La naturaleza humana de Cristo, una re-evaluación

Dennis Priebe


Hay ciertos temas de los que simplemente se prefiere no hablar. Por más apropiados que sean para el diálogo, se los evita escrupulosamente. A menudo se nos intenta hacer creer que en realidad no son asuntos importantes, que es indiferente el pensar de una u otra forma al respecto. Durante los últimos 25 años la naturaleza humana de Cristo ha venido siendo uno de esos temas. ¿Cuántos predicadores están dispuestos a hablar públicamente de ella? Sin embargo, por extraño que parezca, ese tema ha seguido estando presente en nuestras publicaciones. En la revista Ministry encontramos un reciente ejemplo:

 

Antiguos temas recurrentes

"Si bien las discusiones, tensiones y divisiones que suscita fatigan sobremanera al alma adventista, es cierto que hay aspectos de ese diálogo que son fascinantes y llenos de significado [el motivo es la estrecha relación que guarda con los grandes temas del conflicto de los siglos y el plan de la salvación]. La publicación de dos artículos en esta revista ha suscitado cuestiones y las va a suscitar inevitablemente entre algunos de nuestros lectores.

En primer lugar está el estudio doctrinal de Roy Naden: ‘The Nature of Christ: Four Measures of a Mystery' [La naturaleza de Cristo: cuatro dimensiones de un misterio]. A continuación el importante artículo de Woodrow Whidden sobre el tema, informando y comentando la nueva publicación del libro Questions on Doctrine.

En razón de esos dos artículos, nos pareció que sería esclarecedor e interesante incluir un artículo explicativo... que Ministry publicó por primera vez hace 33 años en su número de octubre de 1970.

Aunque desde 1970 han posado diluvios de agua bajo el puente teológico de nuestra Iglesia, en Ministry seguimos sintiéndonos básicamente de acuerdo con las posiciones defendidas en los temas tratados por los tres ensayistas en dicho artículo...

Está claro que Jesús nació y vino a esta tierra en circunstancias absolutamente singulares, diferentes de las nuestras, y por lo tanto, recibió una naturaleza única en su clase... Su naturaleza es y fue completamente impecable" (Ministry, agosto 2003, p. 4. [Comentarios entre corchetes insertado por el autor del presente artículo]).

Por toda evidencia, los redactores consideraron que el asunto de la naturaleza humana de Cristo tenía la importancia suficiente como para dedicarle diversos artículos, con el expreso propósito de demostrar que la naturaleza de Cristo era sustancialmente distinta a la nuestra.

 

Tres asuntos básicos

La siguientes declaraciones están tomadas del artículo de Roy Naden (Ministry, junio 2003, p. 8-11).

"A diferencia de nosotros en nuestro estado pecaminoso, Jesús no tuvo la más mínima inclinación o deseo hacia el pecado". El primer punto consiste en que Cristo no tuvo la más mínima inclinación al egoísmo, orgullo, impaciencia, duda, desánimo, o a evitar las pruebas.

"Había aceptado nuestra humanidad con las limitaciones físicas que habían impuesto miles de años de desintegración pecaminosa, pero tomó la naturaleza humana sin heredar de ninguna forma la pecaminosidad del ser humano. ¡Misterio!" El segundo punto consiste en que Cristo tuvo una herencia humana parcial, dado que no heredó inclinaciones pecaminosas. "Heredó nuestra naturaleza humana, pero no la pecaminosidad de esta herencia humana extremadamente pecaminosa. ¡Misterio!"

Eric Webster dio soporte a ese punto de vista en una carta al director (Ministry, octubre 2004, p. 30).

"En referencia al nacimiento de Set, E. White escribe: ‘Set... no heredó de la naturaleza de Adán más bondad natural que Caín. Nació en pecado’ (Signs of the Times, 20 febrero 1879)... Si Cristo hubiera poseído una naturaleza pecaminosa tal como Set, habría necesitado un Salvador". El tercer punto consiste en la asunción de que la naturaleza pecaminosa es pecado, y está en necesidad de la gracia perdonadora.

"¿Fue Cristo como Adán antes de la caída, o como Adán después de ella? Yo diría que ambas cosas. Fue como Adán antes de la caída en su impecabilidad, pureza y santidad de mente y carácter. Fue como Adán después de la caída en las fragilidades, flaquezas y debilidades de la carne. Tal como dice Naden: ‘Jesús fue afectado, pero no infectado por el pecado’". Se insiste una vez más en que Jesús aceptó una herencia parcial de la raza humana.

Las siguientes declaraciones han sido extraídas de un "Supplement to The Ministry" (octubre 1970, vuelto a publicar en agosto del 2003).

"La posteridad de Adán ha llegado siempre a este mundo heredando una naturaleza caída, pecaminosa, propensiones al mal, y aparte del Salvador, condenación a la muerte eterna" (p. 7). Tiene cierto interés que en nuestra declaración oficial de creencia nº 7 no se haga mención alguna a una condenación automática. "Sus descendientes comparten esta naturaleza caída y sus consecuencias. Nacen con debilidades y tendencias al mal" (Ministry, junio 2003, p. 8).

En el suplemento de Ministry leemos que "Cristo no heredó en su nacimiento la naturaleza caída que hereda la posteridad de Adán... Si Cristo hubiera heredado la naturaleza malvada que deriva de la caída de Adán, también él habría nacido en pecado, bajo condenación, y por lo tanto en necesidad de un Salvador para él mismo... No tenía en su naturaleza aquello que lo predispondría a pecar. No poseía las pasiones ni los deseos interiores que nosotros estamos obligados a subyugar diariamente por la gracia de Dios".

