Querido amigo y amiga:

Todos sentimos miedo ante la soledad. Necesitamos recordar la promesa que nos hace el Señor: "No te dejaré ni te desampararé", de manera que podamos decir confiados: "El Señor es mi ayudador. No temeré lo que me pueda hacer el hombre" (Heb. 13:5, 6). Ahora bien, hay una condición, y es que no abandonemos al Señor ni lo olvidemos. El contexto de la promesa que Dios nos hace es claro: "Es bueno afirmar el corazón en la gracia" (vers. 9). Sólo la gracia hace posible que sepamos que él nunca nos va a dejar ni desamparar. Esa gracia nos motiva a ser leales a Cristo, incluso en el caso de que tuviésemos que hacerlo en la peor soledad. "También Jesús padeció [solo] fuera de la puerta, para santificar al pueblo mediante su propia sangre. Salgamos, pues, a él [solos] fuera del campamento, llevando su vituperio" (vers. 12 y 13).

No es que Dios se niegue a estar con nosotros a menos que elijamos estar con él. No fuimos nosotros quienes tomamos la iniciativa, sino él (1 Juan 4:10), pero no es lógico, de hecho no es posible, que nos apercibamos de la presencia de Dios, a menos que aceptemos su gracia que nos salva del "infierno" de la más abyecta soledad que quepa imaginar. Cuando apreciamos la tremenda soledad en la que Jesús sufrió por nosotros, nos sentimos motivados a serle fieles incluso aunque eso signifique quedarnos solos. Pedro se sintió solo en aquella noche de un jueves en la que se calentaba al fuego en el patio, de forma que quiso confundirse y ser uno más de aquellos inconsecuentes e irreflexivos que lo rodeaban mientras Jesús era flagelado en el pretorio.

La soledad nos hiere. Pero todo hijo de Dios, exaltado o humilde, ha de conocer esa prueba y demostrar su lealtad a Cristo bajo la opresión y la aparente soledad. Nunca serías feliz en el cielo, sin haber pasado por esa prueba. No sabrías de qué hablar con los redimidos que tuvieron "por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros" del mundo, hasta el extremo que expresan los versículos 36 al 38 del capítulo 11 de Hebreos. La prueba bien puede llegar en las escenas finales, cuando cada verdadero cristiano se haya de sostener en la más cruda soledad para recibir el sello de Dios, cuando todos los demás parezcan estar recibiendo la marca de la bestia (ver Apoc. 13:11 al 17).

En el monte Carmelo había dos clases de israelitas: (1) adoradores de Baal, y (2) otros demasiado cobardes como para ponerse de parte del solitario Elías en la gran prueba (1 Reyes 18). Cierto, había 7.000 que no habían doblado su rodilla ante Baal, pero en aquella prueba ni uno solo de ellos tuvo el valor para levantar su mano en defensa del proceder de Elías. La gran fidelidad de éste en la total soledad, tiene mucho que ver con el gran honor que se le concedió de ascender al cielo sin ver muerte. Finalmente va a haber "144.000" (probablemente un número simbólico), que serán tan fieles como lo fue Elías. No por estar constituidos de un material más resistente que los demás, sino porque en su debilidad decidieron seguir al "Cordero" por dondequiera que va. Particularmente porque se identificaron con Jesús, quien pisó solo el lagar y de los pueblos nadie estuvo con él.

Si tienes que padecer en la soledad, sé fiel y Jesús estará contigo todos los días hasta el fin del mundo y por la eternidad. "No temas, que yo estoy contigo. No desmayes, que Yo Soy tu Dios que te fortalezco. Siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia". Buenas nuevas.

R.J.W.-L.B.