Querido amigo y amiga:

Nadie se ofende por todo aquello que habría de hacer Jesús, según anunció a Daniel el ángel Gabriel: (1) "terminar la prevaricación", (2) "poner fin al pecado", (3) "hacer reconciliación por la iniquidad" y (4) "traer la justicia perdurable" (Dan. 9:24). Lo que parece inquietar a algunos es el hecho de que Dios va a tener un pueblo en la tierra que experimente esas cuatro cosas. 'Si es Jesús quien lo hace, no hay problema, pero nosotros no podemos, y es erróneo pensar que tal cosa esté a nuestro alcance', dicen algunos. El pecar se ha arraigado de tal manera en nosotros, que nos parece imposible vivir de otra forma distinta a esa, hasta que (a) o bien morimos, (b) o somos transformados al ver a Jesús regresando en las nubes de los cielos. Muchos esperan (en vano) que tenga lugar entonces el milagro que debiera ocurrir ahora. Esperan que Jesús los cambie entonces mágicamente y los limpie por fin del pecado. Mientras tanto, parece que lo único posible es conformarse y seguir siendo "humanos" (un eufemismo para referirse a seguir pecando). ¡Nadie es perfecto!, es el clamor repetido.

Con esa mentalidad, ¿habría engendrado Abraham a Isaac?, ¿habría atravesado Israel el mar rojo?, ¿habría caminado Pedro sobre las aguas del lago? ¿Crees que el Salvador es capaz de "terminar la prevaricación" en ti?, que puede reconciliarte plenamente?, que puede librarte de la esclavitud de la transgresión?, que puede demostrar su justicia en ti? Eso es precisamente lo que el ángel afirmó que Jesús iba a realizar. En el Nuevo Testamento, el libro de Hebreos presenta esas mismas Buenas Nuevas: Jesús emerge como el que es capaz de salvar plenamente a los que por él se allegan a Dios (7:25), como el que es poderoso para socorrer a los que son tentados (2:18). Eso no significa que sea posible lograrlo por uno mismo; no significa que haya una motivación egocéntrica de intensidad suficiente como para permitirlo. Significa que Dios será honrado por una comunidad de fe que responderá finalmente a la tentación de la misma forma en que hizo José al ser llevado a aquella comprometida situación, cuando una bella mujer lo intentó seducir al pecado. La forma en la que José debió huir demuestra que era susceptible a la tentación. La Biblia lo presenta como habiendo descubierto la misma verdad que Daniel: "¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?" (Gén. 39:9). Lo que estaba en la mente de José no era lo que podría pensar su familia, ni el temor a contraer una enfermedad venérea. Aún menos la conveniencia de no poner en peligro su "carrera". Había recibido el amor de Cristo, y comprendió que no podía crucificar de nuevo para sí al Hijo de Dios, exponiéndolo a la burla (Heb. 6:6). José había descubierto un inmenso continente en el que el "yo" no era la capital. Cristo es la Cabeza, la capital, la esencia misma del ágape, pero posee un cuerpo, una comunidad de creyentes. Ésta hará patente que seres humanos aprecian finalmente lo que Cristo cumplió. ¿Lo estás apreciando ya? Lee Romanos 4:20 al 22 y descubre que es tu privilegio el dar gloria a Dios.

R.J.W.-L.B.