Querido amigo y amiga:

Hay muchos creyentes perplejos y hasta desanimados, debido a que sus oraciones parecen no hallar respuesta por parte del Señor. Hasta donde saben, están "[guardando] sus mandamientos" y su corazón "no [los] reprende", dos requerimientos básicos para que nuestras plegarias puedan ser oídas y contestadas (1 Juan 3:21 y 22). Además, hasta donde pueden conocer, están pidiendo al Señor "conforme a su voluntad", por lo tanto, si "[piden] con fe, no dudando nada" (Sant. 1:6), la promesa es que su oración será oída y contestada... Pues bien, ¡parece que no lo es!, y más de uno tiene la sensación de estar orando sin provecho.

Jesús nos dijo que si lo vemos a él, hemos visto al Padre, puesto que él vino a revelárnoslo (Juan 14:7). Hay un incidente especial en la vida de Jesús, que puede explicar el porqué nuestras oraciones son en ocasiones aparentemente ignoradas. Tiene que ver con el carácter del Padre.

Jesús había ido con sus discípulos a la zona fronteriza entre Israel y las costas de Tiro y Sidón. Le salió al encuentro una mujer pagana que gritaba: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio" (Mat. 15:21-28). ¡Sin duda esa era una oración "conforme a su voluntad [de Dios]" donde las haya! Pero Mateo informa que Jesús continuó como si no la hubiera oído (quizá tú también hayas sentido así). Sin duda la mujer resultó importuna para los discípulos, quienes rogaron a Jesús que la despidiera, "pues viene gritando detrás de nosotros".

Aunque Jesús no hizo lo que sus discípulos le pedían, dijo virtualmente a la mujer: ‘Lo siento, no puedo ayudarte’, "no soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel"; ‘tú no eres israelita, por lo tanto no puedo ayudarte’. ¡Parece cruel!

Ella no se alejó enfadada (lo que le habría resultado fatal), sino que se postró ante el Señor y le rogó: "¡Señor, socórreme!" Entonces Jesús le dijo algo que habría hecho desistir a muchos: "No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros".

Esa prueba de su fe no sumió a la mujer en el desánimo, ni le produjo irritación. Su fe demostró ir acompañada de una santa osadía y persistencia sólo comparables a su humildad. No dudó en su ágil respuesta a Jesús: "Sí, Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos".

Como José al darse a conocer por fin a sus hermanos, Jesús no pudo retener por más tiempo su corazón, que desde el principio tan lleno de compasión y amor había estado hacia aquella pobre mujer. Había conducido ese encuentro en aquellos términos por el bien de sus discípulos, quienes pensaban realmente que los que no eran judíos eran como perros. "¡Mujer, grande es tu fe!" –le dijo Jesús -, "Hágase contigo como quieres". ¡Efectivamente, la mujer había pedido conforme a la voluntad de Dios! Y su fe había superado la prueba de la paciencia. "Su hija fue sanada desde aquella hora".

Sí, en ocasiones Jesús APARENTA ser frío y distante. Pues bien, nunca te fíes de tus sentidos. ¡Cree que él ES EL QUE ES! El Señor ha dejado migajas de vida en cada rincón y en cada minuto, las evidencias suficientes como para que nunca olvides a Aquel que no te olvidó al dar su vida por ti en el Calvario, ni te olvida al interceder por ti en el santuario.

R.J.W.-L.B.