General Conference Daily Bulletin, 1893
El mensaje del tercer ángel (nº 1)

A.T. Jones

 

 


Al iniciar nuestro estudio creo que será bueno dedicar esta hora a considerar el motivo por el que nos hemos reunido y la manera en que podemos resultar beneficiados. Supongo que la expectativa general es oír cosas en las que nunca antes se había pensado, y no sólo oírlas, sino aprenderlas. Es relativamente fácil oír cosas en las que nunca antes se había pensado, pero no siempre es fácil aprender de lo que oímos. De hecho, lo que realmente esperamos es que el Señor nos dé nuevas revelaciones de sí mismo, de su palabra y de sus caminos. Eso es lo que yo espero.

Este texto contiene un buen consejo para todos nosotros:

De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él (Mar 10:15)

Así es como venimos a aprender acerca del reino de Dios, a recibir las cosas de ese reino, cosas nuevas y antiguas, cosas antiguas en una nueva luz, y cosas nuevas en una nueva luz. Quien no las reciba como un niño no entrará en ese reino, no las podrá obtener. Así, nuestra actitud al venir aquí es la de sentarnos a los pies de Cristo, verlo como a nuestro instructor y esperar recibir de él lo que tiene que decirnos, con la actitud de un niñito. El texto citado no es el único que nos habla acerca de los que recibirán el reino de Dios; en Mateo está expresado de forma que cubra todo el tiempo desde que recibimos por vez primera el reino de Dios.

En aquel tiempo los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mat 18:1-3)

Si alguien cree que el primer texto se aplica a cualquiera que recibe el reino de Dios por vez primera y admite que sólo puede recibir la verdad tal como lo hace un niño, confesando que no conoce nada por él mismo y que no puede por sí mismo llegar a ese conocimiento, el segundo versículo le demostrará que el asunto va más allá que eso: que sigue siendo cierto incluso después que hemos recibido el reino de Dios. A fin de convertirnos, hemos de hacernos como niñitos y recibir el reino de Dios como tales, confesando que no conocemos nada por nosotros mismos ni hay sabiduría en nosotros. No es nuestra propia sabiduría la que nos lo puede aclarar ni abrir el camino por el que lleguemos a comprenderlo tal cual es. Debemos abandonar toda nuestra sabiduría a fin de obtener ese conocimiento, y al convertirnos hemos de llegar a ser como niñitos. “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Cuál es el tipo de niño que se menciona? -Un niño pequeño. Los niños menores no suelen sentirse orgullosos de sus propias opiniones. Los más mayores no tienen tanta facilidad para aprender. La ilustración provee un modelo y ejemplo de cómo debemos abordar la palabra de Dios a fin de aprender.

Hay otro versículo que nos enseña lo mismo, pero quizá con mayor fuerza si cabe:

Si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debería saberlo (1 Cor 8:2)

¿A cuántos se aplica? -A cada “alguno”; a todos los que estamos aquí. ¿Es posible que se esté refiriendo a todos y cada uno de los aquí reunidos? -Así es. ¿Cuánto es necesario que alguien imagine saber, para que se le pueda aplicar? –Es suficiente con “algo”. ¿Se aplica, por lo tanto, a cualquier grado y categoría de conocimiento? -Ciertamente. Veis que el texto se aplica a todos, y a todo lo que sea posible saber. Si alguno de nosotros piensa que sabe algo, ¿cuánto sabe? -No sabe nada, de la forma en que debiera saberlo.

¿Estáis dispuestos a admitir que es así? Haced vuestro el pensamiento. Si vinisteis aquí pensando que sabíais algo, pensad que no lo sabéis de la forma en que debéis saberlo. ¿Vendremos al estudio con esa mentalidad? ¿Acudiremos todos mañana, pasado mañana y cada día que vengamos, con el convencimiento de que no sabemos nada de la forma en que debiéramos saberlo? En nada cambia si se trata del pastor más veterano entre nosotros; debe venir aceptando que no sabe nada de la forma en que debería saberlo. Entonces podrá decir: “Enséñame”. Así es como aprenderemos. Todo el que venga a esta casa con esa actitud, aprenderá algo en cada reunión; y esto también incluye al pastor más veterano entre nosotros: él aprenderá aún más que el resto de nosotros, si se sienta con esa mentalidad. Ahora, ¿por cuánto tiempo se aplica el texto?, ¿por cuánto tiempo seguirá siendo verdad lo que afirma?, ¿superaremos en estas reuniones ministeriales el período de vigencia del texto? -De ninguna manera. Queda establecido para todas las asambleas, por si hubiéramos pensado que sabíamos algo.

