Querido amigo y amiga:

Millones de cristianos en el mundo están estudiando este trimestre el libro de Isaías. El capítulo seis refiere la singular experiencia vivida por el joven profeta, cuando vio "al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo". Es evidente que lo que embargó al profeta no fue la "gloria" material de un palacio ni el esplendor de un soberano, al estilo que nuestro mundo conoce; fue una visión del carácter del Señor (su gloria), que para Isaías significó una experiencia sobrecogedora y que abate el orgullo del corazón humano, ante la contemplación del sublime amor abnegado del Señor. El clamor, "¡Santo, santo, santo!" fue una revelación de la cruz. El joven Isaías se sintió como muerto, en esa humillante sensación de indignidad que uno tiene al vislumbrar su propia pecaminosidad egoísta, puesta en contraste con la grandeza del amor y condescendencia de Dios. Esa visión fue la inspiración de toda una vida de paciente servicio por parte de Isaías. ¡Nos cuesta dejar el capítulo 6!

"¡Ay de mí, que soy muerto!", exclamó el profeta. –‘Es como si una apisonadora me hubiera aplanado en el polvo de la tierra. Había imaginado que podía dedicar mi vida al ministerio del Señor, y ahora me doy cuenta de que no soy más que "un hombre inmundo de labios". Me he aventurado en el templo del Señor, para darme cuenta de que no pertenezco a él. Mi corazón se deshace bajo el peso de la culpa y el pecado, en contraste con la justicia de Cristo’. Sólo el Señor podía obrar el milagro de levantar a Isaías. Quitó su culpa y limpió su pecado, tal como hará con todo el que acude a él en sincera humildad.

La Biblia refiere otra experiencia con similitudes. El apóstol Pedro había pasado tres años en el curso acelerado del seminario teológico especial del Señor, y se sentía cualificado para el "ministerio" apostólico. Pero tras haber negado públicamente por tres veces a Cristo, se sintió tan hundido, tan humillado, con una sensación tal de indignidad, que sólo la intervención directa de Jesús pudo evitar un final trágico similar al de Judas. -‘Es mi final. Nunca más podré ser un honorable apóstol. Soy indigno de ser contado entre los doce’... ¿Quién puede medir el pesar y desesperación de Pedro, ante la mirada compasiva y llena de perdón de su Maestro?

Algunas veces, el que tiene contados nuestros cabellos, en su misericordia permite que oremos así: "¡Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón y he lavado mis manos en inocencia!, pues he sido azotado todo el día y castigado todas las mañanas" (Sal. 73:13 y 14). Y cuando parece que nuestro caso es más desesperado, viene otra palabra del Señor: "El Señor, al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Heb. 12:6).

Isaías nunca pudo haber escrito el capítulo 53 sobre la cruz de Cristo, de no ser gracias a su temprana y amarga experiencia de contrición descrita en el capítulo sexto. Alguien, en algún lugar, está ansioso por conocer lo que sucedió en Getsemaní y en Calvario, eso que las modernas representaciones teatrales son absolutamente incapaces de enseñar sobre el amor de Dios manifestado en Cristo, cuando moría la muerte eterna que es la paga de tus pecados y los míos, para darte vida eterna. ¿Has tenido el pensamiento de ganar almas? Bien: si puedes contar la historia de la cruz, ganarás almas. Pero nunca serás capaz de contar la historia de la cruz tal cual es, con todo su poder de cambiar el corazón, a menos que hayas pasado por tu Isaías seis, a menos que te hayas arrodillado junto a Isaías y también junto a Pedro en esa experiencia de contrición.

R.J.W.-L.B.