Querido amigo y amiga:

¿Estuviste alguna vez tan airado, tan incontrolablemente indignado, como para haber hecho uso de un arma mortífera en el caso de que hubieras dispuesto de ella? ¿Te ha sucedido que al entrar en razón sentiste una sensación de gran alivio y te dijiste algo así como: ‘Gracias a Dios, no disponía de un arma tal’.

¿Puedes recordar alguna ocasión en la que te viste inmerso en una tentación sexual de tal intensidad, con un poder tal de seducción, que le faltó muy poco para lograr que tus pies resbalaran en ella? ¿Te has estremecido al valorar las consecuencias, si hubieras cedido a esa tentación?

Si es así, puedes comenzar a apreciar Isaías 54:17, que dice así: "Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y tú condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová: SU SALVACIÓN DE MÍ VENDRÁ, dice Jehová".

Cuando tu corazón volvió a latir a su ritmo normal, te diste cuenta de que no fue tu propia bondad lo que te salvó del desastre; el amante Señor intervino y te rescató de cometer la locura de las locuras. (Quizá estás leyendo este mensaje desde la cárcel; quizá tenías a tu alcance el arma mortífera, empleándola al fin y al cabo, y tienes ahora que pagar por ello. O quizá en esa seductora tentación sexual, cediste, habiendo tenido que sufrir las consecuencias desde entonces. Pero aún en ese caso tienes algo que agradecer al Señor: él ha preservado tu vida y tu alma mediante su perdón. La posibilidad del arrepentimiento es un inmenso don de la gracia. Puedes estar infinitamente agradecido a Cristo por todo cuanto tienes que sea mejor que la muerte eterna que él murió por ti).

Todos tenemos esa misma dotación genética, esa naturaleza pecaminosa heredada de nuestro caído padre Adán. A menos que el Salvador nos libre de sucumbir a los clamores de esa naturaleza, estamos obligados a doblar la rodilla junto al rey Saúl en su confesión: "He pecado... he obrado neciamente, he cometido un gran error" (1 Sam. 26:21). ¡Nunca encontraremos las palabras adecuadas para agradecer al Señor por salvarnos de eso! Su misericordia debiera animarnos a conocer y creer que somos realmente hijos suyos según su designio y voluntad eternos. Debiéramos estar auténticamente agradecidos, y tan humildes como agradecidos.

Cuando comprendes Isaías 54:17 te das cuenta de que no hay pecado en el mundo que tú no fueras capaz de cometer, a no ser por la intervención misericordiosa del divino Salvador. Si aprendiste a desconfiar de ti mismo y a confiar incondicionalmente en el Señor, tu mente puede estar en el cielo mientras tus pies pisan la tierra... hasta que Cristo venga en las nubes.

R.J.W.