Querido amigo y amiga:

Fue el momento de la verdad para el mundo. El Mesías pendía de la cruz, sintiéndose abandonado de Dios, hecho "maldición", hecho "pecado" por nosotros (2 Cor. 5:21). Cada célula de su ser sentía la más amarga condenación por causa nuestra. Toda la carga de pecado del Holocausto; el pecado de siglos de cruel esclavitud; la agonía de los mártires de la Edad Media; la agonía de esa tierra que en lugar de fluir "leche y miel" fluye sangre y lágrimas... Nos parece imposible que Alguien llamado Emmanuel pudiera llevar "en su cuerpo, sobre el madero" toda esa carga de pecado. Casi nada es infinito en la humanidad, pero su pecado lo es.

El Cordero llevaba esa espantosa carga como "Dios con nosotros"; era divino, tanto como humano. Siendo ambas cosas en Uno, tenía la capacidad infinita de sentir en su alma la culpabilidad insondable del pecado de toda la humanidad. Sólo su Creador podía sufrirlo de ese modo.

Nunca pienses que a Cristo lo mataron los judíos o los romanos. Lo mató el pecado. Tu pecado y el mío.

Quizá pienses que tu pecado es muy pequeño en comparación con el del Holocausto, por ejemplo. Pero mi pecado es tan infinito como el número de células de mi cerebro. El pecado de cualquier otro es en realidad el mío, pues sólo la gracia de ese Mesías crucificado me ha librado, o puede librarme de él.

Estamos esculpidos en las manos atravesadas de Jesús. Él llevó mis pecados en su cuerpo sobre el madero. "Mis pecados" es todo cuanto soy por naturaleza. Todo lo demás es puramente fruto de su gracia. Eso significa que Jesús, en el Calvario, me llevó a mí en su cuerpo, sobre el madero. Fuimos justificados en su sangre (Rom. 5:9). Lo creas o no, Cristo no te imputó tus pecados, sino su justicia (2 Cor. 5:18 y 19). "Gustó" la muerte por ti, la muerte eterna que te correspondía (Heb. 2:9). "Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de Uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida" (Rom. 5:18). No convertimos a Cristo en nuestro Salvador al creer, pues él ya "nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, mas según el intento suyo y gracia, la cual NOS ES DADA EN CRISTO Jesús antes de los tiempos de los siglos" (2 Tim. 1:9). Ahora nos dice: "Mirad a mí y sed salvos..." Es la JUSTIFICACIÓN efectuada por su sangre, que aceptamos POR LA FE. Está claro que la fe no es nuestra salvadora, y que la "jactancia" queda excluida. Cristo es el todo, y en todos.

Es posible que tu testimonio no sea muy poderoso cuando hablas a alguien de TU Salvador. Puedes hacer algo mucho mejor: háblale de los encantos incomparables del que ES YA SU Salvador, el Salvador del mundo (Juan 4:42; 1 Juan 4:14; 1 Tim. 4:10).

Cristo es hoy tu gran sumo sacerdote. Está en el verdadero santuario, el celestial, ministrando su sangre derramada, a fin de que lo contemples en la cruz muriendo por ti, y seas limpio del pecado que lo crucificó. Si un ángel hubiese podido tomar una fotografía del rostro de Jesús en las tinieblas del Calvario, no podríamos mirarla: "pues de tal manera estaba desfigurada su apariencia, que su aspecto no parecía el de un ser humano" (Isa. 52:14). No obstante, contémplalo. Su bondad exhibida en el Calvario es lo único que puede exponer y expulsar el pecado. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor" (Hech. 3:19).

R.J.W.-L.B.