Querido amigo y amiga:

La última comida de Jesús con sus discípulos, antes de su crucifixión, conocida por muchos como "cena del Señor", ilustra la idea de "sustitución" que enseña el Nuevo Testamento (y también el Antiguo): una experiencia compartida con Cristo.

Jesús NO dijo a sus discípulos: ‘voy a comer este pan en vuestro lugar’, ni les dijo tampoco: ‘voy a beber esta copa en lugar vuestro’. Comió y bebió CON ellos. Empleando la ilustración más clarificadora que quepa imaginar al respecto de la unión íntima, representa a los que creen en él como ‘comiendo mi cuerpo y bebiendo mi sangre’. "Permaneced en mí, y yo en vosotros", nos dice. "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos" (Juan 14:4 y 5). "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros". Al enviar su Espíritu Santo para que more en aquellos que creen en él, afirma no dejarlos huérfanos. "Vendré a vosotros" (Juan 14:20, 18). Es decir: Ábrele el corazón, recibe su Espíritu, y lo estás recibiendo a él.

"Tomad, comed", les dijo en aquella última cena, "esto es mi cuerpo que por vosotros es partido". Y después, "tomó también la copa, después de haber cenado", y dijo: "Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mat. 26:26-28; 1 Cor. 11:23-26). La idea subyacente es una vez más la de unidad íntima. Jesús no desea que lo veamos como a un ser alejado de nosotros, haciendo todas las cosas ‘en nuestro lugar’, mientras lo miramos guardando la distancia, con pueril sorpresa. Murió ciertamente en nuestro lugar. Murió nuestra segunda muerte, de tal forma que nos libra de ella. Eso es así, pero constituye solamente una parte de la verdad que él quiere que comprendamos y apreciemos. Cristo busca una comunión íntima con nosotros, en la que nos identificamos con sus sentimientos y experiencia, como el pámpano se identifica en el proceso vital de la viña.

Saltando ahora hasta los últimos días de la historia, precisamente antes de la segunda venida de Cristo, Apocalipsis nos habla de una unión con él aún más íntima, más profunda de lo que el intelecto humano puede imaginar: la proximidad e identificación de una esposa con su esposo. En esa experiencia compartida con él, no queda viva una sola partícula de orgullo humano. Cuando estoy juntamente crucificado con Cristo, todo mi orgullo queda abatido en el polvo. "Cada día muero".

Al ser hechas tinieblas en la tierra y en el alma del Crucificado, a pesar de sentirse abandonado de Dios, Jesús, conociendo el amor y el poder del Padre, se aferró a él por la fe, y triunfó. Saqueó el dominio del enemigo al apurar aquella copa que no podía pasar de él, mediante un amor más fuerte que la muerte.

¿Mantendrá su Esposa una fe inquebrantable en Cristo en el día de su "angustia de Jacob", cuando se sienta abandonada de Dios por toda apariencia? ¿Tendrá "la fe de Jesús"? El Cordero "es digno" de ello, y su Esposa no le privará ciertamente de esa honra, delante de todo el universo. "El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que tiene sed, venga". "Tomad, comed". "Bebed de él todos". "¡Ciertamente vengo en breve!" Amén.

R.J.W.-L.B.