Hay ciertas cosas que creíamos saber bastante bien. Si tal fuera el caso, olvidadlo: no sabemos nada. Aprendemos más a partir de aquellos textos que conocemos mejor, los que nos son más familiares. No olvidéis eso. ¿Comprendéis que cuando alguien toma un texto o un pensamiento y tras haberlo estudiado por largo tiempo llega al convencimiento de que ha captado todo lo que contiene, se cierra en sí mismo? Cuando dice: ‘Ahora lo comprendo’, se priva de aprender lo que realmente hay en el texto.

El hermano Porter nos ha hablado en el estudio precedente del propósito de Dios de hacernos conocer esas cosas. ¿Qué tipo de propósito fue ese? Un “propósito eterno”. Y la Escritura es la expresión del pensamiento de Dios para nosotros, según ese propósito eterno. Es el medio por el que lleva a cabo, establece y da a conocer su propósito. ¿Qué tipo de propósito es? -Eterno. ¿Cuán profundos son sus pensamientos? ¿Cuál es el alcance de ese propósito? -Eterno. ¿Cuán profundos son entonces los pensamientos expresados en las Escrituras? -Eternos. ¿En cuántas expresiones de las Escrituras tiene el pensamiento una profundidad eterna?, ¿en cuántos pasajes? -En todos y cada uno de ellos. En consecuencia, ¿es necesaria la totalidad de las Escrituras para que el Señor nos pueda expresar lo que quiere decirnos acerca de su propósito eterno? -Así es. ¿Qué profundidad tiene el pensamiento en cada pasaje de las Escrituras y en las palabras empleadas para expresarlo? -Eterna. Por lo tanto, tan pronto como alguien capta alguno de esos pensamientos y cree que ya comprendió el texto, ¿cuán lejos está de ello?, ¿cuán lejos está de alcanzar el pensamiento que está realmente allí, en aquel pasaje? (Voz: tan lejos como su mente está de la mente de Dios). Cuando dice: ‘tengo la verdad, he captado la idea’, está cerrando su mente a la sabiduría y al conocimiento de Dios; se está poniendo a sí mismo y a su propia mente en el lugar de Dios y de los pensamientos divinos. El que hace así no puede continuar aprendiendo nada más. ¿No veis que en ese instante se está privando de aprender en lo sucesivo? El que sigue ese curso queda impedido de aprender nada, más allá de sí mismo, y desde luego no alcanzará jamás el conocimiento de Dios.

Los pensamientos expresados en las afirmaciones de las Escrituras tienen una profundidad eterna, por lo tanto, ¿qué límite podemos marcarnos al estudiarlos? -Ningún límite. ¿No nos presenta eso el espléndido panorama y el grandioso prospecto de que la mente eterna de Dios resulta desplegada ante nosotros a fin de que la estudiemos? Conviene que no olvidemos que ese es el campo de estudio en el que vamos a entrar.

Hemos estado aquí por un tiempo. Seamos cuidadosos, no vayamos a creer que sabemos algo. Asegurémonos de no habernos confinado a la idea de que sabemos algo de la forma en que debiéramos saberlo. Establezcamos de una vez -y según la Palabra de Dios- que no conocemos nada en absoluto. Cada línea de pensamiento contiene algo que está dispuesto para que lo comprendamos. Hasta no haber pasado todas las profundidades de la eternidad, no alcanzaremos nunca el lugar en el que tengamos derecho a pensar que conocemos aquello y que hemos agotado lo que contiene, ¿no os parece? Me alegra saber que hay temas como esos a nuestra disposición para que los estudiemos, y un período de tiempo como ese (la eternidad) para estudiarlos. Como primera cosa, alegrémonos porque sea así. El texto citado permanecerá con nosotros, al menos, por tanto tiempo como estemos en este mundo; y no a va a perder vigencia después; seguirá en pie. La Biblia, la palabra de Dios expresada en este formato, dejará de ser. Las Biblias serán quemadas, como cualquier otro libro de papel y piel. Pero la Palabra de Dios no será quemada. El texto en esta forma (impreso), perdurará por tanto tiempo como dure el mundo, pero posteriormente seguirá existiendo en el cuerpo. Por lo tanto, ese texto seguirá todo el tiempo con nosotros, nos acompañará por la eternidad. “Si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debería saberlo”. No lo sabe; nadie lo sabe. ¿No os alegra, hermanos, que sea así?