Los que forman el pueblo de Dios están limitados por "su incapacidad para igualar de forma positiva la infinita perfección de Cristo, debido a que su naturaleza, facultades, poderes mental y moral o capacidades son todavía imperfectas y permanecen así hasta la segunda venida de Jesús... Por tanto tiempo como retengamos esas imperfectas facultades, por tanto tiempo como nuestros poderes sean inferiores y nuestras naturalezas humanas de base muestren resultados tan evidentes de la caída, no podemos pretender estar libres de pecado.

[Jesús] no heredó el tipo de naturaleza que nosotros heredamos al nacer. De haber sido así, habría sido el tipo de naturaleza que... ha de ser la posesión del pueblo de Dios en ocasión de la segunda venida". Es evidente la insistencia en que Cristo no heredó una naturaleza humana normal, sino que recibió una naturaleza especial, creada específicamente para él y distinta a la nuestra.

"No es posible para ellos [los seres humanos] el alcanzar en esta vida la perfecta igualdad con la naturaleza humana de Cristo, debido a que poseen –hasta la segunda venida- facultades, poderes y capacidades que son el resultado de la caída del hombre en el pecado" (p. 7-16).

"La Palabra de Dios no permite enseñar a partir de los usos bíblicos de esa palabra (perfección), que sea posible para el hombre inherentemente pecaminoso alcanzar la perfección última caracterizada por la ausencia de pecado aquí en la tierra, y la propia naturaleza del hombre niega esa posibilidad". El cuarto punto consiste en la afirmación de que nunca podremos estar libres de pecado mientras poseamos una naturaleza caída.

"La salvación por la gracia y los méritos de la expiación de Cristo siguen estando disponibles para los santos una vez que se haya terminado el tiempo de prueba". La gracia salvadora está "disponible en todo tiempo en la vida cristiana hasta el día de la venida de nuestro Señor... Los pecadores son las únicas personas a quines va dirigida la gracia salvadora... No hay evidencia alguna en la Escritura o el Espíritu de Profecía que indique el más mínimo cambio en la salvación por la gracia ministrada diariamente a los santos". Necesitamos comprender "la doctrina bíblica de la salvación por la gracia más allá del final del tiempo de gracia... Si están bajo la gracia es porque no están aún libres de pecado" (p. 18-22). Si seremos siempre pecadores y nunca estaremos libres de pecado, entonces se deduce que seguiremos necesitando la gracia salvadora o perdonadora hasta que regrese Jesús.

"Obsérvense los resultados del pecado de Adán en lo que a nosotros concierne: fuimos hechos pecadores... nacemos en un estado de culpabilidad inherente a partir de Adán... Heredamos la culpabilidad a partir de Adán, de forma que hasta incluso un bebé que muera un día después de haber nacido necesita un Salvador, aunque el niño no haya cometido por él mismo un solo pecado" (p. 27).

Quienes creen que Cristo no tomó nuestra naturaleza caída sostienen esos cuatro puntos como centrales en su posición. Son precisamente los puntos que están en liza en toda discusión sobre la naturaleza humana de Cristo, y esa es la razón por la que no es probable que el tema de la naturaleza de Cristo quede pronto resuelto.

 

Un poco de historia reciente

A principios de la década de los años 80 hubo largos debates en la literatura de nuestra iglesia sobre esos precisos temas. Norman Gulley escribió acerca de las posturas antes y después de la caída en estos términos: "Tanto la Escritura como los escritos de E. White presentan ambas posiciones... Jesús vino de las manos del Creador Espíritu Santo –‘lo santo que nacerá’- como resultado de la obra creadora de Dios, tanto como lo fue el primer Adán". Eso significa que la naturaleza humana de Cristo era creada, y no heredada. "Fue como la del primer Adán, o como será la de los redimidos cuando hayan sido transformados en la segunda venida... tomó la naturaleza debilitada, deteriorada, afectada por el pecado, pero sin tomar sus propensiones o mancha de pecado que predisponen a la inclinación a pecar... tuvo una naturaleza anterior a la caída y una posterior a ella combinadas de una forma singular... El pecado no es tanto transgresión de la ley como la rotura de una relación que conduce a la transgresión de la ley. ¿Tuvo Cristo una relación rota con Dios o con el hombre en su venida a la historia? (Adventist Review, 30 junio 1983, p. 4-8).

"La Biblia se opone a un nacimiento sin pecado para todo ser humano. Afirma que ‘todos fueron constituidos pecadores’ por la transgresión de Adán... Únicamente los dos Adanes entraron sin pecado al planeta tierra. Todos los demás nacen pecadores... La totalidad de la raza humana nace en este terreno caracterizado por el distanciamiento con respecto a Dios" (Ministry, agosto 1985, p. 11).

Esas posiciones expresadas tan enérgicamente sobre la naturaleza de Cristo, de forma reciente y hace dos décadas, no pasaron desapercibidas para los lectores de nuestra literatura adventista. Reproduzco a continuación algunos extractos de cartas al director en respuesta a esos temas.

