Querido amigo y amiga:

Probablemente cada uno de los lectores de este breve mensaje ha tenido o tiene algún problema con el temor. Los niños lo aprenden muy pronto. Hebreos 2:15 informa de que todos, desde la cuna hasta la tumba, estamos sujetos a él. Ni siquiera los más poderosos ni los de más elevada posición están libres de él. Es algo inherente a la condición humana.

¿Temió Jesús alguna vez, tal como solemos hacer nosotros? Hay dos vocablos griegos que se traducen por temor: uno de ellos es 'phobos'. Lo reconocemos inmediatamente por nuestra palabra relacionada "fobia". El otro es 'eulabeia', que significa precaución, cuidado o reverencia. En una ocasión la Biblia nos dice que Jesús temió con 'eulabeia', pero jamás con 'fobos'. Leemos en Hebreos 5:7 que "fue oído por su reverencial miedo". Una lectura casual puede dar la impresión de un Jesús aterrorizado, clamando presa del pánico. Pero no hay tal cosa.

La noche en que los discípulos se debatían con el naufragio, en aquella gran tormenta en el lago de Galilea, mientras ellos estaban atemorizados hasta la muerte, él permanecía perfectamente sereno y en calma. Sabía que ningún bote podría conducirlo a la muerte antes de que se cumpliese la voluntad de su Padre, en cuyas manos había puesto su vida. Es su deseo que aprendamos a no temer con 'fobos', por más que arrecie la tormenta y por más que se agiten los vientos, y los "pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas" a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, nos instruye a temer con 'eulabeia', que es con precaución y sentido común, con reverencia. Jesús no se arrojó de las almenas del templo, aceptando el desafío de Satanás. La intrepidez de Jesús no consistía en temeridad ni en arrogancia inconsecuente.

Antes de cruzar una de nuestras calles transitadas, Jesús se habría asegurado de mirar a ambos lados, y así se espera que hagamos nosotros. Y sí, hemos de considerar el peligro de resultar eternamente perdidos y aplicar el sentido común a prepararnos para el juicio final. Pero con toda seguridad Jesús vino para "librar a los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre" (Heb. 2:15). Escribió David: "Mis enemigos me persiguen todo el día. Muchos me atacan con soberbia. En el día que temo, yo en ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío. No temeré ¿Qué me puede hacer el mortal? Todo el día tuercen mis palabras. Todos sus pensamientos son contra mí para mal. Se reúnen, se esconden, miran atentamente mis pasos, esperando quitar mi vida" (Sal. 56:2-4). Tenemos un adversario; no hay duda. Tiene agentes en esta tierra y son muchos; no hay duda. Pero observa: "En Dios confío. No temeré".

No puedes evitar ser tentado a temer. Pero ser tentado no equivale a pecar. Puedes ejercer tu capacidad de decisión, puedes elegir no temer, porque confías en el Señor que te amó con un amor más fuerte que la muerte (que es la culminación de todo lo que podrías temer). Tomar esa decisión requiere una cierta dosis de valor, de acuerdo. Pero está a tu alcance, y de ella depende tu felicidad ahora y por la eternidad, así como la de muchos que te rodean (puesto que nadie vive ni muere para sí).

R.J.W.-L.B.