Querido amigo y amiga:

Juan 17 registra la oración elevada por Jesús la noche antes de sufrir la más horrible de las muertes: rechazado, despreciado, odiado y lo que es aún peor, sintiéndose en la más absoluta soledad y abandono de parte de su Padre celestial. Efectivamente, el Padre permitió que se erigiera ese muro que ocultaba al Padre de la vista de su Hijo, de forma que Jesús debió apurar hasta el final la amarga copa de la muerte que pertenece al malvado, aquella que Moisés identificó con la maldición eterna de Dios (Deut. 21:22 y 23; Gál. 3:13). Aquel que no pecó jamás, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Sin embargo, esa oración de Jesús era la expresión misma del triunfo y la conquista, la constatación de la mayor victoria imaginable en el universo de Dios: "HE ACABADO la obra que me diste que hiciera". ¿Cuál era esa "obra"? "No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (12:47). En 3:17 se explica aún con mayor claridad: "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él". Pero ¿acaso Jesús salvó realmente al mundo? Hoy es pecaminoso en extremo, ¿no es cierto? ¡Se diría que está más bien perdido! ¿Se equivocaría Jesús? ¿Exageró? ¿Debería quizá más bien haber orado en estos términos?: 'Padre, estoy a punto de dar mi vida. Me habría gustado salvar al mundo, pero ¡me ha rechazado! No es culpa mía. He intentado en todo momento hacer aquello para lo que me enviaste, pero Satanás no me ha dejado salvar al mundo. Sólo he logrado reunir a una exigua minoría, y ¡hasta éstos van a abandonarme en la hora de mi agonía!'

No. Su afirmación de haber acabado la obra que el Padre le asignó es tan fiel y verdadera como él mismo. ¡Salvó el mundo! (1) Se constituyó en el postrer Adán, un verdadero ser humano. Tomó sobre sí, en un sentido legal, toda la raza humana. Restauró lo que se perdió en Adán. Tomó sobre sí mismo, como nuestro Representante, todos nuestros pecados, todos los tuyos también, desde el primero hasta el último, y murió nuestra muerte, la muerte que es "paga del pecado" (Rom. 6:23). Verdaderamente, "gustó" la muerte por todos (Heb. 2:9), y venció al pecado en la carne caída y pecaminosa de la humanidad (Rom. 8:3). (2) Esa muerte no era el "sueño" que afecta hoy por igual a salvos y perdidos, sino la muerte verdadera, la segunda muerte (Apoc. 2:11; 20:14).

Lo único que hace posible que tú y yo podamos efectuar la próxima respiración, es que él nos redimió ya de la segunda muerte. Esa es también la razón por la que Dios puede tratar hoy a todo hombre como si fuera inocente (siendo que nadie lo es). Sólo debido a que Jesús acabó la obra que el Padre le encomendó, puede hacer "salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos" (Mat. 5:45). Esa obra consumada por Jesús, significa algo importante para todo hombre: la facultad de elegir lo que le ha sido dado en Cristo, para vida eterna; o bien despreciarlo, pisotearlo y rechazarlo, haciéndose con ello acreedor de la destrucción eterna. ¿Te parece un camino difícil? Lee Marcos 16:16.

R.J.W.-L.B.