Querido amigo y amiga:

Jesús afirmó algo que evidentemente desea que creamos. Pero de todo cuanto dijo, parece lo más difícil de aceptar: "Mi yugo es fácil y ligera mi carga" (Mat. 11:30). Todo aquel que se ha tomado con seriedad el seguir a Jesús, conoce la realidad de estas palabras: "En el mundo tendréis aflicción" (Juan 16:33). Es también dolorosamente cierto que "el mundo los odió porque no son del mundo, como tampoco soy [Cristo] del mundo" (17:14). Desde los días de Abel, todo el que quiera vivir piamente padecerá persecución (2 Tim. 3:12). "Como entonces... así también ahora" (Gál. 4:29).

El problema es que hay en el mundo "hijos de luz", y también "hijos de las tinieblas", "hijos de la ira", que sienten hacia los primeros de igual forma en que sintieron hacia Jesús (aunque sea una realidad oculta para ellos mismos, Juan 7:19 y 20). "Si a mí me han perseguido, también a vosotros perseguirán", dice Jesús (Juan 15:20).

Está en la divina providencia el que convivan juntos sus auténticos hijos, con los "que se dicen ser... mas mienten" (Apoc. 3:9), hasta el mismo final. El problema es que ni tú ni yo podemos estar seguros de quién es quién (ni nos ha encomendado el Señor juzgar tal cosa). Cuando Esteban era apedreado, ¡qué natural le habría sido pensar que Saulo de Tarso, quien guardaba la ropa de sus agresores, era un "hijo del diablo"! (Hech. 7:59-8:1). Pero el espíritu cristiano de Esteban testificó a Saulo, y ese hombre que "consentía en su muerte" experimentó una maravillosa conversión a Dios. Si Esteban hubiese muerto condenando (merecidamente?) a Saulo, ¿habría estado preparado para compartir con él la eternidad, tal como esperamos que suceda finalmente tras la primera resurrección? ¡Interesante encuentro, el de Jesús, Pablo y Esteban! Los tres tienen una cosa en común: fueron apedreados. No te pierdas ese encuentro, cediendo al odio hacia los que te persigan, tal como el diablo quisiera que hagas...

Jesús nos anima a albergar una definida esperanza en nuestros corazones hacia "los que os odian... ultrajan y... persiguen", y a orar por ellos (Mat. 5:44). Hasta esa aparentemente injusta "tribulación" se convierte en la gozosa experiencia de cooperar en la salvación de preciosas almas por las que Cristo dio su vida. "Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17), precisamente en el mismo sentido en que lo produjo para Esteban su apedreamiento. De hecho, aprendemos a conocer por experiencia lo que significa identificarnos con Jesús en sus palabras: "en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). También nosotros vencemos al mundo "en él". Jesús pone una canción en tu corazón. Sucede lo impensable: Nosotros, egoístas, mundanos también (es todo cuanto somos por naturaleza), descubrimos que podemos realmente orar por aquellos que nos odian. ¡Milagro que sólo el amor divino puede obrar! Lo hizo con Esteban, lo había hecho con Jesús. Lo hará contigo si no sueltas esa mano amiga con la que te sujeta, si no cortas esas cuerdas de amor con las que te trae a sí.

En el capítulo 7 de Hechos, vemos a Esteban refiriendo a Israel su historia. Referir la historia puede despertar los mayores odios. No había duda, el informe de Esteban no les resultaba agradable de oír: "Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?" (vers. 51 y 52). Pero Esteban lo hizo lleno del Espíritu Santo, orando y pidiendo perdón por sus perseguidores (vers. 59 y 60). Ningún sentimiento de venganza o de defensa propia manchaba su devoción, y "vio la gloria de Dios y a Jesús". No podemos recomendarte una mejor visión que esa. Las piedras nada pueden contra ella.

R.J.W.-L.B.