Querido amigo y amiga:

¿Qué puede explicar que personas bondadosas y sinceras sean capaces de perseguir a otras que difieren en sus convicciones religiosas? La oposición puede tomar formas muy diversas, y a menudo crueles. La historia conoce demasiado bien las guerras de religión. La libertad de conciencia, el repudio a toda clase de sectarismo, intolerancia y persecución debidos a convicciones religiosas, formó parte de la ideología constituyente de los Estados Unidos, y eso permitió que fuera allí donde floreció el despertar religioso del siglo XIX, el auge de las sociedades bíblicas y el "aumento de la ciencia" profética predicho en Daniel 12:4.

Gracias a Dios, ni en el Nuevo Mundo ni en la vieja Europa encarcelamos ni quemamos hoy a quienes difieren de nosotros en sus creencias, pero los estigmatizamos como a enemigos del bien común, los aislamos socialmente, los difamamos, les cerramos las puertas y procuramos destruir su influencia y reputación. ¿Qué hay detrás de ese extraño fenómeno, de esa injusta indignación contra quien difiere de nosotros en la interpretación de la verdad bíblica?

La respuesta es nuestra obsesión con el pacto antiguo. La historia es muy clara: ¡los que aman el nuevo pacto jamás persiguen a otros! El propio Pablo había sido un fanático partidario del pacto antiguo, y no podía sufrir que los apóstoles del nuevo pacto proclamaran las buenas nuevas del evangelio. Estaba convencido de que el mensaje que predicaban minaba su teología de ‘guardar la ley’. Fue incapaz de comprender que ese precioso mensaje predicado por los apóstoles mostraba la única forma en la que uno podía convertirse en un guardador de la ley, y creía estar haciendo la obra de Dios "castigándolos en todas las sinagogas... enfurecido sobremanera contra ellos... [persiguiéndolos] hasta en las ciudades extranjeras" (Hech. 26:11). Su celosa ortodoxia del pacto antiguo lo llevó hasta el asesinato. Creía estar librando a la nación escogida de sus peores enemigos: "los de dentro". Esa era su particular concepción de la "justicia" de Dios, y gozaba en ello de la aprobación y popularidad generales.

Cuando por fin descubrió el nuevo pacto, Pablo vio algo que nunca antes comprendiera: Ismael, el hijo de Agar -en representación del antiguo pacto-, "perseguía al que había nacido según el Espíritu", a Isaac. Y añadió: "así también ahora" (Gál. 4:29). Eso lo llevó sobre sus rodillas: En su frenesí contra los discípulos, ¡había estado actuando exactamente según el espíritu de Ismael! Había confundido la iglesia del Señor con SU iglesia, y había pretendido mantener la pureza de esa institución perteneciente al Dios que ES amor, mediante el empleo del método del enemigo de Dios por excelencia: la persecución.

"Así también ahora". El antiguo pacto sigue siendo veneno espiritual. Produce “servidumbre”. Si es que no logra asfixiar la devoción por Jesús y su iglesia, la debilita de tal forma que la deja nauseosamente tibia. ¿Pudiera ser que creyéndonos compañeros de Pablo en uno de sus viajes misioneros, estemos transitando en realidad el camino a Damasco, donde resuena aún el ruego, "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"

R.J.W.-L.B.