Querido amigo y amiga:

¿Te has sentido alguna vez humillado, desamparado, con el corazón quebrantado? ¿Has sido tentado por el sentimiento de que el cielo permaneciese cerrado para ti, de que tus plegarias fuesen en vano? ¿Te has sentido como Esteban, según el relato de Hechos 7, cuando fue apedreado por el pueblo a quien amaba? ¿Sabes cómo se siente uno al ser declarado persona non grata? Uno de los lugares en los que el ostracismo es más difícil de sobrellevar, es en la iglesia a la que amas, dado que el compañerismo entre hermanos libera los más delicados e íntimos resortes del alma.

Hay varios personajes bíblicos cuyo ejemplo puede infundir ánimo en quien padece de tal modo: (1) José, vendido como esclavo por sus propios hermanos, quienes se oponían a él en proporción de diez contra uno. Se deshicieron de él como de un paria, dejándolo con el corazón desgarrado, a merced de desconocidos y en la soledad de una tierra lejana. Sin embargo, contempla su magnanimidad hacia sus hermanos, y la forma en la que los perdonó (Gén. 45:1 al 8). (2) David, perseguido como un animal salvaje por el rey ungido de Israel -Saúl. Cuando el ungido de Jehová procura exterminarte, es razonable que te sientas tentado a pensar que Dios te ha abandonado. ¿Cómo puede estar Dios contigo, siendo que su rey ungido está contra ti?

Al atravesar experiencias similares, algunos se desesperan y claudican, cometiendo una especie de suicidio espiritual que es siempre evitable. Debieran cobrar ánimo de los salmos de David, escritos mientras era fieramente perseguido por el rey Saúl. Dios consideró oportuno preservar esos salmos, sabiendo que muchos otros a lo largo de la historia conocerían una experiencia similar a la suya. Lee, por ejemplo, los salmos 4, 5, 6, 9 y 11. De especial valor son los salmos que escribió David cuando se encontraba afligido por los resultados de su propio pecado (sufrimiento quizá aún más penoso de sobrellevar). Obsérvalo en el salmo 3 (mientras huía de su propio hijo Absalón), en el 7 (cuando Cus el benjaminita lo maldijo en su huída), el 32 y 51, sus salmos de contrición, etc. Con una sola excepción (el 88), en sus salmos de "desánimo", David finaliza siempre eligiendo la opción de allegarse confiadamente al trono de la gracia, confiándose al cuidado del Señor. Todos los salmos que se inician en clave de lamento, terminan en clave triunfal (con la excepción ya apuntada del 88). (3) En tercer lugar, Jesús mismo. Jamás sufrió nadie humillación semejante, insultos, condena y quebrantamiento de corazón comparables a los que él sufrió de manos de su propio pueblo. Tomando nuestro lugar, sufriendo toda pena que pueda alguna vez afligirnos, se vio obligado a clamar (como hacemos más de una vez): 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'

Si te sientes tentado al desánimo, considera " a aquel que sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo" a fin de que tu ánimo no se desvanezca (Heb. 12:3). Y no olvides hacer como él hizo: ¡ora por tus enemigos!

R.J.W.