Querido amigo y amiga:

De buenas a primeras cuesta creer que "con una sola ofrenda [Cristo] hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:14). ¿Quiénes son "los santificados"? "En esa voluntad SOMOS santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" (v. 10). ¡Somos nosotros! Sin embargo, aquí estamos, dos mil años después que el apóstol escribiera eso, y la iglesia que conocemos dista bastante de ser "perfecta para siempre", por no decir "santificada". Podemos jactarnos de ser "perfectos" y estar "santificados", cuando decimos o sentimos: ‘¡Cuánto estamos creciendo en bautismos, en instituciones! Cuando "no conoces", te entregas fácilmente a la quimera del ‘somos ricos, nos hemos enriquecido y de nada tenemos necesidad’... Pero donde haya un gramo de honestidad, se reconocerá que esa obra acabada y completa que presenta Hebreos no constituye la realidad presente.

Quizá el capítulo 2 nos pueda ser de ayuda. "Convenía a aquel [Cristo]... que... perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de la salvación de ellos, porque el que santifica y los que son santificados de uno son todos [Cristo hecho uno con la humanidad]; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos... él también participó de lo mismo [de nuestra carne y sangre]" (v. 9-14). El Padre puso a toda la raza humana en Cristo, de forma que vino a ser nuestro "postrer" o segundo Adán. El Hijo contendió, en nuestras mismas condiciones, con el pecado que había arruinado la raza humana, y triunfó sobre él, condenándolo en la carne, en nuestra carne caída y pecaminosa. Ganó la batalla; aplastó la cabeza de Satanás, redimió, libró, rescató, salvó, adoptó la raza humana en sí mismo. El Padre "nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo... nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo... nos hizo aceptos en el Amado" (Efe. 1:3-6). Cuando el Padre abrazó a su Hijo recién bautizado en las riberas del Jordán, abrazó en Cristo a toda la raza humana. Con su ofrenda, Cristo "hizo perfectos para siempre a los santificados". ¡Cuán importante es que cada uno reconozca "la sangre del pacto en la cual fue santificado"! (Heb. 10:29). El Hijo de Dios pudo decir al Padre: "he acabado la obra que me diste que hiciera" (Juan 17:4).

Ese logro prodigioso, que incluye conquistar el problema del pecado para siempre en el vasto universo, es verdad objetiva más real y perdurable que las cordilleras del planeta; pero está en espera de convertirse en una realidad subjetiva en los corazones y vidas de los que profesan creer, comenzando por ti y por mí.

Esa es precisamente la labor a la que está entregado nuestro gran Sumo Sacerdote en su ministerio especial, el que realiza en el lugar santísimo del santuario celestial. Al llegar esa obra a su consumación, "el santuario será purificado" (Daniel 8:14). "En este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová" (Lev. 16:30). Nada de lo que hoy sucede puede igualar a eso en importancia.

R.J.W.-L.B.