Querido amigo y amiga:

Cuando Pedro negó al Señor tres veces antes que el gallo cantara en aquella famosa mañana, era nuestro representante. Por entonces era un hombre joven; y la sirvienta que le puso la zancadilla tenía evidentemente una de esas personalidades fuertes, la lengua afilada como una cuchilla y una diabólica habilidad para emplearla. A los hombres no les gusta ser puestos en ridículo por mujeres como esa. Probablemente era una de aquellas que "se ensoberbecen y andan con el cuello erguido y ojos desvergonzados; que caminan como si danzaran, haciendo sonar los adornos de sus pies" (Isa. 3:16). El grupo del que formaba parte, estaba divirtiéndose a expensas de ese Hombre de Galilea, el pretendido Mesías que se encontraba por fin con su merecido, según pensaban ellos. Sus seguidores eran engañados y débiles mentales. –Tú también estabas con él, ¡confiésalo! Tu acento galileo te delata... (carcajadas de risa).

Pedro, que tan valiente había estado en la última cena, claudicó bajo ese alud. Si al menos uno de los discípulos hubiera compartido con él la presión del ridículo, quizá hubiera podido resistir, pero Pedro estaba terriblemente sólo, exactamente como habrás de estar tú antes o después, cuando no tengas más remedio que dar testimonio de tu fe en el Señor, o bien negarlo. La experiencia de Pedro en aquel frío patio y en aquel fuego será conocida personalmente por "todos los que quieran vivir piamente en Cristo Jesús" (2 Tim. 3:12). Mar. 16:66-72, Mat. 26:69-75, Luc. 22:55-62 y Juan 18:16 y 17 nos informan del triste derrumbe de Pedro ante la acometida de aquella damisela.

A menudo en la iglesia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, has de enfrentar muy sofisticadas implicaciones de ridículo por creer en las palabras de la Biblia. La "alta" educación ha pronunciado juicios demoledores sobre la fe en Cristo y la Biblia como revelación divina. Hasta los teólogos académicamente calificados tiemblan ante un zarandeo como ese. Y no es insólito que claudiquen.

Cristo no resulta glorificado cuando su pueblo permanece en actitud de ignorante ingenuidad ante el desafío de la fe. Analiza las evidencias con oración y ejercita el sentido común santificado a fin de distinguir la verdad del error. No es un imposible.

Pero toma la firme determinación de creer lo que Jesús creyó; estarás seguro si te "refugias" en él. El asunto crucial será cómo distinguir el verdadero Espíritu Santo del falso. Aceptar este último creyéndolo el verdadero es un error mayúsculo, pero del que cabe recuperarse. Rechazar el auténtico creyendo que es el falso, es dramático, pues cerraría definitivamente tu puerta al único Agente que puede llevarte al arrepentimiento.

¿Y el ridículo? Muy probablemente a Pedro le habría resultado menos doloroso estar crucificado con Cristo, que soportar la vergonzosa culpa de haber negado a su Señor y Salvador en la gran hora de prueba en que estaba derramando su sangre por la salvación del mundo. No todo el sufrimiento es malo para nosotros, ni tampoco el sentimiento de culpa y vergüenza por haber negado al Señor, si nos ayuda a desconfiar de nosotros mismos y a poner toda nuestra confianza en el que promete: "No te desampararé ni te dejaré" (Heb. 13:5).

R.J.W.-L.B.