Pero no vamos a pasar demasiado tiempo con ninguno de esos textos, ya que hay otros varios que querríamos traer aquí esta noche. Retomando el pensamiento al que nos hemos referido al principio, hemos venido aquí esperando aprender muchas cosas que son nuevas, y muchas nuevas cosas a propósito de lo que ya sabíamos con anterioridad. No obstante, no hemos venido a aprender nada que no sea la verdad. Es la verdad lo que queremos. Lo único que tiene poder, bendición y fuerza para santificar, es la verdad. Y sólo puede ser la verdad tal como es en Jesús; no existe otro camino a la verdad. Por lo tanto, viniendo con ese propósito, para conocer sólo la verdad, eso es lo único que hemos de estudiar, lo único que nos debe interesar. No corresponde a vosotros ni a mí el decidir si se debe tratar de algo antiguo o nuevo, decidir quién lo presente en esta reunión ministerial, si lo hemos de estudiar a no, o cualquier otra consideración. La pregunta que debemos hacernos, es: ¿es verdad? Si es la verdad, tomemos la palabra del Señor tal como él nos la da, al margen de la persona a través de quién venga, de la forma en que nos llegue y aunque viniera por el camino exactamente opuesto al que habíamos esperado. Y hay las mayores posibilidades de que ese sea el caso, puesto que “‘mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos’, dice Jehová”. Por lo tanto, si es que hemos determinado la forma en que haya de venir, existe toda posibilidad de que venga de otra manera.

El Señor no permitirá que nadie dicte o trace sus planes. Podemos apropiarnos este texto del Señor: “Verdaderamente tú eres Dios que te ocultas; Dios de Israel, que salvas”. Dios se va a ocultar; no siempre podremos saber los caminos que va a escoger para obrar. Mantengámonos siempre en la actitud que le permita elegir su propia forma de hacer las cosas. Así estaremos perfectamente seguros. Entonces podremos estar libres de toda ansiedad y no sentiremos que corresponde a nosotros manejar los asuntos de la forma que sea. Su sabiduría no tiene fin; para él no hay limitaciones, y nosotros simplemente nos mantenemos todo el tiempo alerta para observar cómo actúa. No tenemos otra tarea, excepto la de gozarnos viendo cómo obra. He sido muy bendecido en el estudio de la Biblia y en la observación de cómo obra el Señor. El estudio más oscuro y misterioso es también el mejor de los estudios, ya que permite que nos pongamos a un lado y veamos cómo es él quien actúa. Si pudiéramos predecir siempre lo que va a venir, resultaría menos interesante. Al llegar a lo más oscuro, tenemos la mejor oportunidad para observar con mayor interés y determinación cómo lo resuelve el Señor.

Es sólo la verdad lo que hemos de aprender, sin importar quién la pronuncie -por supuesto, será realmente el Señor quien lo haga-, sin importar a través de quién, o de qué forma llegue. Si antes no la conocíamos, demos gracias a Dios por conocerla ahora. La única pregunta debe ser: ¿es verdad? Todos conocéis el texto de 2 Tesalonicenses 2:9-10:

El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá acompañado de hechos poderosos, señales y falsos milagros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos

¿Qué le permite lograr todo eso? -Que no recibieron el amor de la verdad. Satanás no tendrá posibilidad alguna de entrampar con hechos poderosos, señales, falsos milagros y con todo engaño de iniquidad al que ame la verdad y reciba el amor de la verdad, ya que Jesús ha dicho (Juan 8:32):

Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres

Así, todo aquel que reciba el amor de la verdad, vendrá a ser libre. ¿Es libre aquel a quien entrampa Satanás con hechos poderosos, señales, falsos milagros y con todo engaño de iniquidad? -No. Es un terrible esclavo. En la medida en que hayamos determinado que lo único que vamos a buscar o esperar es la verdad, y que vamos a amarla y a tomarla porque es la verdad, no necesitamos estar preocupados por si Satanás va a engañarnos o no.

Observad la segunda parte del versículo: el efecto de la verdad es hacernos libres. La primera mitad es la mejor promesa de la Biblia, si es que se pudieran medir las promesas. Realmente se puede, pues cada una es igual de importante que las demás. Todas son el pensamiento de Dios, y su pensamiento es eterno. En todo caso, esta es una excelente promesa: “Conoceréis la verdad”. A mí me parece maravillosa. “Conoceréis la verdad”. ¿Creéis conocerla? ¿Os preguntáis si la conocéis? ¿Os preguntáis si tal y tal cosa es verdad? -“Conoceréis la verdad”. Esa es la promesa de Jesús a vosotros y a mí: que cuando confiamos en él y lo seguimos, conoceremos la verdad. Y tan ciertamente como nos entregamos a él y le seguimos, se encargará de que conozcamos la verdad. Confiamos en que él lo va a hacer.