"El autor describe a Jesús como pudiendo haber sostenido este diálogo con Satanás: ‘Estoy aquí como el primer Adán antes de que lo tentaras. Tampoco yo he pecado nunca. Y tengo una naturaleza impecable como la del primer Adán al ser creado’... Cristo nació como descendiente de Abraham. ¿Qué naturaleza tenían Abraham, Isaac y Jacob? Una naturaleza pecaminosa, caída. Jesús tomó la naturaleza del hombre tal como era ésta tras la caída... la única naturaleza que tenemos es una naturaleza pecaminosa. Era la única naturaleza que había disponible para Jesús cuando se revistió de la humanidad... No es la naturaleza pecaminosa la que nos condena, sino el pecado. Todos nacemos con naturaleza pecaminosa, pero no somos pecadores por nacimiento".

"He quedado chasqueado y perplejo por la confusión expresada en ese y otros artículos que han ido apareciendo durante los últimos 50 años. Siendo que Dios nos ha estado conduciendo a una plataforma de verdad eterna, ¿cómo es posible que abandonemos aquello que el Señor nos dio durante los primeros 100 años? ¿Cómo es posible que prestemos soporte, como iglesia, a enseñanzas que provienen de aquellos que no han sido bendecidos por la luz que procede del trono de Dios? Nuestra meta, desde la publicación de los libros Questions on Doctrine y Movement of Destiny, parece ser apaciguar las inquietudes de los que quieren seguir las enseñanzas del papado. En la Asamblea de la Asociación General de 1901, el Dr. Waggoner dijo: ‘¿No os dais cuenta de que la idea de que la carne de Jesús fue distinta a la nuestra (puesto que sabemos que la nuestra es pecaminosa) implica necesariamente la idea de la inmaculada concepción de la virgen María?’ George Knight dice: ‘La naturaleza de Cristo no ocasionó controversia en el Adventismo en la década de 1890. Era un concepto teológico aceptado de forma general, y no era de ninguna forma objeto de debate...’ ¿Por qué lo fue en los años 50? Porque procuramos el estatus de no ser considerados una ‘secta’, a expensas de comprometer la verdad" (Ministry, junio 2004, p. 3).

"Si el pecado es un estado inherente a nuestra naturaleza... Cristo no pudo nacer con nuestra naturaleza –ya que de haberlo hecho, habría sido un pecador-, y si no nació con nuestra naturaleza tampoco pudo ser nuestro ejemplo, excepto de forma utópica (a menos que nos proporcionara también a nosotros naturaleza no caída). En consecuencia, no podemos vencer como lo hizo él, y hemos de continuar pecando, de forma que el ministerio de Jesús en el santuario celestial es primariamente administrar la justificación".

"La teología adventista no presenta dos alternativas posibles sobre la naturaleza humana de Jesús nuestro Señor... Es como si nuestro pueblo decidiera que creer en la observancia del domingo, o bien del sábado, está igualmente justificado a los ojos de Dios. Evidentemente, ha habido un cambio en nuestra posición histórica".

"¿Nacen los bebés con la sentencia de la segunda muerte pendiendo sobre ellos? ¿Atribuye Dios culpabilidad al recién nacido, haciéndolo merecedor de la segunda muerte incluso antes de que tenga la oportunidad de cometer pecados personales?... Nadie será arrojado al lago de fuego debido al pecado de Adán, sino debido a sus pecados personales... [en su artículo] no sólo confunde el pecado con los efectos del pecado, sino que llega a hacer la naturaleza pecaminosa equivalente al propio pecado... Puesto que se identifica la naturaleza caída con la culpabilidad y el pecado, todo recién nacido está necesitado de redención antes de ser capaz de pensar, hablar o actuar. Eso significa que Jesús sería culpable por el simple hecho de nacer, a menos que su naturaleza fuese diferente a la de los demás... ¿Cómo estableció [en su artículo] esa ‘relación rota’ hereditaria para los recién nacidos? Regresando a la visita de Eva al árbol y especulando que pecó en su mente al dudar de Dios, incluso antes de tomar el fruto. De esa forma la relación quedó rota antes de la comisión del acto de pecado. En eso basa su aseveración de que todo bebé nace con una relación rota y en una condición perdida, sin haber cometido ningún acto de pecado. No queda más remedio que creer que Eva se habría condenado, sea que comiera del fruto o que no lo hiciera..."

"Hay una gran diferencia entre ‘separación de Dios’ y ‘el resultado de la separación de Dios’. Los hijos de Adán no heredan la ‘separación de Dios’... Heredan solamente el ‘resultado’ de la separación de Adán con Dios, que implicó una naturaleza debilitada, caída, y la inevitable primera muerte... De igual forma en que [en su artículo] confunde pecado con naturaleza pecaminosa, los resultados del pecado con el pecado mismo, y la separación de Dios con la naturaleza caída, el autor confunde las propensiones malvadas con las propensiones naturales... No sé de nadie que crea que Jesús pecó o nació pecador. Tampoco conozco a nadie que crea que Jesús tuvo ‘propensiones pecaminosas’. Pero sé de muchos que creen que tuvo ‘propensiones naturales’ como cualquiera de nosotros, consecuencia de haber nacido con una naturaleza caída, lo mismo que nosotros. Las propensiones malvadas son aquellas inclinaciones hacia el pecado que se han cultivado y fortalecido mediante la indulgencia en el pecado. Las propensiones naturales son las inclinaciones heredadas. Las primeras implican culpabilidad, pero no las otras. No hay pecado a menos que uno ceda a la propensión".

"La cuestión de la naturaleza de Cristo no es un debate acerca de ciertas minucias teológicas... O bien la limpieza del santuario que comenzó en 1844 ha de purificar y perfeccionar un pueblo que permanezca sin pecado, o nuestra denominación es el resultado de la ineptitud de un grupo de fanáticos desorientados para admitir que su comprensión profética de Daniel estaba equivocada. La cuestión principal tiene que ver con la victoria sobre el pecado. Si Jesús no pudo entrar en el conflicto y vencer en nuestra carne, tampoco nosotros podemos".

