El evangelio y el juicio
Paul E. Penno, 23 septiembre 2006

 

Ellen White no cabía en sí de gozo al oír el mensaje de la justificación por la fe de labios de A.T. Jones y E.J. Waggoner. Vio que esa clara enseñanza armonizaba con el mensaje de los tres ángeles: “¡Ha llegado la hora de su juicio!” y con nuestro Sumo Sacerdote en su obra de purificar el santuario celestial. ¿Cuál era la relación entre la justificación por la fe y la purificación del santuario celestial realizada por Jesús, nuestro Sumo Sacerdote?

La respuesta: desde 1844 Jesús ha estado llevando a cabo el ministerio del Día de la expiación o borramiento final de los pecados. Pero antes de que el santuario pueda ser purificado en el cielo, debe serlo el templo de su pueblo en esta tierra. Se ha de poner fin en su pueblo a la fuente del pecado contaminante. Están en juego el honor y la integridad del pacto eterno. Dios tiene la solución al problema del pecado. El evangelio de Jesucristo puede perdonar pecados, y su justicia tiene el poder del Espíritu Santo para purificar el templo del alma. Así lo ha prometido Dios en su pacto eterno (ver Jer 31:33).

Así, cuando Ellen White oyó este mensaje, reconoció en él el poder y la fuerza del evangelio que prepararía al pueblo de Dios para permanecer con un carácter puro en el momento de la segunda venida de Cristo. Su pueblo sería un testimonio viviente en favor de Dios en la hora de la gran crisis. Serían parte de los 144.000 que serían trasladados sin ver muerte, en ocasión de la segunda venida de Cristo. Habrían de constituir una demostración viviente del poder de Dios para salvación del pecado. Viviendo en carne pecaminosa, tentados, probados y afligidos, en ellos se revelaría el misterio de la piedad: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1:27). Ellen White escribió durante varias semanas, en 1890, una serie de artículos impregnados de entusiasmo en las columnas de Review and Herald, que hacen pensar en un redoble de tambor invitando a la acción.

Las iglesias guardadoras del domingo no siguieron a Jesús por la fe en su obra en el lugar santísimo, en 1844. Por lo tanto, estaban adorando a un dios creado por ellos mismos; en realidad al propio Satanás (ver Primeros Escritos, 54-56 y 255-256). Hasta el día de hoy, en su inmensa mayoría perciben el mensaje del santuario predicado por el adventismo como un error colosal. Se lo ha calificado como el mayor embuste para intentar echar tierra sobre su error de comprensión de Daniel 8:14.

Pero al pueblo de Dios le ha sido dada una comprensión singular de la justificación por la fe en relación con la purificación del santuario, que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor. Esa es la razón por la que el Señor la dio a su pueblo a fin de que la proclamara a las iglesias nominales del mundo. Estas la habían rechazado inicialmente en 1844.

Martín Lutero no comprendió la justificación por la fe a la luz del mensaje del santuario. Los protestantes y evangélicos no la comprendieron correctamente. De todos los pueblos que debieran entenderla, los adventistas debieran ser los primeros, por cuanto conocen acerca de 1844 y del cambio en el ministerio de Jesús desde el lugar santo al santísimo del santuario celestial. Su pueblo debiera abstenerse estrictamente de proclamar la justificación por la fe mediante compromisos con otras iglesias, o incorporando el mensaje de estas con fines ecuménicos. Eso equivaldría a rechazar a Jesús, quien está guiando a su pueblo a la verdad desde su ministerio en el lugar santísimo. Si hiciera así, su pueblo estaría entonces siguiendo a Satanás tal como hicieron las iglesias nominales en la era de 1844.

En el contexto histórico de 1890, Ellen White hizo una declaración sorprendente:

Ha habido un alejamiento de Dios, y no ha habido hasta ahora una obra celosa de arrepentimiento y regreso al primer amor. La infidelidad ha encontrado amplia acogida entre nosotros. Está a la orden del día apartarse de Cristo, olvidar al Señor y aceptar el escepticismo. “No queremos que este reine sobre nosotros” (Luc 19:14). Baal será el propósito, la fe, la religión de un triste número entre nosotros, debido a que han elegido su propio camino en lugar del de Dios. La verdadera religión, la única religión de la Biblia —la creencia en el perdón de los pecados, la justicia de Cristo y la sangre del Cordero— ha sido, no sólo despreciada y rechazada, ridiculizada y criticada, sino que se han desarrollado sospechas y celos, llevando al fanatismo y al ateísmo (“A la Asociación General” —1889— y “La visión en Salamanca” —3 nov 1890— The Ellen G. White 1888 Materials, 444 y 948).

Cuando se pierde la conexión entre la justificación por la fe y el santuario, Satanás gana una gran victoria. Puede guiar a sus seguidores al fanatismo, o a la exclusión del cuerpo de Cristo mediante el ateísmo. El motivo fue que el yo se convirtió en el objeto de la adoración, que es la esencia del culto a Baal. En él uno sigue sus propias y placenteras interpretaciones de la Escritura, lo que configura un dios ajeno en contraposición con el verdadero Dios. El conocimiento del verdadero Dios es objeto entonces de rechazo, lo que llevará finalmente al ateísmo.

Ellen White escribió a modo de conclusión de trece artículos en Review and Herald bajo el título ‘Arrepentimiento: el don de Dios’:

Algunos de nuestros hermanos han expresado temores a que prestemos demasiada atención al tema de la justificación por la fe, pero deseo y oro para que nadie se alarme innecesariamente, puesto que no hay peligro en presentar esa doctrina tal cual está en las Escrituras. Si no hubiera habido negligencia en el pasado en cuanto a instruir adecuadamente al pueblo de Dios, no habría ahora necesidad de llamar la atención especialmente a ello. Algunos de nuestros hermanos no están recibiendo el mensaje de Dios en este respecto. Parecen estar preocupados en que ninguno de nuestros pastores se aparte de la forma en que han predicado en el pasado las viejas y buenas doctrinas. Preguntamos: ¿No ha llegado el tiempo de que llegue luz fresca al pueblo de Dios, a fin de despertarlo a un mayor celo y fervor? (Review and Herald, 1 abril 1890, 193).

Ellen White describió el estado de la iglesia como de tibieza. Jesús llamó a su pueblo al arrepentimiento, a comprar de él oro probado en el fuego —fe y amor; a recibir su vestidura blanca que es la justicia de Cristo, y el colirio que es el discernimiento espiritual, el bautismo del Espíritu Santo.

Ellen White hizo esta categórica afirmación: “Algunos me han escrito, preguntando si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y he respondido: ‘Es el mensaje del tercer ángel en verdad’” (Id.).

La justificación por la fe en relación con la purificación del santuario es el mensaje del tercer ángel en verdad. El tenor de los trece artículos identifica claramente el significado de su expresión “en verdad”. Es el mensaje de la hora de su juicio, que prepara el camino para el gran y sobrecogedor Día del Señor. Prepara a un pueblo para permanecer en la hora de la crisis, y para ser trasladado sin ver muerte en la segunda venida de Jesús. Fue, y sigue siendo el mensaje que zarandea a la iglesia Laodicense. Lleva consigo todo lo que encierra el fuerte pregón y la lluvia tardía del Espíritu Santo.

 

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