Querido amigo y amiga:

Hay una gran tentación a la que Jesús tuvo que hacer frente, a la que quizá hayamos prestado escasa atención. No hace falta insistir en que fue "tentado en todo de la misma manera que nosotros" (Heb. 4:15, NVI). Las tentaciones que afligieron su alma tuvieron las más absoluta realidad. Pues bien, una gran tentación a la que tuvo que hacer frente, quizá la tentación de las tentaciones, fue la duda relativa a quién era él. Y a decir verdad, es una tentación a la que no podrás escapar: ¿quién eres tú? ¿cuál es tu identidad moral?

Piensa en las tentaciones de Jesús en el desierto, tras su bautismo. Vez tras vez el astuto enemigo, Satanás, dirigió sus dardos envenenados al centro mismo del corazón de Jesús: "Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan"; "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo". En la tercera tentación, está implícito el mismo argumento: -‘Si eres el Hijo de Dios... la verdad es que por toda apariencia eres el ángel caído, mientras que yo soy un ser exaltado y ostento la posesión de todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Si es que realmente deseas lograr tu objetivo, sé razonable y cooperemos en los términos que te ofrezco. ¿Quién has creído que eres?’

¿Crees que Satanás perdió el tiempo con sugestiones que no significaban una tentación real para Jesús? Es una tentación con la que el enemigo aflige a TODOS los hijos de Dios: -‘Si es que eres el que tú crees que eres... En realidad no eres un hijo de Dios, sino un megalómano con sueños de grandeza moral que no son sino una paranoia como la de los que pierden la razón y se creen Napoleón u otro personaje famoso’. Sí, Jesús obtuvo allí la victoria, pero recuerda que el enemigo le persiguió una y otra vez durante toda su vida, en ese punto de hacerle dudar de su auténtica identidad como Hijo de Dios. De igual forma, cuando hayas vencido esa tentación, el diablo sólo se habrá apartado de ti "por un tiempo" (Luc. 4:13).

Jesús recibió evidencias de la aprobación de su Padre, algunas de ellas a través del reconocimiento de pecadores arrepentidos, bajo la iluminación del Espíritu Santo, y ciertamente el Señor no te privará de evidencias semejantes en las que fortalecer tu fe, si son para gloria de Dios y para tu bien eterno. El Salvador debió sin duda recibir aliento del reconocimiento de María, cuando ésta le lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos, en anticipo de la propia Cena del Señor. ¿Conoces algún personaje en toda la historia de este mundo que haya sido honrado con un trato semejante? Lo ocurrido en relación con ese evento descrito en Juan 12, preparó al Salvador para lo que presenta el capítulo 13: Cristo sólo pudo levantarse en aquella última cena y ceñirse la toalla, humillándose a sí mismo para lavar los pies de los discípulos, porque había obtenido la seguridad de "que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba" (Juan 13:3). Jesús no habría podido afrontar la cruz, de no haber tenido esa seguridad –que está incluida en "la fe de Jesús"-, la seguridad de ser quien realmente era. Sólo así pudo enfrentar victorioso los horrores de la paga del pecado. Pero hasta en la propia cruz, su fe resultó severamente probada en ese punto crucial: "¡Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz!"

¿Quién eres tú? ¿Lo sabes con certeza? No puedes lograr la auténtica humildad hasta haberte dado cuenta de tu verdadera identidad en Cristo, hasta obtener la seguridad de haber sido redimido por su sangre derramada en tu favor. Entrégate plenamente en los brazos –abiertos- de Aquel que aseguró: "Al que a mí viene, no lo echo fuera", y no le dejes hasta que no te bendiga haciendo que tu fe crezca por encima de toda duda, especialmente la de que eres "hijo de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gál. 3:26).

R.J.W.-L.B.