Querido amigo y amiga:

Cuando Jesús llamó a los Doce y procedió a su ordenación, les otorgó un solemne privilegio: habrían de tomar el "pan" de sus manos para esparcirlo; habrían de distribuirlo a fin de alimentar a la multitud de personas hambrientas. No era el pan de ellos. No lo habían cocido ni preparado ellos mismos. Era siempre el pan de Otro. No eran más que transmisores de un bien que Jesús había multiplicado milagrosamente.

El mismo Salvador te ha comisionado a ti para que lo sirvas en transmitir ese "pan" a alguna persona hambrienta. En eso consiste seguir a Jesús. Nunca eres tú quien origina la verdad salvadora, nunca estás en posesión de sabiduría teológica. Cuanto menos sabio te crees, más puede honrar al Señor tu ministerio. Si te crecieras ante quien te escucha, menguaría en esa medida la gloria que das al Señor. Las personas tienen que tener la seguridad de que el "pan" que les intentas transmitir no es el tuyo, sino el pan del Cielo. "Pan" significa Buenas Nuevas capaces de nutrir al alma hambrienta.

Por toda apariencia, en la alimentación de los 5.000 descrita en Juan 6:9-13, el propio Jesús no sirvió a nadie; "los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados". No se permitió a ningún ángel que tocara aquel pan, a diferencia de lo que sucedió con Elías en el desierto: esa labor quedaba ahora encomendada especialmente a los Doce. Habían de actuar como intermediarios entre el Salvador y las personas. ¡Maravillosa labor! Los que recibían la bendición les sonreían y agradecían efusivamente por aquello en lo que no habían tenido mérito alguno (y sus discípulos harán bien en recordar eso en todo tiempo, y en no tomar para ellos mismos ni una partícula del crédito).

El "pan" que hoy hemos de compartir es "el evangelio eterno" (Apoc. 14:6 y 7), pero pruébalo primero, antes de darlo, y comprueba que es bueno en gran manera, porque una de las leyes de la comunicación es que sólo podemos transmitir aquello que verdaderamente sentimos.

R.J.W.-L.B.