Querido amigo y amiga:

¿Estuviste a punto de perder la vida, bien por causa de enfermedad o de accidente? ¿Has llegado a comprender que estás viviendo en tiempo prestado?

El plan de Dios de la salvación enseña esa lección en su verdadera dimensión: "El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron" (2 Cor. 5:14). Expresa verdades tan claras, que es sorprendente que el mundo cristiano les haya prestado tan poca atención:

(1) Cristo murió por el mundo, por todos. Así lo afirma el texto (ver también 1 Cor. 15:3).

(2) Es evidente que si no hubiera muerto "por todos", todos habrían tenido que morir.

(3) Dicho de otro modo, la muerte habría sido el fin inevitable de todos, dado que "la paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23). El pecado mata; el aguijón envenenado está en el pecado mismo. El siniestro final ha estado siempre contenido en el propio acto de pecar (1 Cor. 15:56). No se trata de ninguna condenación arbitraria o maliciosa por parte de Dios.

(4) Esa "muerte" es lo que Jesús describió en el texto favorito de Juan 3:16: es equivalente a "perecer"; lo opuesto a "vida eterna". La conclusión es inevitable, y tan clara como que dos y dos suman cuatro: Si Uno pereció en lugar de que perecieran todos, entonces es evidente que salvó a "todos" de perecer, y todos pueden verse a sí mismos en una nueva luz: pudieron escapar a esa terrible suerte debido a que Cristo pereció en lugar de ellos.

(5) La muerte que Jesús murió, es el tipo de muerte que se define como "perecer", o "perdición" (Juan 3:16); es lo que la Biblia llama "segunda muerte" (Apoc. 2:11; 20:14). Estuviste a punto de sufrirla por la eternidad, pero no en ocasión de aquella enfermedad o accidente que te hizo recapacitar, sino cuando la copa temblaba en los labios del Salvador agonizante, quien hubiera podido aún rehusar tomarla en tu lugar, escapando así a la muerte segunda –perdición- que tus pecados merecían.

(6) Ahora "el amor de Cristo [te] constriñe" a no vivir para la satisfacción egoísta de tu "yo", sino para Aquel que se dio por ti. Cuando comprendes que te amó y te ama con un amor más fuerte que la muerte; que te amó más que a sí mismo, se convierte en fácil tu entrega a él, y en difícil rechazar ese don infinito. El amor abnegado, incondicional e infatigable de Dios por ti, manifestado en el don eterno de su Hijo amado, permite que sea fácil tu salvación, y difícil tu perdición, una vez que aprecias la Buena Nueva.

R.J.W-L.B.