Querido amigo y amiga:

Dios creó al hombre en el principio, y "sopló en su nariz aliento de vida" (Gén. 2:7), pero la obra de la creación no estaba aún completa. "Después dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él" (vers. 18). Entonces "hizo una mujer, y la trajo al hombre" (vers. 22). Quedaba así constituida la base de la felicidad humana: la familia.

Incluso después que hubo entrado el pecado, el carácter de amor divino del Señor puso "enemistad" entre Satanás y la mujer, concediendo en ello un maravilloso socorro a la humanidad caída (3:15). A menos que el propio "hombre separe" aquello que "Dios unió" en sagrado lazo matrimonial, a menos que decidamos despreciar la enemistad con que Dios nos dotó contra la "serpiente" en aquel don incondicional, desearemos juntarnos con el ser a quien Dios nos "trajo" por esposo / esposa. Fue el Espíritu Santo el que puso en nosotros esa "enemistad" contra la "serpiente". ¡Demos gracias a Dios! Eso mantendrá la integridad de la familia, a menos que elijamos adorar a "la serpiente". ¡El Señor no lo permita! Dios "aborrece el divorcio" (Mal. 2:16). Aborrece el sufrimiento, la pena y la amargura. Ver felices a las personas es su gran anhelo.

Emanando de la propia institución de la familia y revirtiendo en su conservación, el Señor nos ha dado aún otro gran tesoro: "Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre... te guiarán cuando camines, te guardarán cuando duermas... para guardarte... de la mujer extraña [o del hombre extraño]... No codicies su hermosura en tu corazón, ni te prenda ella [o él] con sus ojos... el [o la] que comete adulterio le falta sensatez... corrompe su alma. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada" (Prov. 6:20-33). Nuestro corazón debiera dar continuamente gracias a Dios por habernos librado del "degolladero", de la "prisión" y de caer en la mortal "red" (7:6-23). Honra a tu padre y a tu madre escuchando su consejo, para que tus días se alarguen...

Aunque tus días se hayan acortado, si caíste como si no, puedes acercarte confiadamente a Aquel que "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15), en busca de misericordia y gracia para el oportuno socorro de los males que amenazan la sagrada unión matrimonial. Aún resuenan las palabras: "Al que a mí viene, no lo echo fuera" (Juan 6:37). Nunca eches "fuera" de tu familia al que la formó, y al único que la mantendrá ahora y por la eternidad, según su propósito original en la creación. Haz valer la enemistad con que él te dotó contra la "serpiente".

R.J.W.-L.B.