Querido amigo y amiga:

¿Formas parte de la "élite" especial de Dios? ¿Te ha concedido el Señor el don inusual que consiste en el compañerismo con Cristo en sus sufrimientos, el más alto honor que Dios pueda otorgar a un ser humano? Un ejemplo de alguien que "gozó" de ese honor es Juan Bautista, quien pereció decapitado tras haber languidecido en un calabozo. Pero ante los ojos de Dios, ni Elías ni Enoc (ambos trasladados al cielo sin ver muerte) fueron mayores que Juan. Si Dios te ha llamado a sufrir por causa de Jesús, "gozaos y alegraos", dijo el propio Jesús, "porque vuestra recompensa es grande en los cielos" (Mat. 5:12). Ya debes haberte dado cuenta de que eso es exactamente contrario a los valores que el mundo aprecia, y a veces la mente mundana se infiltra en la iglesia. Pero aunque sea un principio en pugna con este mundo, se trata de una verdad que aparece consistentemente en toda la Biblia.

Piensa en Pablo, el apóstol. El Señor había dicho a Ananías: "Ve, porque instrumento escogido me es este... porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre" (Hech. 9:15 y 16). Saulo vino a ser Pablo, quien nos ofrece en 2 Cor. 11:23-28 un resumen casi incontable de sus sufrimientos. Quizá te hayas preguntado por qué el Señor permitió que Pablo sufriera una porción tan cruda; la razón podría estar en la inusual saña y frenesí con los que él persiguió antes a la iglesia. Algún día, mientras transites uno de los deliciosos senderos de la tierra nueva, te encontrarás cara a cara con él. Puedes esperar que te salude y te sonría, que te explique quién es él y quién fue, y probablemente te explique aquellas agonías que sobrellevó gozoso por causa de Cristo. Cuando te pregunte, ‘-¿Qué sufriste tú por el Señor?, te sentirás feliz y cómodo allí, si has "gozado" en esta tierra de la comunión con la compañía que presenta Hebreos 12:36-38, que en realidad no significa sólo comunión con Pablo, sino especialmente con el "Varón de dolores, experimentado en quebranto".

"Hermanos míos, tomad por ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor" (Sant. 5:10). Piensa en Jeremías. Antes de ser "formado en el vientre", el Señor lo conoció y lo santificó, es decir, lo puso aparte para una vida dedicada a la profecía, caracterizada por el sufrimiento. Las lágrimas lo acompañaron hasta la tumba. Otros que sufrieron por el Señor, como José, oprimido por sus propios hermanos, o David, perseguido como una alimaña por el Rey Saúl (¡el "ungido de Dios"!), vieron cumplidos sus sueños en esta vida en gran medida, pero no sucedió así con Jeremías. La angustia de verse rechazado y de ver al Señor rechazado por su propio pueblo, continuó sin cesar hasta que el pobre hombre pereció en la soledad, en algún lugar de Egipto. Sus restos descansan en algún rincón de la tierra que los hombres no conocen ni honran.

Sin embargo, después de su muerte, judíos reflexivos comenzaron a recapacitar y concluyeron que había sido el mayor de los profetas. Esa fue la razón por la que algunos comenzaron a preguntarse si Jesús de Nazareth no sería Jeremías resucitado (Mat. 16:13 y 14). Aunque Jesús estaba aún en sus tempranos 30 años, muchos reconocieron en él al "Siervo sufriente", a semejanza del profeta de las lamentaciones. (Si bien Jesús tuvo siempre un espíritu animoso y dispuesto, no siempre estuvo alegre. Los que lo seguían vieron lágrimas en sus ojos más de una vez).

Aunque no te sea posible evitar las lágrimas, quienquiera seas y hagas lo que hagas, si lo haces por Cristo, escucha el consejo de alguien que supo lo que es el dolor: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!... El Señor está cerca" (Fil. 4:4). Amén.

R.J.W.-L.B.