Querido amigo y amiga:

¿Hay alguna relación entre la posesión demoníaca de la que leemos en el Nuevo Testamento, y nuestras modernas y más o menos respetables adicciones tales como el alcoholismo, drogadicción, adicción al juego, a la pornografía, al sexo, a comer de forma desmesurada y compulsiva? Miles son hoy esclavos del apetito, de la sensualidad. Los hay que no pueden evitar comprar, comprar, comprar, hasta "reventar". ¡Hasta los hay adictos al chocolate! La lista es interminable. Y todos tenemos por naturaleza la inclinación al "yo" de una u otra forma. A todos nos resulta fácil caer entrampados en alguna forma de búsqueda de nuestra voluntad, en contraposición con la voluntad de Dios para nosotros. Hasta el que puede parecer el más inocente de los "hobbies" puede fácilmente transformarse en una pasión contraria a la presencia de Jesucristo en nuestras vidas cotidianas.

Cristo liberó a personas endemoniadas cuyas mentes y almas habían caído en la peor esclavitud. En una ocasión, al caer la noche después de un sábado, "le llevaron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a todos los enfermos" (Mat. 8:16). Liberó a niños que estaban de ese modo poseídos, posiblemente bajo la responsabilidad de sus padres (Luc. 9:41-43; Mar. 9:17-24). Los demonios citados son ángeles caídos que acompañaron a Lucifer en su rebelión (2 Ped. 2:4; Judas 6). Se trata de Satanás "y sus ángeles" (Mat. 25:41). Son extremadamente sagaces, mucho más que nosotros, los humanos. Jesús no les permitió hablar (Mar. 1:34). ¿Puedes pensar que hoy hayan abandonado ya el campo de batalla? Imposible, ya que cuando la caída de Babilonia viene a ser completa, se convierte "en habitación de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo", probablemente disfrazado en el ropaje más adecuado para engañar, "si es posible, a los mismos escogidos" (Apoc. 18:2; Mat. 24:24). El mundo se constituye en el campo de batalla del gran conflicto de los siglos, de la controversia entre Cristo y Satanás. Tu y yo seremos agentes en un bando, o en el contrario. No existe la neutralidad. El propósito de Dios es que en algún lugar de esta tierra haya un refugio, un remanente al cual el Señor haya llamado, de forma que "todo aquel que invoque el nombre de Jehová, será salvo" (Joel 2:32).

Observa que cuando Jesucristo echó fuera demonios, lo hizo siempre con su PALABRA. No se trata de ninguna evocación mágica, sino de "la verdad del evangelio" que ha de revelarse como el "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Gál. 2:5; Rom. 1:16). Coincidiendo con la eclosión de esa posesión demoníaca casi universal, se elevará por contraste ese mensaje que a Juan se le representó como el "otro ángel... y la tierra fue alumbrada con su gloria" (Apoc. 18:1-4). Buenas nuevas.

R.J.W.