Querido amigo y amiga:

¿Te sientes alguna vez tentado a envidiar a aquellos que parecen poseerlo todo? La Biblia dice: "Todos los días del desdichado son difíciles, pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo" (Prov. 15:15). Aquel que tiene una disposición alegre y optimista vive en una continua fiesta, mientras que, por más que te esfuerces, pareces no encontrar nunca ese sabor de triunfador.

Quizá puedas identificarte con el Salmo 73: "En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies, ¡por poco resbalaron mis pasos!, porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. No se preocupan por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; se cubren con vestido de violencia... logran con creces los antojos del corazón... estos impíos, sin ser turbados del mundo, aumentaron sus riquezas... [pero yo] he sido azotado todo el día y castigado todas las mañanas" (vers. 2-14).

Hay algo profundo detrás de todo ese fenómeno del "tener" o "no tener": la cruz de Cristo. Sabemos que Jesús murió en la extrema pobreza. Los soldados, al despojarlo de sus ropas y repartirlas entre ellos, no encontraron en sus bolsillos una sola moneda sobre la que disputar. Él era la expresión máxima de la pobreza, pero murió para que el mundo tuviera todo aquello de lo que disfruta. "Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos" (2 Cor. 8:9). "El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo" (Juan 6:33). El mundo no se da cuenta, pero todo lo que posee es la compra del sacrificio de Cristo. En ese sentido, el mundo participa diariamente en la comida y en la cena del Señor "indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor" (1 Cor. 11:27-29).

Todo aquello que muchos creen haber heredado de sus padres ricos, o esa inteligencia de la que se creen dotados, no son más que un don de la gracia con la que Dios ha rodeado al mundo. El que siendo rico se hizo pobre es la única causa de sus riquezas. Y él los ha amado hasta el punto de dar su vida por ellos. Pero si se niegan a reconocerlo, si se niegan a aceptarlo y recibirlo, déjales que disfruten en esta tierra el sol, la lluvia, y toda la felicidad que Dios ha dado al mundo (el libre albedrío, la capacidad de creer y aceptar a Cristo, también son una compra de su sacrificio, también son un don incondicional para todo ser humano ¡qué lástima que tantos lo desprecien, para su perdición eterna!). Ellos "ya tienen su recompensa" aquí (Mat. 6:2). En cuanto a ti que crees, no tienes motivo alguno para la envidia: "Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lucas. 6:20).

R.J.W.-L.B.