Querido amigo y amiga:

Muchos resultan sorprendidos al saber que los Diez Mandamientos son primariamente diez promesas, y no diez severas prohibiciones. La clave está en el enunciado significativo que introduce esa escritura: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre" (Éx. 20:2). Nos dice virtualmente: 'Te he redimido, te he librado de esclavitud, te he traído nueva luz, nueva esperanza, una alegría renovada. Cree que YO SOY tu Dios, quien oye y responde a tus oraciones; tu Amigo, tu Salvador. Y entonces, te garantizo que nunca caerás en la esclavitud quebrantando esa "Ley de la libertad" (Sant. 2:12). Entonces entonarás con David: "Andaré en libertad, porque busqué tus Mandamientos" (Sal. 119:45)'.

Es posible leer los Mandamientos sin quitarse las gafas de sol del antiguo pacto, estando bajo el terror del fuego, del relámpago y del trueno manifestados en el Sinaí. Así es como los leyó Israel en lo antiguo, y ahí está el patético relato de sus fracasos y derrotas, para acabar finalmente con la destrucción de su maravilloso templo y de su capital Jerusalem. Se trata de la rémora del antiguo pacto, que lo impregna casi todo desde Éxodo 19, comparable a la oscura niebla de un día cerrado que apenas deja pasar un rayo de sol. Pero es también posible leerlos bajo la óptica del nuevo pacto, y en tal caso dan un salto de gigante y vienen a brillar como diez grandes promesas de victoria sobre toda tentación.

Considera, por ejemplo, el séptimo mandamiento: "no cometerás adulterio" (Éx. 20:14). Bajo el antiguo pacto parece una prohibición moral que la gente considera casi imposible de obedecer. Algunas almas sinceras y buscadoras de la pureza de conciencia, toman la determinación de resistir a toda costa le tentación, por miedo a sufrir el castigo del infierno. Viven bajo la penosa esclavitud del antiguo pacto, y el problema al que hacen frente es de tal magnitud que les impide ver cómo lograr esa obediencia que incluye los pensamientos e intenciones, y ser aún feliz.

Pero hay un Salvador que se ha dado a todo ser humano. Si estamos dispuestos a comprender lo que ha hecho ya por nosotros, y no simplemente lo que podría hacer por nosotros si tomamos primeramente la iniciativa y hacemos algo bien; si comprendemos la forma maravillosa en la que él tomó la iniciativa de salvarnos, el precio que ello le cuesta, como nos tomó "sobre alas de águila" (Éx. 19:4); si percibimos el amor que llevó a Cristo a la cruz, entonces las promesas del nuevo pacto iluminarán tu rostro, ensancharán tu corazón, te darán arrepentimiento y te convertirán en el tipo de esposo o esposa del que tu cónyuge puede enamorarse. Quizá lo veas humanamente difícil, pero "el evangelio" "es poder de Dios para salvación" aquí (Rom. 1:16; Tito 2:12), no solamente una buena inversión allí en el cielo.

R.J.W.