El autor del artículo "pretende que la Biblia da dos definiciones del pecado: conducta y relación. Contrariamente a su aserto, en la Biblia sólo existe una definición. Está en 1 Juan 3:4... Además, el que una relación rota con Dios venga antes que el acto pecaminoso de la elección es algo que está por demostrar. Isaías 59:2 establece de forma inequívoca que el pecado separa al hombre de Dios [y no a la inversa]. Toda pretensión de lo contrario nos sitúa fuera del terreno de la exégesis bíblica, para llevarnos al cenagal de la filosofía interpretativa" (Ministry, diciembre 1985, p. 26 y 27).

Es de todo punto evidente que las reacciones ante la postura anterior a la caída de la naturaleza humana de Cristo fueron muy enérgicas, tanto en época reciente como hace dos décadas. Esa cuestión no va a desaparecer o a desvanecerse, dado lo vitales que son para la misión de la Iglesia Adventista las conclusiones que de ella derivan. Pondré fin a esta sección relativa a nuestra historia reciente con algunas reflexiones de Herbert Douglass, un participante prominente en los debates en la década de los años 80.

"La posición de que Jesús asumió la naturaleza de Adán antes de la caída es de reciente aparición en nuestra iglesia. Dicha posición emergió en la década de 1950 en relación con una serie de eventos tendentes a re-formular los conceptos básicos adventistas. Las consecuencias de esos cambios han tenido mucho que ver con la situación traumática y las divisiones teológicas que la iglesia ha experimentado... El estudio de la humanidad de nuestro Señor no es meramente una cuestión de matices académicos... El porqué Jesús se hizo hombre... sólo puede ser comprendido a la luz del gran conflicto: una perspectiva grandemente ignorada, tanto por el protestantismo ‘ortodoxo’, como por el catolicismo... Había varias cuestiones, pero ninguna tan importante como la acusación de Satanás de que los hijos e hijas de Adán no podían obedecer las leyes de Dios, que dichas leyes estaban apartadas de la realidad y no eran para el bien de los seres creados. Esos asuntos capitales determinaron el tipo de humanidad que nuestro Señor asumiría a fin de satisfacer la justicia y silenciar a Satanás" (Ministry, agosto 1985, p. 10 y 11).

 

Sin inclinación al pecado

El primero de los cuatro grandes asuntos relacionados con la naturaleza humana de Cristo es si Cristo tenía las inclinaciones al pecado que son comunes a los seres humanos. En el artículo editorial de Ministry de agosto del 2003 se afirma que Jesús "hizo frente a todas las tentaciones comunes a los seres humanos". Es preciso aquí considerar juntos dos textos del Nuevo Testamento: Hebreos 4:15 nos dice que Cristo "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Santiago 1:14 nos dice que "cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido". ¿Fue Jesús tentado como "cada uno es tentado", o no? La palabra "pasión" incluye ciertamente el deseo humano de placer, provecho y honor. ¿Acaso las tentaciones que Satanás le dirigió en el desierto no iban dirigidas a la satisfacción de esos deseos o pasiones humanas básicas?

Pero hoy se nos quiere hacer creer que Jesús no tenía el menor deseo o inclinación al orgullo, impaciencia, duda o desánimo. Si nosotros somos tentados cuando nuestras inclinaciones o deseos nos atraen a esas cosas y Jesús carecía de tales inclinaciones, entonces Jesús no fue tentado en ninguna de esas áreas en las que "cada uno es tentado".

Se suele decir que las tentaciones de Cristo lo fueron a emplear su poder divino o a abandonar su misión de salvar al hombre. Es muy cierto, pero ¿es esa razón suficiente para ignorar Hebreos 4:15? ¿Fue Jesús realmente tentado como lo somos nosotros?

Examinemos cierta evidencia inspirada. Jesús dijo: "No busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió" (Juan 5:30). ¿Por qué dijo Jesús que no buscaba su propia voluntad? "La voluntad humana de Cristo nunca lo habría llevado al desierto de la tentación... no lo habría llevado a sufrir la humillación, burla, reproche, aflicción y muerte. Su naturaleza humana rehuía todas esas cosas tan decididamente como lo hace la nuestra" (Signs of the Times, 29 octubre 1894). Si Cristo hubiera seguido los deseos naturales de su voluntad humana habría abandonado su misión y el plan de Dios para él. En otras palabras, su voluntad humana habría desobedecido a Dios, y él estaba en necesidad de negar su propia voluntad a fin de cumplir la voluntad de su Padre. ¿No es acaso exactamente esa nuestra situación? De forma natural, nuestra voluntad y deseos están en oposición con la voluntad de Dios, y hemos de someter la complacencia de nuestra propia voluntad a fin de obedecer a Dios.