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: -Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8:31)

¿Cómo hemos de conocer la verdad? Permaneced en su palabra, sed verdaderamente discípulos suyos, y conoceréis la verdad. De ahí se deduce que la suya es palabra de verdad. “Conoceréis la verdad”. Queremos aferrarnos a esa promesa. Me parece que si esa fuera la única promesa en la Biblia, sería todo cuanto necesitamos. “Conoceréis la verdad”. Puesto que Cristo lo ha prometido, es una promesa para vosotros y para mí, cuando lo seguimos y nos entregamos a él. Teniendo la promesa: “conoceréis la verdad”, creo que hay razones para que seamos el pueblo más feliz en la tierra.

Con toda seguridad ha habido, desde las primeras presentaciones, abundante oportunidad para que alguien se pregunte: ‘¿Es realmente así?’ Quizá alguien ha tenido ya la oportunidad de decir: ‘Bien; sobre eso, no sé’. Antes de que terminen estas seis semanas que el Señor nos ha concedido para que estudiemos su palabra y sus caminos, sin duda habrá innumerables ocasiones en las que vamos a decirnos: ‘¿es así realmente?’ ¿Cuál es la promesa? “Conoceréis la verdad”. El Señor no quiere que creamos las cosas porque alguien las dice. Cuando alguien dice alguna cosa, Dios no quiere que concluyamos: ‘Es así, porque ese alguien lo dice’. No ha de ser así. Hemos de saber que es verdad porque lo dice Dios. Y tenemos la promesa: “Conoceréis la verdad”. Habrá oportunidad de que aparezca alguna pregunta, ¿no os parece? Se presentará la pregunta, pero junto a ella estará la promesa. No lo olvidéis. Cristo os ha prometido, cada vez que aparezca una pregunta, “conoceréis la verdad”. Así, cuando algún pensamiento en el estudio suscite una cuestión, ¿cuál es la respuesta para vosotros y para mí?, ¿qué es lo que debemos considerar?, ¿cuál debe ser entonces nuestra posición? Algún día cierto hermano hablará, y leyendo algún pasaje -o varios de ellos- hará una declaración quizá, expondrá una idea, que resulta nueva para mí; empleará una expresión que es nueva para mí. Se suscitará la pregunta: ‘¿es eso así?’ ¿Cuál es la respuesta para mí? -“Conoceréis la verdad”. Por lo tanto, ¿qué debo hacer con esa nueva idea, con esa cuestión?, ¿no habré de tomar en consideración esa cuestión, esa nueva idea, eso que para mí es luz nueva?, ¿no deberé presentarla ante Cristo, pidiéndole que me haga conocer la verdad? ¿Os parece preferible acudir a algunos de los hermanos y preguntarles: ‘Qué pensáis sobre esto?’ ‘El hermano dice tal cosa, ¿qué piensas sobre eso? Es nuevo para mí, y tengo ciertas dudas al respecto’. ‘También yo tengo dudas’, responde el hermano al que consultáis. ‘Bien: entonces no puede ser así’. Eso lo sentencia: ‘No es así’. A nadie corresponde pensar por los demás.

Recuerdo que cierto día, en un encuentro campestre, un hermano leyó literalmente ciertas escrituras; eso fue todo lo que hizo: fue una lectura bíblica. Pero las ideas contenidas en aquel relato bíblico eran nuevas para muchos en la audiencia. Unos seis hermanos se juntaron para venir a hablar conmigo y me preguntaron: ‘Hermano Jones, ¿qué piensa sobre eso?’ Les respondí: ‘No os corresponde preguntarme lo que pienso al respecto. ¿Qué es lo que pensáis vosotros?’ ‘Es que no sabemos qué pensar al respecto’, replicaron. A eso, respondí: ‘Investigad’. Suponed que les hubiera respondido que no lo creía. Entonces habrían dicho: ‘No creemos en eso, porque el hermano Jones ha dicho que no lo cree’. Suponed que les hubiera dicho que era tal como el hermano había leído. Entonces habrían dicho: ‘Es así, porque el hermano Jones dice que es así’. Por lo tanto, me propongo no deciros nada acerca de lo que pienso. Nada tenéis que hacer con ello: sabed por vosotros mismos cuál es la verdad. Esa es la posición que me propongo adoptar en este encuentro ministerial. Espero que surjan algunas cosas que resulten nuevas. Aún no he asistido jamás a un encuentro en el que estudiáramos la Biblia, donde el Señor no nos diera algo nuevo, maravilloso, grandioso y glorioso. El lugar que pienso ocupar es el que señala la promesa: “Conoceréis la verdad”.

