Querido amigo y amiga:

¿Qué puede uno hacer al descubrir la enormidad del pecado que alberga el corazón? ¿Qué hacer cuando te sientes profundamente culpable, indigno, alejado de los brillantes rayos del favor divino, cuando por fin fueron abiertos tus ojos y pudiste apreciar la desnudez de tu alma? ¡Es agudamente doloroso!

(1) Primeramente da gracias por haberlo descubierto al fin. Eso sólo es posible bajo el influjo del don del Espíritu Santo. Efectivamente, su primera obra es "convencer de pecado" (Juan 16:8). Si hubiese permitido que siguieras feliz y contento, ignorante de tu pecado, entonces sí que habría razón para preocuparse (pero es entonces precisamente cuando los humanos solemos preocuparnos menos). "Bienaventurados los que lloran" reconociendo la profundidad de su pecado (Mat. 5:4). No estarías muy feliz de saber que hay un cáncer que se está desarrollando en ti, aunque silenciosamente por el momento. ¿Verdad que no te sentirías "bendecido" por esa ignorancia? ¡Qué alivio, cuando lo descubres a tiempo para lograr su curación!

(2) La pregunta '¿qué voy a hacer con mi pecado?' es inapropiada, a la luz del evangelio. La pregunta correcta no es qué has de HACER, sino qué has de CREER. Cierto, en la Biblia encontramos a algunos que han hecho tal pregunta (Hech. 16:30). La lectura irreflexiva de tales textos ha sumergido a más de uno en un programa de HACER, de obras. Pero esa pregunta fue hecha por el carcelero de Filipos. Éste era movido por el Espíritu Santo, pero no era inspirado en el sentido en el que lo es un profeta. Pablo sí lo fue, y observa su respuesta: "Cree, y serás salvo tú y tu casa" (vers. 31). Nos recuerda Juan 6:28 y 29. La salvación no se fundamenta en HACER esto o aquello, sino en CREER la verdad. Y esa fe, "OBRA" (Gál. 5:6).

(3) Ahora bien, ¿qué has de creer?: (a) que el Hijo de Dios ha venido a ser tu Salvador; (b) que ha muerto la muerte que merecían tus pecados; (c) que es él mismo quien, en su amor, te ha traído convicción de pecado; (d) que ha experimentado ya la amarga experiencia de la desesperación final que habrías de sufrir tu, de no ser por su sacrificio en tu favor; (e) que está ahora entregado a su oficio de Sumo Sacerdote día y noche, 24 horas por día, para salvarte del pecado; (f) que el Padre te aceptó ya "en él" (Mat. 3:17; Efe. 1:6).

(4) Y entonces, ¿qué sucede? Sucede que tu corazón queda subyugado, que desaparece toda aspereza del mismo, que deja de ser de piedra para venir a ser hecho de carne. Las lágrimas brotan, pero no son lágrimas de temor, sino de eterno agradecimiento.

R.J.W.