Hay un mundo de significado en este pensamiento inspirado: "Experimentando en sí mismo la fuerza de las tentaciones de Satanás" (Review and Herald, 18 marzo 1875). ¿Dónde reside la fuerza de las tentaciones de Satanás? "Sus [nuestras] tentaciones más poderosas vendrán del interior, ya que debe batallar contra las inclinaciones del corazón natural" (Christ Tempted As We Are, p. 11). Si nuestras tentaciones más fuertes se dan en nuestro batallar contra las inclinaciones del corazón natural, y si Cristo experimentó en su propio interior la fuerza de las tentaciones de Satanás, es evidente que esas inclinaciones afectaban también a Cristo. "Si tuviéramos que soportar algo que Jesús no soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros. Por lo tanto, Jesús fue ‘tentado en todo punto, así como nosotros’ (Heb. 4:15). Soportó toda prueba a la cual estemos sujetos" (El Deseado de todas las gentes, p. 15 y 16). ¿Es el poder de Dios realmente suficiente para vencer las inclinaciones del corazón natural? Si Jesús no estuvo afectado por dichas inclinaciones, entonces las acusaciones de Satanás no habrían sido jamás respondidas, y nuestra salvación sería más que incierta.

"Las dudas asaltaron al moribundo Hijo de Dios" (Joyas de los Testimonios, vol. I, p. 226). Cristo fue tentado por sus propios pensamientos a dudar –a no creer- las promesas de su Padre.

"Bendijo a niños que poseían pasiones como las de él mismo" (Signs of the Times, 9 abril 1896). ¿Poseen todos los niños deseos heredados hacia el egoísmo? Cristo estuvo afectado por pasiones "como las de" ellos.

"En su humanidad, el Hijo de Dios luchó con las mismísimas terribles y aparentemente abrumadoras tentaciones que asaltan al hombre: tentaciones a complacer el apetito, a aventurarse atrevidamente donde Dios no nos conduce, y a adorar al dios de este mundo, a sacrificar una eternidad de bienaventuranza por los placeres fascinadores de esta vida" (Mensajes Selectos, vol. I, p. 111 y 112). ¿Acaso no resultamos nosotros atraídos por nuestros deseos a hacer esas mismas cosas? Lo que hace que nuestras tentaciones sean tan terribles y abrumadoras es la intensidad de nuestro deseo por ellas, y aquí se nos dice claramente que Cristo experimentó esas mismas tentaciones.

"¿Quién conoce la intensidad de las inclinaciones del corazón natural?" (Testimonies, vol. V, p. 177). ¿Cómo las conoce Cristo? "Conoce por experiencia... dónde radica la fuerza de nuestras tentaciones" (Ministry of Healing, p. 71). Jesús experimentó sin duda alguna la fuerza de las inclinaciones del corazón natural.

En Getsemaní sucedió que "le abandonaron su depresión y desaliento" (El Deseado, p. 643). ¿No fueron sus propios pensamientos e inclinaciones naturales los que lo habían llevado al desaliento?

"Tenía la misma naturaleza que el pecador" (Manuscript Releases, vol. X, p. 176). Se hace necesario responder a la pregunta: ¿Era Adán en el Edén un "pecador"? ¿Es acaso "la misma naturaleza que [tiene] el pecador" en parte como la de Adán y en parte como la nuestra? Lo cierto es que todo pecador tiene naturaleza caída y es fuertemente tentado por ella.

La diferencia entre Cristo y nosotros no consiste en ninguna exención por su parte de las inclinaciones naturales hacia el pecado, propias de la naturaleza caída. La diferencia consiste en que jamás consintió esas inclinaciones ni las incorporó a su carácter, tal como hacemos nosotros. Las tentaciones del corazón natural fueron tan fuertes para Cristo como lo son para nosotros.

Al margen del vocabulario que prefieran usar los defensores de una supuesta naturaleza previa a la caída en Cristo, si él carecía de inclinaciones naturales a pecar, sencillamente no pudo ser tentado como nosotros, y queda así destruido uno de los mayores vínculos de Cristo con la raza humana caída.

 

Herencia parcial

El segundo aspecto en liza, en relación con la humanidad de Cristo, es el tipo de naturaleza humana que heredó a través de María. La única forma en que Jesús pudo heredar nuestra naturaleza humana sin heredar "la pecaminosidad de nuestra herencia humana pecaminosa", es quedando exento de algunos aspectos de la herencia humana. El Espíritu Santo habría bloqueado algunos genes, que no se transmitirían a Jesús de la forma habitual. Dicho de otro modo: las deficiencias genéticas de María habrían resultado manipuladas por el Espíritu Santo, de tal forma que pudiera pasar una herencia enteramente singular a Cristo, que sería esencialmente diferente de la que todos recibimos de nuestros padres.

Romanos 1:3 afirma que Cristo "era del linaje de David según la carne". Ahora bien, se nos pretende hacer creer que Jesús fue hecho parcialmente –pero no totalmente- del linaje de David. E. White es aún más específica: "Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal" (El Deseado de todas las gentes, p. 32).

Uno de los antecesores de Jesús fue Set, quien "así como Caín, heredó la naturaleza caída de sus padres" (Patriarcas y Profetas, p. 66). Jesús recibió por herencia lo mismo que Set. Esa es la única conclusión posible a la luz de los pasajes expuestos, y es solamente debido a la existencia de una suposición preconcebida a propósito de la naturaleza del pecado, por lo que no se acepta lisa y llanamente lo que dicen esos pasajes.

Harry Jonson, en su libro "The Humanity of the Saviour" lo expresa con precisión y claridad: "No existe la más mínima evidencia que sugiera una interrupción en la cadena de la herencia entre María y Jesús" (London, The Epworth Press, 1962, p. 44).