Pero he conocido a personas, como sin duda será también vuestro caso, que albergan la idea de que la única forma segura de conocer la verdad es suscitar todas las objeciones de las que sean capaces, y esperar a que se les dé respuesta. Ahora, una vez que he presentado todas las objeciones que se me ocurren respecto a algo, y se les ha dado respuesta, ¿podré estar seguro de cuál es la verdad? -No, porque habrá objeciones en las que nunca había pensado. ¿Comprendéis? Según esa mentalidad, ¿podré alguna vez llegar a estar seguro de que es la verdad, antes de haber dado respuesta a toda objeción que se pueda presentar en su contra, por parte de toda mente en el universo? ¿Podrá la respuesta a las objeciones darme la seguridad de que era verdad? Si tal fuera el caso, ¿podré vivir todo el tiempo necesario para escuchar una respuesta a toda posible objeción? ¿Podremos llegar a conocer la verdad de esa forma? ¿Hay alguna posibilidad de conocer la verdad a base de suscitar objeciones y esperar a que se les dé respuesta? -Ninguna. ¿Qué sentido tiene tomar un camino por el que nunca llegarás al destino, un camino, por supuesto, equivocado? Mucho mejor evitarlo.

Otra cuestión: ¿puede haber alguna objeción contra la verdad? Pensad detenidamente en ello. Cuando se presente alguna cosa, ¿es correcto que digamos: ‘tengo una objeción a eso’? ¿Debe ser esa nuestra posición? -No; lo que debemos preguntar es si es la verdad, y en caso de serlo, no hay objeción ni puede haberla. ¿Os dais cuenta de que nuestra objeción es un fraude? Lo que nos hemos de preguntar es: ‘¿se trata de la verdad?’

Otro abordaje típico en algunos es escuchar las dos exposiciones [contrapuestas] de la verdad. Ya conocéis eso. ‘Esto representa un lado’, dicen, ‘pero antes de decidir quiero escuchar el otro lado de la cuestión’. ¿En qué consiste ‘un lado’ de la verdad? Aquí hay un lado, y allí el otro; entonces, ¿dónde está la verdad? Te interesas por el otro lado de la verdad, que es error. ¡He oído un lado, y quiero oír el otro! ¿Cómo podré entonces saber cuál es la verdad? Suponed que acabo de oír la genuina verdad (y hay gran necesidad de ella), pero no quedo satisfecho hasta no haber oído el otro lado de ella. ¿Cuál será el otro lado? Si este lado era la verdad, ¿qué será el otro lado? -Error. Así, la mejor forma de dilucidar cuál es la verdad es escuchar una sarta de mentiras… ¿Os parece que será así? Alguno dirá: ‘He escuchado tu lado del asunto y me parece que es la verdad, ¡pero quiero escuchar el otro lado!’ La verdad es la Palabra de Dios. Entonces se propone esperar a oír el otro lado, a fin de saber lo que es verdad y lo que no lo es, a base de compararlo con una serie de mentiras, de forma que el criterio para decidir la verdad ha venido a ser esa serie de mentiras.

No queremos oír el otro lado. La verdad es todo cuanto queremos. ‘Aquí está un lado de la verdad y allí el otro’... El que escucha ambos lados siguiendo su propio plan, ¿cómo está buscando la verdad? -A su propia manera. Ha oído esto y lo otro. ¿Dónde está ahora la verdad? Tiene que decidirlo de alguna manera. ¿Acaso no es comparando un lado con el otro, contrapesando el uno con el otro, poniéndolos en la balanza y decidiendo, juzgando, dónde está la verdad? Bien; una vez que ha hecho eso, ¿puede saber que tiene la verdad? ¿Estará seguro de haber llegado a la verdad? ¿Es mi mente, mi juicio, mi habilidad para pesar los argumentos y tomar una decisión, la prueba infalible de la verdad? ¿Es el juicio humano, son las facultades del hombre la prueba de la verdad? Cuando queremos probar la verdad para estar seguros de que es la verdad, necesitamos un test infalible, ¿no os parece? Ha de ser una prueba que no falle jamás. A fin de discernir y declarar la verdad, ha de tratarse de un test que resista bajo cualquier circunstancia, y en medio de diez mil argumentos y errores. Ha de tratarse de un test que señale y detecte la verdad entre diez millones de opiniones diversas, descartándolas una tras otra sea cual sea la objeción que los hombres puedan plantear, ¿no creéis? Sabemos que la mente humana no cualifica para ese test. Lo único que es capaz de determinar la mente humana, es su propia idea particular sobre la verdad, pero “mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová”.

