Querido amigo y amiga:

En los silencios de Dios hay toda una vasta enciclopedia de sabiduría. El conocimiento infinito está también implícito en aquello que Dios NO dice. Por ejemplo, cuando advirtió en el Edén a nuestros primeros padres de que no siguieran al caído Lucifer en su rebelión contra el principio divino del amor abnegado, él les indicó que se abstuvieran de comer del fruto prohibido del "árbol de la ciencia del bien y del mal". Observa lo que Dios NO les dijo: No les dijo, ‘en el día que de él comiereis ciertamente os mataré’. No. Les dijo: "ciertamente moriréis".

Alguien puede pensar que eso significa que los mataría, pues ¿acaso no destruyó la casi totalidad de la raza humana en el diluvio de Noé, o las ciudades de Sodoma y Gomorra? Sí. Lo hizo. Pero... observa una vez más:

¿Habías pensado en lo que NO dice Juan 3:16? No dice, ‘de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, a fin de hacer que sea torturado todo aquel que no crea en él’. Una vez más encontramos un santo silencio. El texto dice: "El que en él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz" (vers. 18 y 19). Somos muy capaces de condenarnos a nosotros mismos ante la contemplación del universo, sin la intervención de Dios.

Un sabio autor escribió: "Dios no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo que ejecuta la sentencia contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan su misericordia, para que recojan los frutos de lo que sembraron sus propias manos" (CS 40). "Cuando aún éramos pecadores", Cristo vino y se identificó con la raza humana caída. La unión entre Cristo y cada persona es tan particular y específica como si no existiese otra criatura viviente. Tal unión es la que inicia el proceso de la salvación. Pero la elección del individuo puede evitar que la voluntad de Dios logre en él su objetivo eterno. Uno puede rechazar su compromiso con Cristo, que deriva del compromiso que Cristo contrajo con él. Dios respeta, con gran dolor, el rechazo de su amor. En eso consiste su "venganza". ¡Cuánto mejor reconocer que "el Cordero es digno" de nuestra total y sincera devoción, por habernos redimido! Así te ruega el Salvador: "Yo deshice como a una nube tus rebeliones y como a una niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí" (Isa. 44:22).

Dios no quiere lograr por el miedo aquello que sólo es posible ganar por el amor. No es su voluntad llenar el cielo de personas movidas por el miedo a la perdición, o por su deseo de recompensa. Cuando añadimos un 50% de motivación egocéntrica a la genuina motivación del amor, logramos un estado que se define por una sola palabra: tibieza. La tibieza convierte los servicios de adoración en algo tan árido como el desierto de Gilboa, que no sabe lo que es la lluvia ni el rocío. Eso a pesar de no cesar de pedir "la lluvia".

Permite al amor que ocupe su legitimo lugar, y comprobarás la verdad de las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 13:13. Llegó ya el tiempo de que comencemos a apreciar con seriedad lo que sucedió en la cruz, de que le amemos porque él nos amó primero (1 Juan 4:19).

R.J.W.-L.B.