Los protestantes han rechazado históricamente la doctrina de la inmaculada concepción debido a que no se la encuentra en la Biblia. Pero muchos adventistas enseñan hoy que en la matriz de María se obró un milagro especial, de forma que ésta no pasó a Jesús ninguna tendencia o deseo pecaminoso. Como Iglesia profesamos repudiar la doctrina de la inmaculada concepción, pero en su punto más crítico y sensible estamos viniendo a concordar con ella para explicar el nacimiento de Jesús. Mientras rechazamos la impecabilidad de María, y rechazamos también que María no pasara nada a Jesús por herencia, aceptamos gustosos una especie de bloqueo parcial de la línea hereditaria en lo referente a los deseos y tendencias. Pero eso no es en realidad más que una versión modificada y más sutil de la inmaculada concepción. ¿Podemos estar seguros de no estar adheridos a la Iglesia de Roma? Nuestra enseñanza actual predominante es una descendiente directa en la línea teológica de la inmaculada concepción.

 

Identificando el pecado con la naturaleza pecaminosa

La tercera cuestión está en el corazón de toda discusión sobre la naturaleza humana de Cristo. La posesión de una naturaleza pecaminosa, ¿lo hace a uno pecador y en necesidad de un Salvador? Si se pudiera resolver esa cuestión cesaría toda contienda acerca de la humanidad de Cristo.

El redactor-jefe de la Adventist Review, William Jonson, expresó su posición con claridad: "Algunos argumentos van y vienen sin cesar debido a que los antagonistas no llegan al fondo del problema: el tema subyacente bajo la superficie del debate... El asunto de fondo es el concepto de pecado. Los que quieren comprender más claramente la naturaleza humana de Jesús avanzarían más si dejaran de debatir acerca de si Jesús vino con la naturaleza humana anterior a la caída, o con la posterior, y dedicaran tiempo a estudiar lo que la Biblia dice acerca del pecado mismo... No sólo nuestros actos son pecaminosos; nuestra propia naturaleza está en guerra con Dios. ¿Tuvo Jesús una naturaleza tal? No. Si la hubiera tenido, él mismo habría necesitado un Salvador. No tenía... desviación alguna en su naturaleza moral que lo predispusiera a la tentación" (26 agosto 1933, p.4).

Richard Taylor lo expresó así en su libro A Right Conception of Sin: "Quien carece de la adecuada comprensión de lo que es el pecado, no puede tener una comprensión adecuada de ninguna otra cuestión fundamental. Eso se hace especialmente manifiesto en relación con esta teoría de la expiación y con el método divino de la redención del hombre" (Beacon Hill Press, 1945, p. 9-11).

La doctrina del pecado original, sostenida por Jonson y muchos otros en el adventismo, tergiversa cada aspecto del evangelio y de la expiación, de forma que nada queda intacto. Se va convirtiendo gradualmente en la posición dominante entre los adventistas, incluso entre los que profesan fidelidad a la Biblia y el Espíritu de Profecía. Es una doctrina sostenida por algunos en quienes confían leales y diligentes laicos adventistas.

Una de las razones por las que el tema parece tan confuso es por falta de definiciones claras y simples. Existe una diferencia crucial entre los efectos del pecado, y el pecado mismo. Si bien los efectos del pecado tienen gran alcance y son a la postre letales, nadie atribuye culpa personal o condenación a los efectos del pecado. En contraste, el concepto de pecado va asociado a la culpabilidad, condenación, separación de Dios, juicio y muerte segunda. El foco, al considerar la justicia por la fe o la naturaleza de Cristo, debemos ponerlo en el propio pecado, más bien que en los efectos del mismo. La cuestión básica es aquí muy simple: ¿Es la naturaleza humana una parte del propio pecado, o bien es un efecto del pecado? Nuestras conclusiones a propósito de la naturaleza de Cristo vendrán condicionadas por la respuesta que demos a esa sencilla cuestión.

El decir que todos los bebés necesitan un Salvador ha venido a convertirse en una de las frases más repetidas y engañosas del pensar actual sobre la justicia por la fe. Efectivamente, un bebé necesita un Salvador, un planeta sufriente lo necesita ciertamente, los ciegos y los cojos lo necesitan muy especialmente, pero no en el sentido de un perdón personal por pecados y culpabilidad personales. Una vez más, estamos confundiendo los efectos del pecado con el pecado mismo.

Santiago 4:17 nos dice que "el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado". Los textos más claros a propósito del pecado no dicen nada sobre una naturaleza humana inevitable, o un estado de pecado. Decir que el pecado es naturaleza es decir que estamos pecando, incluso cuando elegimos no pecar. ¿Pudiera ser que esa comprensión del pecado como algo inevitable y en continua progresión haya cauterizado de forma considerable nuestra sensibilidad al auténtico pecado (transgresión de la ley de Dios), de forma que hemos venido ahora a aceptar las transgresiones específicas como simples expresiones del gran pecado de tener una naturaleza caída? Dicho de otro modo: hemos venido a considerar el pecado como algo aceptable, como una parte normal de la vida, incluso de la vida cristiana. Hasta incluso hemos llegado a llamar "pecado" a la naturaleza caída, y "pecados" a los actos de pecado.

Isaías 59:2 nos dice que "vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios". Es el pecado lo que nos separa de Dios, lo que rompe nuestra relación con él, y no a la inversa. Sí, el pecado es realmente un estado, pero sigue a la decisión de pecar contra Dios, y continúa por tanto tiempo como el corazón siga sin arrepentirse.

