Querido amigo y amiga:

Hay ánimo y consuelo para quien sufre persecución de parte de sus hermanos, en una historia singular referida en la Biblia. No es un relato muy popular. Su protagonista es Jeremías. Tiene más bien mala prensa, y no suele recibir gran atención. Se lo ha llegado a conocer como el profeta de las lamentaciones.

¿Por qué detenerse en una historia cuyo protagonista desea ver convertidos sus ojos en fuentes de lágrimas, para llorar día y noche? (9:1; Lam. 2:11). En el siglo de las comedias, ¿quién está interesado en una tragedia? Quizá es la razón por la que suele acumular polvo en la última estantería del recuerdo.

Pero Jeremías fue tan importante que algunos pensaron que Jesús era la "reencarnación" del profeta (Mat. 16:14). Dios permitió que cayera sobre él una avalancha de persecución. No por el período de unos diez años, como fue el caso con David o con José, quienes fueron posteriormente exaltados. No. El pobre Jeremías parece no conocer descanso de la tortura física y moral.

(a) Fue echado en un pozo cenagoso, y abandonado allí a una penosa muerte, de no ser por un caballero africano que se compadeció de él y lo salvó (Jer. 38:6-13).

(b) Fue apresado en el cepo reservado para exponer a los "indeseables" a la pública vergüenza. Sin embargo, era el profeta escogido de Dios, desde antes de su nacimiento (1:5). Por toda apariencia, el Dios que lo había llamado, lo abandonaba ahora.

(c) El propio rey rompió y quemó despectivamente el libro que el Espíritu Santo inspiró a Jeremías que escribiese (36:21-23). La humillación de ver roto y quemado el fruto de la dedicación de toda una vida.

(d) Pero el golpe más duro al que tuvo que someterse debió ser sin duda el de la traición de su propia familia, que en lugar de serle fiel, conociendo su sinceridad y entrega, organizó una amarga campaña contra él, adulándolo por delante y acuchillándolo por detrás (12:6).

A pesar de todo ello, Jeremías figura hoy entre los más exaltados hombres de Dios, profeta entre los profetas. A él encomendó Dios el anuncio de ese arrepentimiento nacional que nunca se produjo en el pueblo literal de Israel, y que aguarda al pueblo espiritual de Dios, al dar oído al mensaje que resume su expresión: "Jehová, justicia nuestra" (Jer. 23:6). Jeremías pronto compartirá con Cristo el gozo de ver el fruto de la aflicción de su alma. Si fuiste llamado a sufrir, puedes comenzar ya a compartir ese gozo con él.

R.J.W.-L.B.