Querido amigo y amiga:

Está a las puertas el tiempo en el que las buenas nuevas de la salvación en Cristo han de ser proclamadas a todos los grupos étnicos del planeta (Mat. 24:14). Apocalipsis 18 describe el clímax: "otro ángel" "descendía del cielo con gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria" (vers. 1).

El propio Jesús explicó cómo ha de suceder, en Juan 12:32 y 33: "Yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir". Esa afirmación es de importancia crucial. La maravillosa obra de alumbrar la tierra con su gloria resulta ser la misma que elevar a Cristo como al Crucificado. ¡Proclamar a Cristo en su cruz es la única manera en que la tierra puede quedar alumbrada con su gloria!

La gran reforma protestante del siglo 16 dio un gran paso en ese sentido, pero se quedó muy lejos de la plenitud. En general, los reformadores (aunque no Lutero) siguieron aferrados a la doctrina pagano/papal de la inmortalidad natural del alma. No es una mera cuestión de minucia teológica. Si uno acepta la doctrina extra-bíblica de la inmortalidad natural del alma, su visión de la cruz resulta inevitablemente distorsionada, por más crucifijos que posea o contemple. Es imposible que comprenda el tipo de muerte que experimentó el Hijo de Dios. De hecho, no puede creer que él muriera realmente. La cruz queda así desprovista de su genuina realidad, que consiste en que Cristo "[experimentó] la muerte por todos" (Heb. 2:9), es decir, la segunda muerte.

Como consecuencia, el que cree en la inmortalidad natural queda privado de la capacidad de "comprender" "la anchura, la longitud, la profundidad y la altura" del "amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Efe. 3:17-19). La falsa enseñanza de la inmortalidad del hombre, introducida por el enemigo desde temprana edad (Gén. 3:4), ha viciado el sacrificio de Cristo, e impide que sea "levantado de la tierra" y atraiga a todos a sí mismo.

El Señor, en su gran misericordia, ha enviado a su pueblo el preciosísimo mensaje que revela a Cristo crucificado en toda su gloria. No se trata de una treta psicológica, de una técnica aprendida en los máster para hacer crecer la iglesia. No podemos evangelizar, a menos que el "yo" esté crucificado juntamente con Cristo, enterrado con él (Rom. 6:3-6). Los que permanezcan fieles hasta el fin se caracterizarán por una profunda humildad de corazón que sólo puede proporcionar la continua visión del Crucificado.

R.J.W.