Querido amigo y amiga:

La "migaja" de sabiduría bíblica que hoy centra nuestra atención, aun teniendo la apariencia de cuento de hadas, contiene una bendición incalculable. Tiene que ver con las relaciones personales entre individuos de diferentes estamentos y convicciones, o simplemente con las relaciones entre los seres humanos. ¿Te has preguntado alguna vez cuál es el valor de la verdadera paz y armonía, de un trato positivo entre personas, y de lo que se pierde cuando resulta amenazado o quebrantado? Aquí está el consejo inspirado:

"Ni aun en tu pensamiento hables mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara hables mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, los seres alados se lo harán saber" (Ecl. 10:20).

No has de caer en el literalismo de imaginar a pájaros-espía oyendo aquello que dijiste a tu esposo o esposa en la intimidad, y llevando los informes a la persona que no deseas que lo sepa. Tampoco has de ver en los "seres alados" a ángeles "ve-corre-y-dile".

No obstante, esa declaración es verdadera al 100 %. Hasta incluso el pensar mal de alguien, hará que te traiciones a ti mismo antes o después, de forma que tus pensamientos más profundos y secretos se expresen a pesar tuyo en tu mirada, o quizá en el tono de tu voz. En el momento en que menos lo esperes, aquel pensamiento desafortunado y odioso al que diste libre curso, el que quizá compartiste en la intimidad creyendo que no tendría mayor consecuencia, volverá a escapar tomando forma en tus labios, en tus manos o en tu rostro, de manera que envenene tus relaciones personales con la persona de la que hablaste como no lo habrías hecho de haberse encontrado ella presente. Puede que se trate de gestos, matices y actitudes que se te escondan a ti mismo, pero la persona afectada percibirá con dolor el lenguaje oculto de tu amargura consentida, "porque ninguno de vosotros vive para sí".

La difamación silenciosa y el pensar mal de otro, se propagarán más velozmente que los mensajes por teléfono celular. La Biblia no dice cuál es el mecanismo de la transmisión, pero el hecho es que ocurre de forma segura.

No importa lo indigna que nos pueda parecer la conducta de otra persona; es mucho menos ofensiva hacia nosotros de lo que fue la nuestra hacia Dios, cuando "siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros", cuando "siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom. 5:8 y 10).

Eclesiastés 10:20 no nos alienta a la hipocresía de pensar una cosa, y procurar manifestar la contraria. Dirige nuestra atención a algo más profundo; a que reconozcamos que el aborrecer a cualquier persona es siempre indicativo de nuestro verdadero problema: nuestra enemistad contra Dios, el no estar reconciliados con él. ¿Demasiado duro para aceptarlo? "Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Juan 4:20).

Haz esto otro "en lo secreto de tu cámara": ora por la persona a la que te sientes tentado a aborrecer.

R.J.W.-L.B.