Hermanos, en el tiempo en que ahora estamos hay dos razones por las que ese procedimiento no podría funcionar, incluso si fuera correcto. Una de ellas es que la verdad de Dios se está desarrollando tan rápidamente, que no tenemos tiempo para ir a la caza de todas las objeciones posibles y oír los argumentos de los dos lados, ya que quedaríamos eternamente rezagados mientras oyéramos las miríadas de argumentaciones y objeciones. Pero no queremos encontrarnos en esa situación cuando se cierre el tiempo de gracia. El tiempo es demasiado corto para proceder así; para cuando llegásemos a una conclusión, habríamos quedado fuera. Pero permanece la promesa: “Conoceréis la verdad”.

Volvamos la atención a Juan 14:16-17:

Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros

Es el Espíritu, ¿de qué?: -De verdad. Agradezcamos a Dios por la promesa: “Y yo rogaré al Padre”. ¿Qué está haciendo Cristo por nosotros esta noche, mientras estamos reunidos aquí? -Orando al Padre. ¿Nos enviará al Consolador? -Sí: al Espíritu de verdad. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud antes de asistir a cada reunión diariamente? -La de participar de esa oración a fin de recibir el Espíritu de verdad, ¿no os parece?

Puesto que Jesús está orando, ¿acaso no estaremos en buena compañía al orar también nosotros? Dediquémosle una buena porción de tiempo durante este encuentro. Pasemos un buen tiempo en su compañía, ¿estáis de acuerdo? (audiencia: -“Amén”). “Yo rogaré al Padre y os dará”. No dice ‘oraré al Padre a fin de que os pueda dar’, como si eso tuviera que decidirse después de su oración, sino “Yo rogaré al Padre y os dará”. No hay duda de que su oración va a ser oída, ya que está intercediendo por nosotros. Él presenta nuestras oraciones de acuerdo con la voluntad de Dios. Oró, y oramos para que nos pueda dar al Consolador, y lo cumple. Cuando pedimos, sabemos que recibimos, pues él lo ha dicho. Si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, ¿qué sucede? -Que nos oye. Esa es la confianza que tenemos en él esta noche. “Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Si tenemos una confianza como esa en el Señor, vamos a tener un encuentro fructífero. Pedidle cualquier cosa de acuerdo con su voluntad, y os oye. Es su voluntad que tengamos el Espíritu Santo; en consecuencia, podemos acudir a él cada día y cada hora del día pidiéndole ese Espíritu de verdad, sabiendo que lo recibiremos, que él nos oye; y si sabemos que nos oye, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos presentado.

Reunid ahora lo dicho: le pedimos conforme a su voluntad, y nos oye. Cada vez que le pedimos, nos oye. ¿Qué sucede después que nos ha oído?, ¿sabemos que podemos tenerlo?, ¿sabemos que lo tendremos? -¡Lo tenemos! ¿Qué debemos, pues, hacer? Cuando le pedimos de acuerdo con su voluntad, sabemos que nos oye, y tenemos lo que le hemos pedido. ¿Qué es lo siguiente que hemos de hacer? -Darle las gracias. Así, antes de venir a las reuniones ministeriales cada mañana, pidamos al Señor el Espíritu Santo conforme a su voluntad; una vez que se lo hemos pedido, sometámonos completamente al Señor y démosle gracias por respondernos; vengamos confiados en que nos va a enseñar, que va a enseñar al que enseña, y a través de él a nosotros.

“Os dará otro Consolador, para que esté con vosotros…” ¿Por cuánto tiempo? –“Para siempre”. El Espíritu Santo es en todo momento capaz de tomar la verdad y darla a conocer, aún en medio de las mil y una facetas del error. ¿Por cuánto tiempo? –“Para siempre”. ¿No es eso bueno? ¿No es una buena promesa, el que nos vaya a dar el Espíritu de verdad y que lo vayamos a tener para siempre? “El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros”.

“Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará”. ¿Qué va a hacer? -Os guiará. Lo va a hacer. No hay ahí cavilación. Cuando venga os guiará. ¿Podemos confiar en él? Reunamos las tres cosas: “Conoceréis la verdad”; “Oraré al Padre”; y “Os guiará”. Por lo tanto, ¿podemos confiar en él?, ¿podemos someterlo todo a él inmediatamente sin la menor vacilación? “Conoceréis la verdad”. El “Padre… os dará… el Espíritu de verdad”. “El Espíritu de verdad… os guiará”. ¿No lo someteremos todo a él, confiaremos en él y esperaremos que nos guíe en todos los estudios que vamos a tener aquí?

Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que habrán de venir (Juan 16:13)

¿Lo hará? Nos va a mostrar cosas que han de venir. ¿No os parece que es la voluntad del Señor que sepamos cosas que han de venir, antes de que nos sobrecojan? ¿Acaso no nos ha dicho el Señor que el pueblo que ahora comprenda lo que está por sobrevenirnos -a través de lo que está sucediendo ante nuestros ojos- dejará de confiar en la inventiva humana y en lugar de eso sentirá que debemos reconocer y recibir al Espíritu Santo? ¿Cómo vamos a comprender lo que está por sobrecogernos? -Al considerar lo que está sucediendo ante nosotros. Jesús nos va a mostrar cosas que están por suceder. No quiere que ninguna de esas cosas nos tome por sorpresa. Quiere que sepamos de antemano lo que va a suceder, a fin de que estemos plenamente preparados y no resultemos sorprendidos y confundidos.

“Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber”. ¿Quién es “él”? –“El Espíritu de verdad”. Toma de lo que es suyo y nos lo hace saber. Por lo tanto, si el Espíritu de verdad toma solamente lo que es del Señor, eso es todo lo que nos va a hacer saber, puesto que no actuará independientemente haciendo cosas por sí mismo, de igual forma en que Jesús tampoco lo hizo, sino que todo lo sometió para que el Padre pudiera manifestarse y obrar en él. Así, el Espíritu Santo, en lugar de Jesús, hace exactamente tal como él hizo. No se revela a sí mismo, sino que toma de lo que Dios [Padre] dijo a Jesús, y nos lo dice a vosotros y a mí. Por lo tanto, nos da la verdad de Dios tal cual es en Jesús. ¿No se trata del Dios de verdad? “Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber”. Como está escrito: “Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman”. Ahí tenemos las profundidades del propósito eterno. Esa ha de ser nuestra actitud: pedir, participar cada día en esa oración del Señor a fin de que podamos tener al Espíritu de verdad aquí, en nuestros estudios y en toda nuestra obra, guiándonos a la verdad.

Observad lo siguiente en ‘El Camino a Cristo’, p. 91 {hacia el final del capítulo 10}:

Nunca se deben estudiar las Sagradas Escrituras sin oración. Antes de abrir sus páginas debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo, y esta nos será dada. Cuando Natanael fue al Señor Jesús, el Salvador exclamó: ‘He aquí verdaderamente un israelita, en quien no hay engaño’. Dícele Natanael: ‘¿De dónde me conoces?’ Y Jesús respondió: ‘Antes que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, te vi’. Así también nos verá el Señor Jesús en los lugares secretos de oración, si le buscamos para que nos dé luz y nos permita saber lo que es la verdad. Los ángeles del mundo de luz acompañarán a los que busquen con humildad de corazón la voluntad divina.

El Espíritu Santo exalta y glorifica al Salvador. Está encargado de presentar a Cristo, la pureza de su justicia y la gran salvación que obtenemos por él. El Señor Jesús dijo: El Espíritu ‘tomará de lo mío, y os lo anunciará’. El Espíritu de verdad es el único maestro eficaz de la verdad divina. ¡Cuánto no estimará Dios a la raza humana, siendo que dio a su Hijo para que muriese por ella, y manda su Espíritu para que sea de continuo el maestro y guía del hombre!

Y en las páginas 109-110:

Él quiere que aun en esta vida las verdades de su Palabra se vayan revelando de continuo a su pueblo. Y hay solamente un modo por el cual se obtiene este conocimiento. No podemos llegar a entender la Palabra de Dios sino por la iluminación del Espíritu por el cual fue dada. ‘Las cosas del Señor nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios’. ‘Porque el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas profundas de Dios’. Y la promesa del Salvador a sus discípulos fue: ‘Mas cuando viniere aquel, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad; … porque tomará de lo mío, y os lo anunciará’.

Dios desea que el hombre haga uso de su facultad de razonar, y el estudio de la Sagrada Escritura fortalece y eleva la mente como ningún otro estudio puede hacerlo. Con todo, debemos cuidarnos de no deificar la razón, que está sujeta a las debilidades y flaquezas de la humanidad. Si no queremos que las Sagradas Escrituras estén veladas para nuestro entendimiento de modo que no podamos comprender ni las verdades más simples, debemos tener la sencillez y la fe de un niño, estar dispuestos a aprender e implorar la ayuda del Espíritu Santo. El conocimiento del poder y la sabiduría de Dios y la conciencia de nuestra incapacidad para comprender su grandeza, deben inspirarnos humildad, y hemos de abrir su Palabra con santo temor, como si compareciéramos ante él. Cuando nos acercamos a la Escritura nuestra razón debe reconocer una autoridad superior a ella misma, y el corazón y la inteligencia deben postrarse ante el gran YO SOY

Desde ahora, y por tanto tiempo como vivamos, cuando leamos su Palabra exactamente tal como es, jamás levantemos un “sí” condicional contra ella. ¿Hay algún “pero” que alegar? -No puede haberlo. Es precisamente aquello que dice. Agradezcamos a Dios que sea así y permitamos que sea él quien nos revele su significado.

