Querido amigo y amiga:

¿Has encontrado en la Biblia una oración innecesaria? La hay, en cierto sentido. Es la oración salida de un corazón quebrantado por una pena innecesaria. Fue un gran hombre de la Biblia quien la formuló, y su congoja fue sólo posible debido a su incredulidad (nos referimos a las mismas dudas que a todos nos tientan por naturaleza, y con ello no implicamos que no se tratara de "un hombre de fe").

En Génesis 37:3-11 vemos cómo Dios escogió a José, hijo del anciano Jacob, para otorgarle el don profético, y le dio dos sueños inspirados. Su padre, su madre y sus once hermanos, algún día se inclinarían ante él. Los diez hermanos lo aborrecían (de la misma forma en que nosotros, los miembros de la iglesia, encontramos tan fácil aborrecer a todo verdadero mensajero que el Señor pueda enviarnos: se trata de un fenómeno persistente). Jacob casi creía... pero dudaba. Cuando los diez hermanos enviaron a José como esclavo a Egipto, hicieron creer una mentira a su anciano padre, y éste la aceptó a pies juntillas, en lugar de creer las buenas nuevas de los sueños proféticos de José: "Alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado" (vers. 33). Jacob creyó esa mentira durante largos años de dolorosa pena. Mientras tanto, José no sólo estaba vivo, sino que había venido a ser primer ministro en el gran imperio de Egipto.

Fingió tratar con rudeza a los diez hermanos que acudieron providencialmente en busca de grano. ‘¡No se os ocurra volver, a menos que traigáis a vuestro hermano menor (Benjamín) con vosotros!’, les dijo. Así, los hermanos llevaron esas "tristes" malas nuevas a Jacob, quien concluyó con desespero (como tan a menudo hacemos nosotros): "Contra mí son todas estas cosas" (42:36). ¡No eran en contra de él, sino en su favor!

Finalmente, sumido en el pesimismo, permitió a los hermanos que tomaran también a Benjamín a fin de obtener el trigo que habría de salvar sus vidas. Los diez habían informado a Jacob acerca de aquel "severo" gobernante, el primer ministro; despertaba los temores de todos ellos. Jacob les dejó ir, y oró: "Que el Dios omnipotente haga que ese hombre tenga misericordia de vosotros" (43:14). Pero "ese hombre" (José) los amaba de todo corazón: ¡una oración innecesaria!

Jacob pudo haberse ahorrado la angustia de esos largos años. Sólo su incredulidad en el Espíritu de la Profecía la hizo posible. Debió creer que, puesto que Dios había llamado a José al ministerio profético, jamás permitiría que una mala bestia lo devorara. Debió decir a los diez: ‘¡Me estáis mintiendo!’ Debió mantener la fe y el buen ánimo, todos esos largos y tristes años.

Es tu privilegio confiar en ‘la palabra profética más permanente’, aún si proviene de mensajeros que no gozan de la general simpatía y reconocimiento. Nunca creas las mentiras con las que el enemigo de tu alma intenta ensombrecer el camino por el que el Señor, en su gran misericordia, te guía hacia la Canaán celestial. Es innecesario.

R.J.W.-L.B.