Querido amigo y amiga:

El preámbulo de los diez mandamientos los eleva desde la categoría de severas órdenes o prohibiciones –como los concibe la mentalidad del antiguo pacto–, hasta el estatus de gloriosas promesas del nuevo pacto: "Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto (símbolo de las tinieblas), de casa de servidumbre". Nunca identifiques el antiguo pacto con el Antiguo Testamento, y el nuevo pacto con el Nuevo. No se trata de una condición de tiempo, sino de mente. Nunca ha existido una salvación que no sea por la fe. Así la recibió Abraham, y así la expresó Abel mediante su ofrenda. Los diez mandamientos no se transforman en diez promesas en el Nuevo Testamento, porque leemos en Salmo 81:8 y 9: "Oye, pueblo mío, y te amonestaré. ¡Si me oyeras, Israel! NO HABRÁ en ti dios ajeno NI TE INCLINARÁS a dios extraño. Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto..." En el antiguo pacto, tú prometes, ¡y esperas que Dios te crea!...; en el nuevo, Dios promete y tú lo crees.

Pero ¿cómo puedo creer que el Señor me ha librado, cuando por toda apariencia soy como el insecto atrapado en la telaraña de la adicción, tejida por Satanás?

(a) El Hijo de Dios, el Salvador del mundo, fue hecho pecado por ti (2 Cor. 5:21). En Cristo, la humanidad nació de nuevo. (b) Jesús fue "nacido bajo la ley", tal como lo somos tú y yo, y sin embargo, jamás pecó (Gál. 4:4). (c) El Padre envió a su Hijo "en semejanza de carne de pecado", a fin de que pudiera ser "tentado en todo según nuestra semejanza". Puedes acercarte confiadamente a un Salvador que conoce por experiencia el terreno interior en el que tienen lugar tus luchas, lo que lo convierte en poderoso para acercarse infinitamente a ti, y socorrerte (Rom. 8:3; Heb. 4:15). (d) "Condenó al pecado en la carne", lo hizo innecesario. No condenó al pecador en la carne, sino que lo libró de la esclavitud de ceder a los clamores de la carne (Gál. 5:16). (e) Lo hizo con el expreso propósito de que "la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rom. 8:4).

Participando de la misma "carne y sangre" que tú y yo, pudo paralizar (así lo expresa el original griego) mediante su "muerte al que tenía el imperio de la muerte" (Heb. 2:14 y 15). Sí, Dios nos vuelve a decir, como en el Salmo 81:8 y 9: "Oye, pueblo mío, y te amonestaré. ¡Si me oyeras, Israel!" ‘Si recordares que "nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido..."’ (Rom. 6:6) ..."no habrá en ti dios ajeno ni te inclinarás a dios extraño [quedarás libre de toda adicción, particularmente de la adicción al yo, que es la madre de todas las adicciones]. Yo soy Jehová tu Dios", que te hice acepto en el Amado (Efe. 1:6).

Cuando "oyes" y crees esa realidad, se acabó tu derrota, se acabó tu esclavitud, se acabaron tus prisiones. Dios pone en ti un cántico nuevo: "Jehová, ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, hijo de tu sierva. Tú has roto mis prisiones" (Sal. 116:16). Quizá te estés diciendo: ‘Sí, pero mi problema es precisamente el creer’. ‘Quiero creer, pero...’ Si tenemos una semana próxima, quizá sea un tema digno de consideración.

R.J.W.-L.B.