Los que quieren demostrar que la naturaleza caída es el pecado en sí mismo, y no un efecto del pecado, sencillamente no lo han hecho. Ser nacidos en este mundo significa que estamos sujetos al hambre y la sed, fatiga y dolor, sufrimiento y muerte. Significa que el planeta en el que vivimos puede intentar nuestra destrucción. Significa ser nacido de padres pecaminosos, recibiendo una naturaleza pecaminosa, y viviendo en un entorno pecaminoso. Pero no significa ser nacido culpable de pecado, o condenado. Si bien recibimos todos los efectos del pecado -naturaleza caída incluida-, no somos automáticamente culpables de pecado.

La conclusión de que el hombre es pecador por naturaleza no procede de la Biblia ni tiene su origen en el adventismo. Sus raíces alcanzan hasta Agustín y la Iglesia Católica Romana, y ha sido transmitida en gran medida al protestantismo mediante los escritos de Lutero y Calvino. Los protestantes evangélicos se destacan hoy como defensores de esa comprensión sobre el pecado, y han hecho todo esfuerzo para que sea igualmente adoptada por el adventismo. La comprensión evangélica sobre el pecado es hoy aceptada por los círculos más elevados de la erudición adventista. Uno se pregunta cuándo comenzaremos a practicar el bautismo infantil, que es la única conclusión razonable de ese razonamiento según el cual los bebés nacen necesitados de un Salvador.

La posición evangélica sobre el pecado hace imposible seguir aceptando la posición histórica adventista de que Cristo tomó nuestra misma naturaleza pecaminosa, triunfando sobre el pecado en esa naturaleza peligrosa. Debido a la posición evangélica sobre el pecado, se nos comienza a decir que Cristo no pudo ser nuestro sustituto si tomó realmente nuestra naturaleza caída desde el nacimiento, y nos vemos obligados así a desarrollar complicadas explicaciones para permitir que Cristo participe de parte de la herencia humana, pero quedando exento de ciertos rasgos hereditarios.

Hay algo interesante a propósito de ser nacido "en pecado". En Spirit of Prophecy, vol. 1, p. 60 leemos que Set "fue nacido en pecado". Cuando E. White desarrolló más ampliamente la idea en Patriarcas y Profetas, escribió que Set, de igual forma que Caín, "heredó la naturaleza caída de sus padres" (p. 66). Ese texto paralelo muestra cuál era el significado que E. White daba a la expresión: "nacido en pecado".

 

Imposible dejar de pecar

El cuarto tema bien puede ser la motivación subyacente para todo el énfasis puesto en los años recientes en una naturaleza de Cristo no caída, o sólo parcialmente caída. El artículo editorial de la revista Ministry citada al principio de este documento, expresa los siguientes pensamientos: "El acompañante obligado en este tema de la naturaleza de Cristo... es, por supuesto, lo relativo a la perfección impecable impartida por Cristo, obrada en el corazón y conducta del creyente en Cristo... Esos asuntos específicos... tienen especial prominencia en la mente y corazón adventistas en relación con el fin del tiempo de gracia, el juicio final y la segunda venida de Cristo" (agosto 2003, p. 4).

Ya hemos citado en este documento opiniones a propósito de que la perfecta ausencia de pecado es imposible debido a nuestra naturaleza pecaminosa, y de que la gracia ha de seguir estando disponible hasta la venida de Jesús, puesto que nunca estaremos libres de pecado. Woodrow Whidden lo ha expresado así: "¿Llegarán a alcanzar nuestra naturaleza y experiencia una ausencia tal de pecado, de este lado de la glorificación (incluso después del final del tiempo de gracia), como para dejar de necesitar los constantes méritos justificadores de Jesús? ¿Tomamos con seriedad a E. White cuando dice que las ‘deficiencias inevitables’ de los creyentes son remediadas por la justicia ‘imputada’ de Cristo y que ‘Jesús ama a sus hijos, incluso cuando se equivocan’?... ¿No es acaso la perfección primariamente una actitud, más bien que una realización?" (Ministry, octubre 1993).

Es pertinente prestar de nuevo atención a 1 Pedro 2:21 y 22: "Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca".

E. White urgió el mismo tema: "Si es que no tuvo la naturaleza del hombre, no pudo ser nuestro ejemplo. Si no hubiese sido participante de nuestra naturaleza, no habría podido ser tentado tal como lo ha sido el hombre. Si para él no hubiera sido posible ceder a la tentación, no habría podido ser nuestro ayudador... Su tentación y victoria nos dicen que la humanidad debe copiar el Modelo" (Review and Herald, 18 febrero 1890).

Aceptando la doctrina evangélica de que la expiación fue completada en la cruz y de que Jesús nació con la naturaleza impecable de Adán anterior a la caída, la mayor parte de los púlpitos de nuestras iglesias han dejado de predicar que Jesús es nuestro Ejemplo en vencer toda tentación y pecado. Por consiguiente, el mensaje del santuario ha dejado de ser relevante, y el mensaje de advertencia del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 ha dejado de ser una pieza clave en el plan divino de la salvación. De ese modo podríamos ser salvos en nuestros pecados, no siendo ya necesario el desarrollo del carácter; no sería posible obedecer perfectamente los mandamientos de Dios mediante el poder del Espíritu Santo; el Espíritu de Profecía queda así relegado a la categoría de reliquia irrelevante del siglo XIX, y el sábado del séptimo día deja de ser guardado de acuerdo con Isaías 58:13.

Echemos una breve ojeada a algunas de las evidencias inspiradas a propósito de que el ejemplo de Cristo demuestra que la generación final vivirá vidas libres de pecado, contrariamente a lo que nuestros "expertos" nos están diciendo:

"Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y dejarnos el ejemplo de una vida sin pecado" (El Deseado de todas las gentes, p. 32).

