Querido amigo y amiga:

Hay una magnífica verdad que el mundo necesita todavía conocer. Tiene que ver con la obra que Cristo está realizando ahora. Tiene un interés supremo para todos "los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere" (Apoc. 14:4). Aunque muchos piensan que terminó su obra hace dos mil años, la Biblia lo presenta consistentemente ocupado en su obra como Sumo Sacerdote, viviendo siempre para interceder por todos cuantos creen en él (Heb. 7:25).

La "intercesión" es trabajo arduo, extenuante. No intercesión para convencer al Padre de que sea bueno con nosotros (eso es totalmente innecesario: dio a su Hijo único porque lo es). Tampoco se trata de intercesión destinada a convertir de su maldad al diablo (éste ha hecho totalmente imposible tal cosa). Se trata precisamente de convencernos a NOSOTROS de su amor y fidelidad.

Quizá te estés diciendo: '¡Pero si ya estoy convencido de eso! ¡No necesito una intercesión tal!' Está bien. ¿Estás seguro? ¿Conoces tu propio corazón? Imagina que se volviera a escribir el libro de Job, pero esta vez con tu nombre en lugar del suyo; con la experiencia de tu vida: Comienzan a ocurrirte una tras otra desgracia inexplicables (le está sucediendo a muchísima más gente de la que puedes pensar). Imagina que te sobreviniera desastre tras desastre, fuera y dentro de tu propia familia. Imagina que tu esposo o esposa te repitiese en casa esas palabras amargas e hirientes con que te acusan fuera de casa los que creías que eran tus amigos. ¿Estás seguro de que no necesitarías esa intercesión, para convencerte del amor y fidelidad de Dios? Supón que el Espíritu Santo te convenciera de un nivel de pecado y egoísmo más profundo y real del que jamás habías supuesto que afectara a tu corazón. Imagina sentir el peso de esa culpa. ¿Estás seguro de que tu confianza en el amor y fidelidad de Dios no necesitaría de esa intercesión?

Pedro estaba muy seguro de no necesitarla. ¡Jamás iba a negar a su Maestro! La idea de que el Padre necesita la intercesión del Hijo para reconciliarlo con nosotros, es de origen pagano. "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no atribuyendo a los hombres sus pecados" (2 Cor. 5:19). De hecho, ninguna generación en la pasada historia habrá necesitado tanto esa intercesión, como la generación que viva durante las escenas finales del tiempo de angustia que sobrevendrá en el mundo justamente antes del regreso de Jesús. Ni la fe de Noé, ni la de Daniel, ni la de Job será entonces suficiente. Sólo una fe dará la talla: "la fe de Jesús" (Apoc. 14:12). Esa fe que Jesús ejerció cuando pisó solo el lagar, y de las gentes no hubo nadie con él.

Eso demanda una comprensión de las buenas nuevas del evangelio más clara de lo que haya sido para cualquier cuerpo de creyentes, en la historia precedente. Significará una experiencia culminante de reconciliación con Dios, a la que Pablo se refirió con el término "expiación" (Rom. 5:11. Compáralo con Lev. 16:29 y30 y 23:27 y 28). Esa es la obra a la que Jesús está dedicado ahora, como Sumo Sacerdote, en favor de todo corazón sincero y que lo busca. Va paralela con el concepto de "lluvia tardía", o derramamiento del Espíritu Santo para la maduración y preparación final de la cosecha. Se trata ciertamente de buenas nuevas. "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos... y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades, y por vuestras abominaciones" (Eze. 36:23 al 33).

Pero esas buenas nuevas tienen una solemne contrapartida: La bendición puede estar siendo recibida ya a tu alrededor por corazones abiertos a ella, mientras que el tuyo permanezca cerrado por la indiferencia o la "neutralidad".

R.J.W.-L.B.