Querido amigo y amiga:

Es misterioso, lo deja a uno casi perplejo, y en apariencia no son muy buenas nuevas. Da la impresión de que el buen rey Josafat hubiese comprendido y creído la verdad del nuevo pacto, el evangelio; a pesar de lo cual, terminó en el trágico pecado. Además, sus maravillosos reavivamiento y reforma se desvanecieron a su muerte. Bajo el reinado de su hijo Joram, Judá volvió a entregarse al culto a Baal tal como hiciera antes Acab en el reino del norte, o Israel (2 Crón. 21:1-6). ¿Cómo pudo terminar tan mal algo que tuvo un principio tan noble?

Hay una clave en 2 Crónicas 17:6, donde leemos que "se animó su corazón en los caminos de Jehová". Solemos entender que siguió con entusiasmo en los caminos del evangelio. Eso parece indicar que su "obediencia" no fue mero legalismo egocéntrico, un cumplimiento interesado de los reglamentos y ordenanzas dadas por Dios al estilo prevaleciente en el antiguo pacto. No; nos da la impresión de que debió tratarse de genuina devoción del corazón. El problema es que no es muy animador observar cómo todo ese servicio efectuado aparentemente de corazón, no fue capaz de evitar que terminara en el pecado; no fue capaz de salvar esos reavivamiento y reforma nacionales del colapso final. Casi inevitablemente pensamos en nosotros. ¿Qué puede librarnos de un fracaso similar?

Al examinar el original hebreo de 2 Crónicas 17:6 descubrimos una clave interesante: el término es GABAH, una voz que conlleva la idea de arrogancia, de exaltación; de corazón "inflado", más bien que "elevado" en el sentido positivo. Por ejemplo, en Ezequiel 28:2, 5 y 17, se emplea tres veces esa precisa palabra para expresar el engreimiento del corazón de Lucifer, la génesis del pecado. En Proverbios 17:19 significa altivez, y también en Abdías 4. En Isaías 3:16 esa palabra califica la soberbia de las hijas de Sión. En Ezequiel 31:14 significa la exaltación de uno mismo. Al menos dos traducciones de la Biblia expresan correctamente la idea de que Josafat vino a enorgullecerse de su recta devoción por el Señor.

El rey Josafat fue un buen hombre, fue sincero, pero no se dio cuenta de que se había convertido en un digno precursor del orgulloso dirigente laodicense, satisfecho de su justicia. Como Ezequías, su corazón albergaba pecado del que no era consciente. Es un tema digno de reflexión y estudio. Y haremos bien en realizarlos en sincera humildad, caminando por lo bajo, no olvidando que estamos ante la mirada del Eterno. "Tampoco subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él" (Éx. 20:26).

R.J.W.-L.B.