"Envió a su Hijo al mundo para que llevase la penalidad del pecado, y para mostrar al hombre cómo vivir una vida sin pecado" (Reflecting Christ, p. 37).

"Vino a este mundo y vivió una vida sin pecado, para que en su poder su pueblo pudiera también vivir vidas sin pecado" (Review and Herald, 1 abril 1902).

"Nos ha colocado en un terreno ventajoso, en el que podemos vivir vidas puras y sin pecado" (Signs of the Times, 17 junio 1903).

"Todo aquel que por la fe obedece los mandamientos de Dios alcanzará la condición de impecabilidad en la que vivió Adán antes de su transgresión" (Signs of the Times, 23 julio 1902).

"Cristo nos ha dejado un ejemplo perfecto, en el cual no encontramos pecado. Sus seguidores deben caminar en sus pisadas" (Hijos e hijas de Dios, p. 296).

"La vida de Cristo es una revelación de aquello en lo que pueden convertirse los caídos seres humanos, mediante la unión y compañerismo con la naturaleza divina" (Manuscript Releases, vol. 18, p. 331).

"El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos ‘participanters de la naturaleza divina’, y su vida es una afirmación de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca. El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer" (El Ministerio de curación, p. 136).

"Dios hizo por nosotros lo mejor que podía hacer, cuando envió del cielo a un Ser impecable para manifestar a este mundo de pecado lo que han de ser en carácter quienes han de ser salvos: puros, santos e incontaminados" (Manuscript Releases, vol. 9, p. 125).

"Cristo vino a la tierra... para mostrar en la controversia con Satanás que el hombre, tal como Dios lo creó, conectado con el Padre y con el Hijo, puede obedecer todo requerimiento divino" (Signs of the Times, 9 junio 1898).

"Al tomar nuestra naturaleza caída, mostró lo que ésta podría llegar a ser" (Mensajes selectos, vol. 3, p. 151).

"Hermanos y hermanas, necesitamos la reforma que han de tener todos cuantos hayan de ser redimidos, mediante la purificación de la mente y corazón de toda mancha de pecado" (Counsels on Health, p. 633).

"Somos limpiados de todo pecado, de todo defecto de carácter. No necesitamos retener ni una sola propensión pecaminosa" (Review and Herald, 24 abril 1900).

"Toda tendencia hereditaria y cultivada hacia el pecado debe ser reconocida, subyugada y limpiada" (Signs of the Times, 18 julio 1895).

"Aborrecerán el pecado y la iniquidad, así como Cristo aborreció el pecado" (Fe y obras, p. 119).

"Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso" (El Deseado de todas las gentes, p. 621).

"Odiarán al pecado con un odio perfecto" (Fundamentals of Christian Education, p. 291).

 

Conclusión

El asunto de la naturaleza humana de Cristo no va a ser resuelto en unos pocos días, puesto que está en juego todo el plan de la salvación. Hebreos 2:14 y 15 nos dice que Jesús iba a destruir "por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte", "y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre". El versículo 17 nos dice que la única forma en que Cristo podía lograr tal cosa es siendo "en todo semejante a sus hermanos": no en algunos aspectos, sino "en todo". La inspiración nos dice además: "La gran obra de la redención podía sólo ser llevada a cabo mediante el Redentor tomando el lugar del Adán caído" (Review and Herald, 24 febrero 1874). No habría podido cumplirse si Cristo hubiera tomado el lugar de Adán antes de la caída, o si no hubiera tomado el lugar de nadie (parcialmente como Adán y parcialmente como nosotros). A fin de ser nuestro Sustituto impecable, tuvo que vencer las debilidades de nuestra naturaleza caída. Cristo se había de erigir en poder vencedor, allí donde había existido una fuerza irresistible para el hombre.

Si bien no se trata de un comentario inspirado, esta declaración del Seventh Day Bible Commentary demuestra una profunda comprensión del acto redentor de Cristo: "Cristo enfrentó, venció y condenó al pecado en la esfera en la que previamente había ejercido su dominio y señorío. La carne, escenario de los triunfos del pecado hasta entonces, vino ahora a convertirse en el escenario de su derrota y expulsión" (vol. 6, p. 562, edición en inglés).

La gran cuestión a la que debía dar respuesta la encarnación es: ¿Puede Dios vencer realmente en el último refugio de Satanás –el corazón humano caído-? Si es posible que las debilidades y deseos humanos se sujeten a la ley de Dios, entonces Satanás ha perdido su última batalla y la gran controversia queda verdaderamente decidida. Pero si Dios tuvo que hacer exento a su Hijo de ciertas tendencias humanas, ¿está la gran controversia más cercana a su final que cuando Satanás fue expulsado del cielo?

Cuando Jesús prevaleció en la cruz, se oyó en el cielo una gran voz que proclamó: "Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos" (Apoc. 12:10). ¿Nos permitiremos desposeer a Cristo de su gran victoria bajo el pretexto de hacer de él nuestro "sustituto impecable"? ¿Le negaremos la plena salvación que trajo, no sólo sobre los actos pecaminosos, sino también sobre la naturaleza humana debilitada, caída y pecaminosa en la Satanás había creído reinar de forma suprema desde la caída de Adán? Permitamos que Cristo sea verdaderamente nuestro Sustituto impecable, a la vez que nuestro santo Ejemplo. Sólo el auténtico Cristo, realizando una auténtica expiación, puede conducir a su iglesia hacia la victoria final.

 

Traducido por www.libros1888.com

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