Querido amigo y amiga:

Durante unos 2000 años, descendientes literales de Abraham han estado esperando la venida del Mesías prometido. Han elevado un sinnúmero de plegarias fervientes porque venga pronto. Pero la cuestión es que vino ya, en aquel bebé nacido en Belén, como humilde Carpintero en Nazaret. Y los descendientes de Abraham, en su mayor parte, no lo reconocieron como el tan esperado Mesías.

En el error más trágico de toda la historia, lo confundieron, tomándolo por su peor enemigo, y lo rechazaron y mataron de la forma más cruel e inhumana que la historia haya conocido: clavado como maldición de Dios (Gál. 3:13), en una cruz romana. Jesús vino a ser, para esa generación, la piedra de escándalo, el innombrable. Apreciado sólo por unos pocos incultos y marginados, cuanto antes pudiese el mundo deshacerse de él, tanto mejor (Juan 7:47-49).

Se da la circunstancia de que los asesinos directos del Hijo de Dios eran los representantes de su pueblo escogido, ¡los descendientes de Abraham, el "amigo de Dios"! Nada puede disminuir la enormidad de ese pecado, y la ceguera que el pecado produce les impedía reconocer su implicación en la crucifixión (Hech. 5:27 y 28).

La historia permanece ahí como solemne advertencia para nosotros hoy, a fin de que no repitamos el pecado de su "pueblo escogido". Cristo los perdonó, pero nada nos hace pensar que Dios haya de perdonar a aquellos que voluntariamente, en los últimos días de la historia de este mundo, repitan ese pecado. "Respondiendo el Rey les dirá: 'De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis'".

Llamando la atención de Jesús a catástrofes sufridas por determinadas personas, algunos le preguntaron en cierta ocasión: "Quién pecó, este o sus padres..." Jesús respondió: "ni este ni sus padres, antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente...". Jesús deshizo esa cortina de humo de los pecados personales cometidos siempre por "otros", con la que intentaban ocultar la realidad de la gran culpa compartida que pesaba sobre ellos.

A veces nos preguntamos '¿Quién crucificó a Cristo, los romanos, o los judíos?' Pero Jesús murió por tus pecados. "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:8 y 9).

Un negro espiritual pregunta: '¿Estuviste allí, cuando crucificaban al Señor?'

Sí, estuviste, y su perdón te alcanza también a ti. ¡Pero no querrás crucificarlo de nuevo! (Heb. 6:4 al 6)

R.J.W.-L.B.