. Eso es culpabilidad corporativa. Y lo que esa iglesia de Alemania ha experimentado lo podemos llamar arrepentimiento corporativo. Hay ahí interesantes buenas nuevas.

R.J.W.