Leo ahora de ‘Gospel Workers’ {edición de 1892}, p. 126:

Dios quiere que recibamos la verdad por sus propios méritos: porque es verdad. No se debe interpretar la Biblia adaptándola a las ideas humanas, por más tiempo que se hayan estado albergando esas ideas como siendo verdad

Eso significa que no debo interpretar la Biblia adaptándola a este hombre (señalándose a sí mismo), ni tampoco a vosotros. “El espíritu con el que nos dispongamos a investigar las Escrituras determinará el carácter del asistente que nos va a acompañar” (Id., p. 127).

Hay un asunto importante. Estamos acudiendo aquí cada día para investigar las Escrituras. Tenemos la palabra:

“El espíritu con el que nos dispongamos a investigar las Escrituras determinará el carácter del asistente que nos va a acompañar”

“Ángeles del mundo de la luz acompañarán a quienes busquen la dirección divina con humildad de corazón. Pero si se abre la Biblia con irreverencia, con un sentimiento de suficiencia propia, si el corazón está lleno de prejuicio, Satanás está a vuestro lado y colocará las declaraciones claras de la Palabra de Dios en una luz pervertida”

No sea Satanás nuestro asistente. Asegurémonos de unirnos a Jesús en esa oración antes de acudir, y permanezcamos en ella todo el tiempo que pasamos aquí. “Debemos estudiar la verdad por nosotros mismos. No debe confiarse en nadie para que piense por nosotros”. Eso no significa que no hayamos de ser dirigidos por hombres -si es que Dios los está dirigiendo a ellos-, o incluso por una mujer -si Dios la está dirigiendo a ella-. Sabéis que en una ocasión cierto hombre habría hecho bien en permitir que un asno lo guiara, pero en lugar de eso, sólo consentiría que fuera el propio Señor quien lo hiciera y no iba a aceptar que lo dirigiera ningún otro, exponiéndose así a un grave daño. No escojamos quién nos va a dirigir, excepto que sea el Señor quien nos guíe en eso.

Cierto día alguien estaba hablando contra el Espíritu de profecía, y comentaba cuán fácilmente se dejaban seducir los adventistas del séptimo día, cuán engañados estaban; que sus maestros les decían ciertas cosas y ellos se las tragaban enteras. Yo me decía a mí mismo cómo me gustaría que hiciera el intento él mismo, que intentara imponer las cosas de esa manera. Es un hecho que los adventistas del séptimo día son difíciles de dirigir. En cierto sentido me alegra que sea así. Quisiera que cada adventista del séptimo día fuera tan difícil de conducir, como para impedir que nadie en el universo lo dirija, fuera de Jesucristo. Hermanos, no le pongamos difícil a él dirigirnos, pero me alegro de que sea difícil que nos dirija cualquiera distinto de Jesucristo. Alcancemos tan pronto como sea posible esa situación en la que el Cordero de Dios nos pueda dirigir como a corderos.

No debemos ser obstinados en nuestras ideas, y pensar que nadie debe interferir nuestras opiniones. Cuando un punto de doctrina que no entendáis llegue a vuestra consideración, id a Dios sobre vuestras rodillas, para que podáis comprender cuál es la verdad y no ser hallados luchando contra Dios, como lo fueron los judíos… Es imposible que una mente, cualquiera que sea, comprenda toda la riqueza y grandeza de una sola promesa de Dios. Una capta la gloria desde un punto de vista; otra la hermosura y la gracia desde otro punto de vista, y el alma se llena de la luz del cielo. Si viéramos toda la gloria, el espíritu desmayaría. Pero podemos tener revelaciones de las abundantes promesas de Dios mucho mayores que aquellas de las que ahora gozamos. Me entristece pensar cómo perdemos de vista la plenitud de la bendición destinada a nosotros. Nos contentamos con fulgores momentáneos de iluminación espiritual, cuando podríamos andar día tras día a la luz de la presencia divina… Aquel cuya misión es recordarle al pueblo de Dios todas las cosas, y guiarlo a toda verdad, esté con nosotros en la investigación de su santa Palabra (Id., 129-131)

¡Qué gran promesa es la de que conoceremos la verdad! Él nos da el Espíritu de verdad para guiarnos a la verdad. Y el Espíritu es un guía tan perfecto, tan infalible, que silenciará toda otra voz que no sea la que proviene del que es verdad y vida. Por lo tanto, hermanos, vengamos al estudio con ese espíritu, permanezcamos en él, y Dios nos instruirá. Y como dijo alguien en los días de Job, y está escrito en el libro que lleva su nombre: “¿Qué maestro es semejante a él?”

 

 

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