Querido amigo y amiga:

Durante su vida en esta tierra, Jesús oró sin cesar. Y oró por personas, de forma individual. Considera el caso de Pedro, por ejemplo: "Simón, Simón... yo he rogado por ti, para que tu fe no falte" (Luc. 22:31). ¡Y cuánta falta le hizo que hubiese orado así por él! Estuvo a pocos milímetros de su perdición cuando negó por tres veces conocer siquiera a Jesús. Más tarde, al recapacitar en lo que había hecho, quedó quebrantado hasta el punto de llorar amargamente. En situaciones parecidas a esa, más de uno se ha quitado la vida. Pero en su agonía, Pedro debió recordar las palabras de Jesús: "yo he rogado por ti", y aferrado a esa tenue hebra de esperanza, pudo arrepentirse.

Ahora una pregunta: ¿Hizo Jesús esa misma oración en favor de Judas Iscariote? Cuando Jesús oraba, el Padre oía sus oraciones, y los ángeles estaban prestos a realizar lo que Jesús pedía. Pero no encuentro evidencias en el relato inspirado de que Jesús orase por Judas así: "para que tu fe no falte" en la hora de la prueba. La razón es que para el tiempo en el que Jesús oró por Pedro de esa forma, Judas no tenía ya fe alguna por la que orar!

De acuerdo con Romanos 12:3, Dios había dado previamente a Judas (al repartirla a "cada uno"), la "medida de fe". Pero como Esaú, quien despreció y vendió esa primogenitura que Dios le había concedido, Judas había por entonces desdeñado todo resto de "la medida de fe que Dios repartió a cada uno". Había resistido todo esfuerzo del Espíritu Santo por traerlo al arrepentimiento. Había rehusado confesar, abandonar y reponer su sustracción de "la bolsa" que administraba, como tesorero de Jesús y los discípulos (ver Juan 12:6; no sería difícil que hubiese privado alguna vez al hambriento y fatigado Jesús de su debido sustento físico). Judas rehusó el llamado del Espíritu Santo en aquella ocasión en la que María bañó los pies de Jesús con sus lágrimas, cosa que volvió a hacer cuando el propio Jesús le lavó los pies a Judas. Permitió que el orgullo egoísta encadenara su corazón a Satanás. No quedaba ya fe por la cual Jesús pudiese orar. Las oraciones de Jesús a su Padre eran poderosas, pero hay algo que no podía hacer, de acuerdo con su carácter: no podía forzar el corazón de nadie.

La relación de Jesús con cada uno de nosotros es tan estrecha, tierna e íntima como la que mantuvo con sus discípulos; agradezcámosle hoy el que ore aún por nosotros para que nuestra fe no falte en la prueba final. Aférrate con fuerza a cada fina hebra de esperanza que él te da.

R.J.W.