Querido amigo y amiga:

¿Cómo puede ser Cristo el Salvador del pecado, sin ser a la vez el Salvador de la sensualidad, incluyendo la indulgencia sexual y la indulgencia del apetito por comidas o bebidas perniciosas, o en cantidades perniciosas? Como Creador, Él mismo nos dio los apetitos:

(a) En el principio dijo: "de todo árbol del vergel podrás comer libremente" (Gén. 2:16). Dios no puso restricciones a la satisfacción de nuestra apetencia natural por el alimento físico. La palabra hebrea "libremente" (chinnam) significa "gratuitamente", "sin restricción", "de balde", etc. David recogió ese concepto en el Salmo 103:5: [El Señor] "sacia de bien tu boca". Al crear la variedad casi infinita de alimentos diferentes, Dios se revela como el más esmerado de los chef de cocina que quepa imaginar. Incluso podríamos ver su reflejo en la figura entrañable de la abuela, amorosamente entregada a que toda la familia disfrute de la comida que preparó con tanto esmero. Dios es maestro de maestros en el arte de proporcionar y satisfacer toda clase de anhelos que hacen del hombre lo que es y puede ser. ¿Imaginas si hubiese hecho del sencillo acto de nuestra alimentación un proceso tan frío y mecánico como el llenado del tanque de gasolina de nuestro automóvil?

(b) De igual forma, la satisfacción sexual va implícita en lo que Dios dispuso "al principio", cuando dijo: "Fructificad y multiplicaos" (Gén. 1:28). Nada hay de vergonzoso o intrínsecamente malo en el empleo del don de la sexualidad (2:25; 1 Cor. 7:3-7).

(c) La creación por parte de Dios, de nuestra capacidad para sentir la sed va también pareja a su provisión para que sea saciada. Dios nunca habría puesto en nosotros un deseo para el cual no hubiese provisto satisfacción: "Ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos" (Sal. 37:4); "todo el que pide, recibe"; "vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas a los que le piden" (Mat. 7:8 y 11). En lo referente a ser redimidos de la intemperancia, es de capital importancia la admonición "reconciliaos con Dios" (2 Cor. 5:20). Es fundamental estarle agradecido por habernos dado esos apetitos; "Alaba, alma mía, al Señor" por ellos. Cree, aprecia, disfruta su bondad como Padre, Creador y Redentor. Ello requiere "un corazón nuevo", puesto que la intemperancia, de la clase que sea, tiene siempre en su origen el resentimiento contra Dios que es característica del corazón viejo (Rom. 8:7).

La irrupción del pecado en nuestro planeta significó el desbocamiento de todos esos apetitos. "Libremente" = sobrepeso y enfermedad; "multiplicaos" = los horrores sin fin del sexo ilícito; "bebida" = alcoholismo, drogadicción, degradación de lo más noble del ser humano, hasta hacer irreconocible nuestra condición de "hijos de Dios". Si el Salvador no puede ahora auxiliarnos en eso, ¿por qué habríamos de confiar en que haya de hacerlo en un futuro?

La verdad es que PUEDE salvarnos ahora, y nos salva. La salvación incluye salvación de los hábitos pecaminosos. Decide dejar de resistirlo y comienza a agradecerle de antemano por ser ya, en el tiempo presente, tu Salvador. "Lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mat. 1:21) ¡Amén! No hay una nueva mejor que esa.

R.J.W.