Querido amigo y amiga:

¿Por qué tuvo un éxito tan grande la propagación del evangelio, en los días de los primeros apóstoles? En el mensaje que presentaron, aparece un tema recurrente: Hicieron comprender al mundo su responsabilidad en el rechazo y crucifixión del Hijo de Dios. La aceptación del hecho, naturalmente, llevaba implícita una enorme carga de culpa: ¿qué crimen o pecado podía ser mayor que ese?

Por ejemplo, en Pentecostés, Pedro dijo: "A este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo" (Hech. 2:36). Quedaron inmediatamente con el ánimo compungido y clamaron: "Hermanos, ¿qué haremos?" (vers. 37). Cuando Pedro y Juan sanaron al paralítico, el primero volvió a decir: "Vosotros negasteis al Santo y al Justo... y matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos" (3:14 y 15).

Si alguien te presentara una acusación así, no te quedarías en una actitud de tibieza indiferente. Juan y Pedro dijeron a los dirigentes de la nación: "Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de los muertos" (4:10). Cuando "la policía" los arrestó y fueron obligados a comparecer ante la justicia, manifestaron con valentía: "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero" (5:30).

¡No era un mensaje suave, encaminado a ganarse por medios diplomáticos la estima de sus oyentes! Pero el Espíritu Santo se dio abundantemente, tanto a los que proclamaban esa verdad, como a los que la creyeron. Felipe fue el vehículo en la conversión de una personalidad importante, predicándole la cruz a partir de Isaías 53 (Hech. 8:32 y 33). Una repentina comprensión del significado de la cruz convirtió a Saulo de Tarso (9:5 y 6; 26:13 al 15), y lo capacitó para proclamar la verdad con más poder que cualquiera de los once discípulos, quienes habían presenciado el evento.

Una excepción en el éxito apostólico es el ministerio de Pablo en Atenas (capítulo 17). Pocos de sus oyentes respondieron positivamente. La incredulidad y el orgullo de aquel pueblo culto y refinado, eclipsaron la cruz. El esfuerzo de Pablo por presentarles el evangelio en "sabiduría de palabras", no pudo evitar que la cruz de Cristo resultara vana para la mayoría de ellos (1 Cor. 1:17), recordándonos a menudo la dureza contemporánea del trabajo misionero entre las clases elevadas. De Atenas, Pablo pasó a Corinto, donde no quiso saber nada, excepto a "Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor. 2:1 y 2).

¿Una lección para nosotros?

R.J.W.